Economía

Las causas de una crisis: volver a Marx y a Keynes

En la confusión general y, a veces, ante la ausencia de un discurso de izquierdas, de toda la izquierda europea, especialmente socialdemócrata y de los sindicatos europeos, se me ocurrió recurrir a un texto de Marx, no porque el marxismo tenga que ser intemporal, sino porque, en este caso explica con una claridad meridiana los orígenes de las crisis del capitalismo cuando este muestra su faceta original: financiera y especulativa. La pobreza o ausencia de alternativas posibles tanto por parte de la izquierda como de los sindicatos da una relevancia juvenil a este texto, al que añadiré una serie de propuestas para salir de la crisis por la puerta izquierda.

En “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, analizando la situación política, escribía Marx: “Después de la revolución de Julio, cuando el banquero liberal Lafitte acompañó en triunfo al HÁ´tel de Ville a su compadre, el Duque de Orleáns, dejó caer estas palabras: “Desde ahora dominarán los banqueros”. Lafitte había traicionado el secreto de la revolución.

La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa sino una fracción de ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos: la llamada aristocracia financiera. Ella ocupaba el trono, dictaba leyes en las Cámaras y adjudicaba los cargos públicos, desde los ministerios hasta los estancos.

La burguesía industrial propiamente dicha constituía una parte de la oposición oficial, es decir, sólo estaba representada en las Cámaras como una minoría. Su oposición se manifestaba más decididamente a medida que se destacaba más el absolutismo de la aristocracia financiera y a medida que la propia burguesía industrial creía tener asegurada su dominación sobre la clase obrera, después de las revueltas de 1832, 1834 y 1839, ahogadas en sangre…León Faucher, conocido más tarde por sus esfuerzos impotentes por llegar a ser un Guizot de la contrarrevolución francesa, sostuvo en los últimos tiempos de Luis Felipe una guerra con la pluma a favor de la industria, contra la especulación y su caudatario, el Gobierno…

La pequeña burguesía en todas sus gradaciones, al igual que la clase campesina había quedado completamente excluida del poder político. Finalmente, en el campo de la oposición oficial o completamente al margen del pays légal (los que no tenía derecho de voto) se encontraban los representantes y portavoces ideológicos de las clases citadas, sus sabios, sus abogados, sus médicos, etc.; en una palabra, sus llamados “talentos”.

Su penuria financiera colocaba de antemano la monarquía de Julio bajo la dependencia de la alta burguesía y su dependencia de la alta burguesía convertíase a su vez en fuente inagotable de una creciente penuria financiera. Imposible supeditar la administración del Estado al interés de la producción nacional sin establecer el equilibrio del presupuesto, el equilibrio entre los gastos y los ingresos del Estado. ¿Y cómo establecer este equilibrio sin restringir los gastos públicos, es decir, sin herir los interese que eran otros tantos puntales del sistema dominante y sin someter a una nueva regulación el reparto de impuestos, es decir, sin transferir una parte de las cargas públicas a los hombros de la altea burguesía?

A mayor abundamiento, el incremento de la deuda pública interesaba directamente a la fracción de la burguesía que gobernaba y legislaba a través de las Cámaras. El déficit del Estado era precisamente el verdadero objeto de sus especulaciones y la fuente principal de su enriquecimiento. Cada año un nuevo déficit. Cada cuatro o cinco años un nuevo empréstito. Y cada nuevo empréstito brindaba a la aristocracia financiera una nueva ocasión de estafar a un Estado mantenido artificialmente al borde de la bancarrota; éste no tenía más remedio que contratar con los banqueros en las condiciones más desfavorables.

Cada nuevo empréstito daba una nueva ocasión para saquear al público que colocaba sus capitales en valores del Estado, mediante operaciones en bolsa en cuyos secretos estaban iniciados el Gobierno y la mayoría de la Cámara. En general, la inestabilidad del crédito del Estado y la posesión de los secretos de éste daban a los banqueros y a sus asociados en las Cámaras y en el trono la posibilidad de provocar oscilaciones extraordinarias y súbitas en la cotización de valores del Estado, cuyo resultado tenía que ser siempre, necesariamente, la ruina de unos pequeños capitalistas y el enriquecimiento fabulosamente rápido de los grandes especuladores…

La monarquía de Julio no era más que una sociedad por acciones para la explotación de la riqueza nacional de Francia, cuyos dividendos se repartían entre los ministros, las Cámaras, 240.000 electores y su séquito. El comercio, la industria, la agricultura, la navegación, los intereses de la burguesía industrial, tenían que sufrir constantemente riesgo y quebranto bajo el sistema…

Mientras la aristocracia financiera hacía las leyes, regentaba la administración del Estado, disponía de todos los poderes públicos organizados y dominaba a la opinión pública mediante la situación de hecho y mediante la prensa, se repetía en todas las esferas, desde la corte hasta el café borgne, la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena creada…

Las facciones no dominantes de la burguesía francesa clamaban: ¡Corrupción! El pueblo gritaba: ¡Mueran los grandes ladrones! ¡Abajo los asesinos!”

Que la especulación está en los orígenes de la actual crisis es tan evidente como que es el capitalismo financiero y especulativo el que hace su agosto inflando y desinflando la Bolsa y sometiendo los presupuestos del Estado a un estado permanente de bancarrota. A más bancarrota más intereses para los especuladores y financieros. A más intereses más endeudamiento. A más endeudamiento menos recursos para sostener la sociedad de bienestar. A menos sociedad de bienestar más poder del capital financiero que financiando las necesidades privadas, antes atendidas por los presupuestos del Estado, acaba reduciendo a esclavitud hipotecaría a todos los ciudadanos. Pero todo ello, como no potencia la creación de riqueza sino la apropiación de la riqueza creada, no tiene otra solución que el empobrecimiento general. Panorama hacia el que avanzamos a impulsos de los especuladores.

Esta es la consecuencia de un capitalismo financiero y especulativo depredador. Pero existen otras alternativas. Volver a Keynes y más allá de éste. La reducción de la jornada de trabajo y el aumento de la producción y de la productividad tendría como consecuencia el aumento del número de trabajadores, el aumento del poder adquisitivo de éstos y el crecimiento del consumo y, en consecuencia de la producción y del crecimiento de la mano de obra. Renunciando a la pobreza, renunciando a la moral ascética y compasiva con nosotros mismos, potenciando la parte negativa del capitalismo que es, paradójicamente, la que le hace funcionar, esto es: aumentando la producción y transformando a cada vez más trabajadores en consumidores, se podría superar esta crisis. La reducción de la jornada de trabajo no es una locura, es una consecuencia de la lucha de clases, del aumento de la producción y  la productividad y del crecimiento de la riqueza. Históricamente desde la 16 y 12 horas diarias de trabajo del siglo XIX hemos pasado a las 38 ó 40 horas, con fiestas y vacaciones. La reducción de la jornada ni si quiera ha perjudicado al capitalismo, le ha obligado a racionalizarse. Claro que esto depende de la lucha de clases. Si los sindicatos se someten a los intereses depredadores del capitalismo y la izquierda no tiene ni idea de qué hacer más allá del actual sistema de explotación, desde luego que reducir la jornada de trabajo será imposible. Claro, que, si no se reduce, ni se superará la crisis, ni el propio sistema capitalista será capaz de perfeccionarse así mismo. A no ser que aceptemos la pobreza. Un bien moral muy cristiano, por cierto.

Parece no sé si ridículo o patético que cuando el profesorado ha conseguido reducir su jornada de trabajo, sin olvidar que trabaja en su propia casa, hay quienes parezcan justificar que el aumento de sus horarios de trabajo como si trabajar menos fuera indigno. Cuando la liberación del tiempo de trabajo explotado es el comportamiento más indigno y característico de la explotación capitalista. Lo indigno es trabajar para el explotador, lo que dignifica es la liberación del tiempo de trabajo. A lo que deben tender todos los trabajadores, por las razones que he dado y porque es un vanace en el proceso de liberación.

Pero además, en el caso español, el Estado debería poner en marcha una política de construcción de viviendas populares que compitan en cantidad, calidad y en precios con la construcción privada y contenga las tendencias especulativas. La vivienda debe dejar de ser una acción para ser tratada como un bien social. Mientras el valor de éstas esté dictado por el ansia especulativa de los inversores privados, la construcción no se recuperará, jamás, porque el valor de la vivienda- acción especulativa es inalcanzable para millones de trabajadores y esclaviza de por vida al resto de millones que en lugar de endeudarse de por vida en el pago de un precio artificial de la vivienda, podrían elevar su poder adquisitivo y dedicar más tiempo a otras necesidades. Entre otras al ocio o liberación del tiempo de trabjo. El mercado actual de la vivienda debe hundirse y con él el mito de que la vivienda siempre tiene que revalorizarse por los siglos de los siglos. Si la vivienda es tratada como un valor debe, como cualquier valor, someterse al desplome cuando nadie está dispuesto a comprarla.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.