Las migas del almuerzo
Sólo hace falta darse una vuelta por los hiper, maxi, super, de apellido mercado, para comprobar que aquí o alguien no se ha enterado de qué va el asunto o se ha decidido apostar la bolsa al ocho y ponerse tan chulo como un idem. A tal punto enrocados en su jugada que prefieren morir atropellados por un Ferrari que viajar adonde sea en el Opel Corsa.
Traigo esta miga para echársela a la noticia que ayer pudimos leer en varios noticieros digitales, hurtada del Twitter de David Bisbal, en que anunciaba, con la compunción que requiere el requiem, que la discográfica Vale Music va a echar el cierre. El mismo Bisbal (al cual por cierto sólo vemos por esta España nuestra en Navidad y cuanto toca pasar el cepillo de la gira y la promoción) ha apuntado que la causa de dicha quiebra es la piratería.
Y lo dicho, sólo hace falta consignarse en las grandes superficies comerciales para darse cuenta de que aquí alguien ha calculado mal sus fuerzas. La teoría económica (capitalista) de toda empresa está basada en un fundamento que es, cuanto menos, discutible: una empresa es una entidad económica con el objetivo de ganar el máximo dinero posible. Cambien la palabra “posible” por “sostenible” y la definición pasa a tercer grado.
No existe otra meta para nuestras empresas que conseguir la renta más alta a su actividad sin tener en cuenta otros baremos. Sin embargo, Vale Music, puesta en el ojo de la crisis (según “nuestro cantante más internacional”, eufemismos aplicados a los tránsfugas de Miami), ni siquiera ha optado por bajar los precios de sus discos.
Me da la impresión de que editoriales, discográficas y demás portadores de cultura, se han empecinado en mantener el enroque entre torre y reina, con aquella máxima, tan comunista, de “antes muerto que arrodillado”. Hace tiempo que en una presentación literaria ofrecida en una comarca aislada del interior peninsular, expuse en mi discurso de presentación una teoría “evolucionista”: argÁ¼í, con mi criterio de economista, que cualquier empresa que se ubicase allí, desde una fábrica de confección de sombreros hasta una de chips aero-espaciales, sería rentable. El único empresario de la sala, algo descontento, rebatió que “eso era una auténtica barbaridad”. En realidad, aclaré, sólo hay que cambiar la definición de empresa. Esa hipotética fábrica de sombreros ubicada en un polígono industrial de una gran ciudad ganaría 10 monedas de plata. La misma actividad, en mitad de un chaparral perdido, ganaría 8 monedas. Sin embargo, con esa renuncia, convertiríamos en sostenibles regiones casi deshabitadas donde el único futuro reside en la emigración. El empresario regional, por supuesto, alegó que el sólo hecho de aumentar las ganancias de 8 a 10 monedas es motivo suficiente para irse a la ciudad.
La pregunta es: ¿en esas 2 monedas reside la felicidad?
Desconozco los márgenes de beneficio que Vale Music puede sacar a sus discos; desconozco en números de balance el impacto que la piratería puede tener en la venta de discos. Pero estoy seguro de que, puestas en unidades galácticas, lo mismo da tener 30.000 millones de monedas de plata que 15.000 millones. Algún economista que se precie debería estudiar a fondo, con ecuación incluída, ese “umbral de importancia relativa”, es decir, el número de monedas a partir del cual una persona o sociedad deja de enriquecerse porque, con ese dinero, ya es suficiente para cumplir cuantos deseos se antojen al alma errante.
No sé si en las dos monedas de plata reside la felicidad pero sí sé que yo sería exactamente igual de feliz con 15.000 que con 30.000 millones de monedas. Y no me iría a vivir a Miami, porque me gusta mi país.