Mientras el Gobierno griego pretende crear cárceles especiales, en España ya destacamos por ser el país europeo con mayor número de presos, seguido del Reino Unido. Un dato del horror más más que añadir a los que tenemos. Viene bien recordar esto pasado el día en que fue víctima de las cárceles de Franco uno de nuestros mejores poetas de todos los tiempos.
Cada 28 de marzo nos viene a la memoria nuestro entrañable poeta Miguel Hernández, víctima de las prisiones franquistas, voz del pueblo libre y autor de la frase que encabeza este artículo en su memoria.
Si uno se conformara con una buena conciencia social, procuraría que al menos fuese mejor que la de muchos señores jueces, cuyo ejemplo en las más altas instancias es vergonzoso, y que hasta son capaces de juzgar a otros de los suyos (es un decir) por defender – oh, asombro- la justicia.(La justicia contra sí misma ¿sería justicia al fín, o todo teatro de la peor especie?)…
Si uno se conformase con una buena conciencia social, querría que fuese mejor que la de todos esos funcionarios de la llamada justicia que sueltan a troche y moche a culpables que ellos reconocen, y enrejan por mucho tiempo a otros cuya culpabilidad consiste en pequeños delitos que serían invisibles con abogados caros, por haber expresado lo que piensan contra lo que estos señores quieren proteger. Así actúa el Derecho, que es expresión de leyes cambiantes ejercidas por los funcionarios de poderes cambiantes, mayormente sobre desposeídos de poder, obligados a acatarlas por orden judicial. Y estos sí que son siempre los mismos, o sea, «los de abajo».
«Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo«, dice Miguel Hernández, nuestro poeta oriolano cuya muerte en la prisión de Alicante recordamos cada 28 de marzo. Fue víctima del franquismo por su buena conciencia social, apoyada en los cimientos del amor, no en los códigos volátiles impuestos por el Derecho del fuerte. Pero ¿acaso le eximió esta buena conciencia social nacida del amor- que siempre exime de encarcelar o ser guardián de barrotes- acabar entre ellos su vida? (¿Será que no existe la justicia para quienes la defienden de sus carceleros?).Y por su experiencia y la de tantos otros parece que tener una conciencia social pobretona, desmemoriada, y por supuesto, tener mala conciencia, o tenerla ignorante, parece harto más seguro y menos peligroso que tener una conciencia social respaldada por el amor al llamado «otro» (al fin, parte de uno mismo, pero cuidado con estas expresiones ante los que tienen que juzgar).
«No juzguéis y no seréis juzgados«, nos dijo hace dos mil años el Cristo-Guía desde su conciencia total basada en Su amor infinito que le proporcionó dolor, traiciones, juicio y asesinato, legal, por supuesto y basado en el Derecho, al mayor defensor de la Justicia, al Ser más puro que ha pisado esta miserable mundo. Ya nos advirtió a los que sentimos inclinación hacia lo mismo: «Si a Mí me fue mal, ¿cómo esperáis que os vaya a vosotros»?
Así podríamos seguir enumerando desde Sócrates hasta cualquiera de los cientos de miles que la sociedad desmemoriada, ignorante, malvada y representada por códigos legales y malvados que nada tienen que ver con las leyes del amor, la compasión o la misericordia, ni, por supuesto, con la justicia, juzga, condena y sacrifica entre tantos otros a los humildes poseedores de la conciencia social basada en el amor convertido en conciencia moral y activa y con el único fin de silenciar la verdad. Y de paso amordazar toda clase de conciencia. Trabajo inútil, por cierto, porque sobre la mentira adquiere las mismas propiedades de un corcho sobre el agua: aunque se le sumerja una y otra vez siempre acaba por salir para ser visto. Y lo mismo sucede con la conciencia.
LAS CÁRCELES SE ARRASTRAN POR LA HUMEDAD DEL MUNDO
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo. Y por su historia de norte a sur y de este a oeste. Se arrastran por la historia del mundo como una pesadilla y como un testigo incómodo de la maldad de sus constructores. Un mudo (?) testigo de hormigón enrejado por el que se asoma siempre el rostro de un hermano, viene a ser el rostro sucio de un país, su rostro impresentable, su tarjeta de identidad.
Si una cárcel se llena de disidentes políticos, sabemos dónde estamos; si se llena de negros pobres, sabemos dónde estamos; si es de presos con trajes naranja o vestimentas árabes sabemos dónde estamos. En cuanto un preso se asoma por entre los barrotes de una prisión cualquiera no sólo adquirimos un amplio conocimiento sobre la geografía del horror global, sino sobre las dimensiones cambiantes de los Derechos, cuyos cambios precisamente evidencian la poca consistencia que tiene la palabra Justicia aplicada por unos seres humanos contra otros. ¿Era justo que Jesús fuese detenido, torturado y asesinado, como luego Gandhi o Luther King o que Mandela estuviese en prisión tantos años?.. ¿Es justo que ahora mismo estén condenados a muerte 528 egipcios por un asesinato sin pruebas judiciales o una mujer a punto de ser lapidada o una niña marroquí condenada a casarse con su violador, etc?.¿Es justo que existan cientos de miles de niños esclavos o soldados forzosos y niñas esclavas sexuales?.¿Es justo que una camarilla de políticos corruptos arruinen a un país como España?
ESPAÑA, CAMPEONA EN CÁRCELES
Tiene nuestra España una repugnante tradición carcelaria. Primeros puestos en el ranking mundial. Durante siglos, el oscurantismo, la intolerancia y la miseria han competido entre sí para ver cuál de ellas llenaba antes los calabozos.
Sacudirse de encima la ignorancia, la opresión y el hambre han sido durante siglos monárquicos o dictaduras militares acompañadas siempre por cleros inquisitoriales, los delitos mayores de los españoles.
Y si nos remitimos a la última de todas (¿penúltima, habría que decir con propiedad?), no hallamos fin a la lista de gentes con una buena conciencia social que empujados por el amor a sus semejantes y prefiriendo la justicia fueron ocupando celdas, compartiendo exilios, martirizados, segadas sus vidas en cunetas ignoradas o en tapias de cementerios. Y todavía tenemos presos por razones políticas, y torturados que Amnistía internacional denuncia. Si pensamos en ellos y en aquellos de nuestros contemporáneos presos y torturados por razones semejantes a las suyas no importa el país ni la excusa, tenemos que reconocer con horror que no sólo estamos ante el retrato de un monstruo de mil cabezas que juzga, condena y ejecuta sin sentido de la justicia, sino ante un monstruo que deja secuelas históricas de miedo a generaciones enteras. ¿O es que alguien piensa que se ha superado el miedo a expresarse libremente inoculado por estalinismos, fascismos, franquismos y semejantes? Los regímenes autoritarios criminales dejan una profunda huella de miedo a la libertad de expresión y manifestación en el inconsciente colectivo. Un miedo que dura generaciones enteras.
Según los datos del Ministerio del Interior existían en España en 2010 nada menos que (quédense con la cifra) 73.527 presos. A finales de 2013, según el diario 20minutos.es, descendió a 67.404 debido a que se rebajaron las condenas por drogas. Pese a eso, España es el país con más presos de Europa, solo superado por el Reino unido. ¿Servirán para ocultar a tanto parado que exige justicia?¿Se llenarán de desahuciados por orden de los bancos a los que ha rescatado y por ello no pueden pagar la hipoteca?
¿Cuántos desesperados tendrán que ingresar entre rejas para recibir el pan que el paro y la injusticia social masiva les niega?
¿Cuántas más prisiones se estarán diseñando?
Qué extraño país el nuestro donde crecen a la vez la economía para los de arriba y las cárceles para los de abajo. La Máquina de Administrar Riquezas que debiera estar en manos de los administradores del Estado, al funcionar a favor de unos y contra otros, convierte en masivos y burdos los delitos en la parte más baja de la escala social. Y en selectivos, refinados, rentables y exentos de prisión, los delitos de la alta sociedad. Así que no hay modo de igualar diferencias, ni de impedir que sean arrojados a los subsuelos de las mazmorras y a los subsuelos de la vida a los que apenas si pueden sostener la propia. Pero esa Máquina que no administra con justicia y expulsa a los jueces que lo intentan mínimamente, como viene ocurriendo, es la que juzga según las reglas del juego de los ricos y poderosos donde estos reducen su número y aumentan sus ganancias en la misma proporción que consiguen multiplicar el número de pobres perdedores disminuidos en las suyas.
EL CAPITALISMO ENGENDRA SOCIEDADES ENFERMAS
Se echa de menos en todas partes en estas sociedades insolidarias del capitalismo precisamente la justicia que nace de una educación ética popular fundada en el amor al prójimo; asusta comprobar hasta qué punto se silencia que estamos inmersos en una sociedad enferma que produce enfermos sociales entre otras causas por no fundamentarse en la justicia ni educar en ella a sus miembros. ¿No sería justo, por ejemplo, proporcionar trabajo en lugar de arrojar al paro y facilitar de este modo la delincuencia que luego vienen a castigar los jueces? ¿Sería justo facilitar una educación popular que defendiese el respeto al semejante y a los animales, la creatividad, la cooperación, el reparto de la riqueza y el espíritu crítico?. ¿No sería justa al fin una sociedad que procurase la necesaria cultura para sostener todos esos verdaderos derechos sin que ni gobiernos ni iglesias impusieran sus propias cárceles mentales como viene sucediendo a los más jóvenes siglo tras siglo? Sí, sí, todo esto es elemental, sabido, pero ¿qué impide que se realice? ¿El Derecho que siempre impone el ganador? ¿Las debilidades que nos permitimos tener compasivamente con nosotros mismos y que nos convierten en humanos débiles? Esto, y lo otro, pero la justicia está ausente en ambos casos.
Entre tanto, las cárceles se arrastran por la humedad del mundo. ¿Hasta cuándo? Sin duda hasta que decidamos liberarnos de las propias. Por los cimientos se empiezan los edificios, no por los códigos legales.