En tiempos de ausencia de demiurgos etéreos los seguidores de la religión mercado se han inventado un nuevo Dios al que seguir, al que adorar, y al que recurrir en situaciones de necesidad, un nuevo Dios en forma de agencias de calificación, que parecen ser la solución a todos los males, a pesar de que se siguen equivocando una vez sí y otro también.
Hoy nos hemos echado a temblar porque una de las principales, Moody´s (no hay que olvidar que entre Moody´s, Standard&Poor´s y Fitch manejan el 94% de la cuota de mercado), ha decidido rebajar la nota a la economía española, lo cuál ha servido, como no podía ser de otra manera, de arma arrojadiza política, que por algo estamos en pre-campaña electoral.
Pero, ¿nos podemos fiar de las notas de las agencias de calificación?
Pues, aunque resulte una incoherencia, no. Es una incoherencia porque la razón de ser de estas agencias de calificación es la generación de confianza, el combate de la información asimétrica que el sistema financiero genera y el acceso a las certezas de los inversores que se mueven en el limbo de la duda, una razón de ser que se perdió en algún momento que nadie acierta a comprender.
Así, a bote pronto, y sin investigar mucho, se equivocaron a finales de los años 90 con la crisis asiática, se confundieron con Enron a la que calificaron con la triple A justo antes de quebrar, y se han equivocado en la actual crisis con países y empresas, pero, aún así, siguen siendo escuchadas y los inversores recurren a ellas en busca de consejo y asesoramiento, y la prensa las utiliza para argumentar las posiciones que más les interesan.
Es evidente que las agencias de calificación se aprovechan de la falta de información para hacer valer la suya, que es mejor que nada, pero no el principio y fin de nuestras decisiones económicas.