“Crisis” es la palabra talismán que aparece en todos los sitios, la fórmula que plante todas las ecuaciones, el visitante inesperado que surge en cualquier conversación sin que nadie lo llame. Crisis es el concepto que engloba nuestro futuro inmediato. La energía se encarece, los préstamos aumentan sus intereses, el trabajo comienza a ser un bien escaso. En una palabra, esta gran máquina de la economía aminora su marcha (crecimiento) como un enfermo reumático.
Esta crisis no es la primera ni la última. A estas alturas de la historia de la economía de mercado, algo debemos haber aprendido de las crisis. Sabemos, por lo menos, que vienen y van al modo de las mareas; que son cíclicas. Asumir esta idea significa aceptar esta otra: no podemos vencer a la crisis, sólo “pasarla”, como un sarampión, esperando entrar en un nuevo periodo de bonanza. Nuestra victoria siempre será provisional, pasajera. Abandonamos, pues, si es que alguna vez la aceptamos, la idea de la utopía. No existe el sistema perfecto. Nuestras tentativas de mejorarlo son tanteos en la tierra incógnita del futuro.
A fin de cuentas, la economía, como la sociedad en general, está conformada por un sinfín de fuerzas se se contradicen en el marco de un sistema en ebullición. Algo así como un magma a alta temperatura, cuyas particulas se mueven a una velocidad que no podemos determinar ni predecir. Un exceso de crecimiento sube la inflación; su carencia provoca paro. Revaluar la moneda (cosa que ya no podemos hacer nosotros solos) añade valor al capital, pero dificulta las exportaciones. Subir los tipos de interés frena la economía, bajarlos la “recalienta”. Etcétera. Jugamos a combinar fuerzas distintas. Cualquier modificación (que puede ser positiva) de una variable puede acarrear la alteración (negativa) de otra u otras.
Al final, todo consiste en la búsqueda de un equilibrio inestable. Como en la vida. Visto el tema desde esta perspectiva, estamos en crisis desde siempre. Nuestros bisabuelos Adán y Eva provocaron la primera. Desde entonces, tomamos una cuesta abajo que aún no ha terminado. Personalmente, estamos en crisis desde nacemos y vamos pasando de crisis en crisis hasta que abandonamos, en un momento que siempre nos parece prematuro, este penoso y magnífico mundo. A aquel adagio calderoniano de “la vida es sueño”, podemos añadir este otro: “la vida es crisis”.