En 2011 se desató una terrible hambruna en el Cuerno de África que amenazó las vidas y los medios de subsistencia de más de 12 millones de personas, principalmente en Somalia, Yibuti, Etiopía y Kenia, aunque la situación se extendió a Sudán y a ciertas regiones de Uganda. Se han relatado situaciones caóticas y las muertes por inanición se calculan entre 50.000 y 100.000, según Oxfam y Save the Children.[1] La situación estaba mejorando ligeramente en la región, gracias la acción humanitaria y a las lluvias que tuvieron lugar a finales de 2011,[2] pero a pesar de todo, 8 millones de personas siguen recibiendo atención humanitaria y la FAO ha lanzado una alerta porque el pronóstico para la próxima temporada de lluvias parece indicar que lloverá menos de lo previsto.[3]
La crisis está lejos de solucionarse y en los últimos meses se ha extendido a ocho países del Sahel, donde se calcula que hay aproximadamente quince millones de personas en riesgo grave de inseguridad alimentaria. Los estados más afectados son Níger (5,4 millones, 35% de la población), Chad (3,6 millones, 28% de la población), Malí (3 millones, 20% de la población), Burkina Faso (1,7 millones, 10% de la población), Senegal (0,85 millones, 6% de la población), Gambia (0,71 millones, 37% de la población) y Mauritania (0,7 millones, 22% de la población), aunque la zozobra también se ha propagado a Camerún y Nigeria.[4]
El incremento de los precios de los alimentos
Para diversos organismos la causa de las tragedias en el Cuerno de África y en el Sahel ha tenido su origen en el aumento de los precios de los alimentos, en la sequía existente en la región y en las malas cosechas. La realidad es que junto a los motivos coyunturales como la sequía o la reducción de las siembras, habría que añadir otros “históricos” como la desestructuración de las comunidades y de sus tradiciones agrícolas, una deficiente política agraria, fomento de la agroexportación en detrimento de la soberanía alimentaria y la agricultura campesina para consumo propio y venta en mercados nacionales, etc.
Todo ello ha ocasionado que muchos países africanos dependan de las importaciones de comida, y con ello, de unos precios internacionales de los alimentos que se han duplicado en menos de una década. Inicialmente este aumento se quiso vincular, perversamente, con la oferta y la demanda de alimentos y materias primas agrícolas (sobre todo cereales). Pero con el paso del tiempo se ha reconocido que este incremento guarda más relación con la inversión financiera en los mercados alimentarios de futuros, como se puede ver en la gráfica.
De esta forma el Parlamento Europeo reconocía en enero de 2011 que “…estos acontecimientos están sólo en parte provocados por principios básicos del mercado como la oferta y la demanda y que en buena medida son consecuencia de la especulación (…) los movimientos especulativos son responsables de casi el 50 % de los recientes aumentos de precios…”.[5] En la misma dirección, Olivier de Schutter, relator de Naciones Unidas para el derecho a la alimentación, manifestaba en septiembre que “El apoyo a los biocombustibles, así como otros aspectos relacionados con la oferta [como las malas cosechas o la suspensión de exportaciones] son factores de una importancia relativamente secundaria, pero en el tenso y desesperado estado de las finanzas mundiales desencadenan una gigantesca burbuja especulativa”.[6]
Durante décadas se promovió una agricultura exportadora de alimentos y materias primas creando a su vez dependencia hacia las importaciones, lo que ha originado dinámicas desastrosas como la anunciada por la FAO a inicios de 2011, que supuso la antesala a la actual crisis alimentaria que vive África: “…los países de bajos ingresos y déficit de alimentos han sido golpeados con dureza por las subidas de los precios en los últimos años. Debido a esta alza, muchos de estos países han tenido que pagar facturas más elevadas por la importación de alimentos. Casi todos los países africanos son importadores netos de cereales. Las personas más afectadas por el alza de precios son los compradores netos de alimentos, como los residentes urbanos y los pequeños campesinos, pescadores, pastores y trabajadores agrícolas que no producen alimentos suficientes para cubrir sus necesidades. Los más pobres de entre ellos destinan más del 70-75 por ciento de sus ingresos en la compra de alimentos.”.[7]
Las estrategias de superación
En un reciente informe del Banco Mundial, se mencionan las denominadas “estrategias de superación” para combatir el hambre. Estas mal llamadas “estrategias” no son más que sacrificios que, de manera obligatoria ante una situación de crisis alimentaria, deben realizar las personas para saciar mínimamente sus necesidades nutricionales. Para dar más luz sobre este controvertido tema, el propio organismo indica que “Los mecanismos de superación no son universales, pero normalmente involucran respuestas comunes entre las familias y los países. En primera instancia, la respuesta implica alguna forma de ajuste en el consumo (comer alimentos más baratos y reducir el tamaño y la frecuencia de las comidas) y conductas de normalización del consumo (pedir dinero prestado, comprar alimentos a crédito, vender activos y buscar más empleo)…”.
En principio se podría creer que el Banco Mundial únicamente informa sobre algunas actuaciones desesperadas que aplica la gente en momentos de emergencia. Pero realmente esta corporación llega a justificarlas y las ve como una herramienta más para paliar el hambre, aseverando que “Las estrategias de superación pueden atenuar algunos de estos riesgos, con opciones que generen impactos muy positivos en el bienestar…”.
El organismo multilateral acepta estas conductas, aunque no tiene más remedio que confesar la realidad y reconocer que, el menor consumo de alimentos y la incapacidad de costear una dieta equilibrada conducen a una ingesta menor de micronutrientes. Asimismo confiesa que los niños, las embarazadas y los enfermos crónicos requieren una alimentación más nutritiva y variada, y por tanto disponen de menos mecanismos de superación. Sin embargo el Banco Mundial, milagrosamente complementa sus “estrategias de superación” con la caridad de los estados nacionales: “…las intervenciones públicas deben considerar las conductas de superación, complementar sus efectos positivos y mitigar sus deficiencias. Por ejemplo, los programas de alimentación escolar pueden reducir el incentivo de los padres de sacar a sus hijos de la escuela para que trabajen, al igual que las transferencias en efectivo condicionadas. Gracias a estas remesas puede no ser necesario saltarse comidas y con programas nutricionales bien focalizados, se logra reducir la insuficiencia de micronutrientes debido a la falta de comidas.”.[8]
En definitiva, algunas de las posibles soluciones propuestas por el Banco Mundial ante las actuales crisis alimentarias, pasan por una reducción en la ingesta de comida, el préstamo de dinero para comprarla y la caridad a través de la ayuda alimentaria como complemento a las “estrategias de superación”. Pocas cosas pueden añadirse a semejante declaración de principios. Los especuladores que sigan incrementando sus réditos en los mercados de futuros, los acaparadores que perpetúen la colonización de los países empobrecidos y las multinacionales del agronegocio que mantengan el control sobre la cadena alimentaria. Que sigan siendo las personas y las naciones las que se sacrifiquen siempre. Los otros que mantengan sus lucrativos negocios.