Las deficiencias de la democracia española, que cada día se hacen más patentes, provienen de la época de la transición que, tantas veces, se ha declarado ejemplar.
La primera y principal es que falta un sentido de lo nacional, un idea de proyecto común que es la médula de las grandes democracias del mundo -USA, Francia, Reino Unido, Alemania-. Que lo nacional se asimile a los conservador y casi a los reaccionario, podía tener cierta explicación (otra cosa es justificación) en el franquismo y remontándonos en el tiempo, en la guerra civil, en la que uno de los bandos se hacía llamar nacional, pero hoy, en los albores del siglo XXI, ¿qué sentido tiene esta identificación? La idea de lo nacional, el concepto ilustrado de Estado-Nación (comunidad de de ciudadanos iguales sujetos al imperio de la ley) supone en Occidente la superación del Antiguo Régimen y el germen de lo que serían los estados democráticos. Pero en España, por arcanos motivos que hunden sus raíces en varios siglos atrás, la idea nacional sigue siendo tema de banderías.
La segunda carencia es la de los partidos. Nuestra arquitectura constitucional y nuestro sistema electoral está concebido para que haya, al menos, dos grandes partidos; uno conservador-liberal y otro socialdemócrata; lo ideal es que ambos tengan coherencia ideológica e implantación nacional y -si es posible y no es mucho pedir- con unos cuadros formados por personas con un buen nivel intelectual y moral. Ahora bien, en el caso de España el PSOE carece de un discurso coherente y unitario y, de hecho, ha dejado de ser un partido nacional y deviene en un especie de federación de partidos, lo cual es contradictorio con su larga tradición histórica. Por otra parte, el PP se ha convertido en un partido socialdemócrata y su discurso, tanto en temas morales y de valores como económicos, apenas se diferencia del discurso socialista. Con la excepción de políticos como Esperanza Aguirre y Vidal-Quadras, parece que nadie en el PP defiende claramente las ideas liberales y, mucho menos, las conservadoras. Frente a la debilidad estructural del PSOE y la debilidad ideológica y axiológica del PP, los partidos nacionalistas tienen muy claros sus objetivos a largo plazo y, como un caballo de Troya, aprovechan la confianza y la debilidad de enemigo para destruirlo lenta pero inexorablemente.
Una tercera diferencia, un anemia que merma las energías del cuerpo nacional, es la endeblez de la sociedad civil. En España casi todas las organizaciones, desde las asociaciones empresariales y sindicatos hasta los medios de comunicación, desde las fundaciones hasta los grandes equipos de fútbol, están demasiado vinculados al aparato estatal y tienen con respecto a él una dependencia que se convierte en debilidad crónica.
Todas estas carencias se van acentuando con el tiempo y llegará un momento en que resolverlas será cuestión de supervivencia.
Y todas ellas ellas proceden de esa transición, tan pactada, tan ejemplar y modélica, tan consensuada. Esa transición que, para resumir sus logros y deficiencias, realizó la renovación democrática pero dejó aplazada la ruptura liberal.