Es estremecedor y muy triste ver la paupérrima reacción a las movilizaciones estudiantiles que se han dado, por lo menos en Tarragona. Mientras un grupo alentaba a los que tomaban el sol despreocupadamente en la terraza del campus para intentar que acudieran a la manifestación organizada justamente para recuperar sus propios derechos y evitar los recortes, estos mismos —esmerándose en su pasividad— miraban sin apenas moverse de la silla a los «perroflautas» que van a las manifestaciones «a perder el tiempo» sin atisbo alguno de moverse «porque total; ¿qué se consigue?».
Esta indiferencia fatal para con sus propios intereses no tiene justificación de ninguna índole, es más, es algo que se debe condenar y combatir con todos los medios existentes, porque si nosotros mismos no nos ocupamos de garantizarnos un porvenir digno, ¿quién lo hará? Cuando vemos que desde las oligarquías lo único que encontramos son puertas cerradas, barreras e impedimentos para los estudiantes que quieren formarse en las universidades públicas, ¿qué alternativas nos quedan sino la movilización y la protesta? Este atropello de los derechos estudiantiles es mezquino y deleznable, pero con nuestra pasividad estamos promoviendo que el gobierno tenga cancha y confianza para activar muchos ajustes abusivos más; por lo tanto, cuando suban las tasas de la matrícula un 66% y muchos de los que tomabais una cerveza en el bar os tengáis que quedar en casa, jodeos.
Ignoro los motivos subjetivos que llevan a cualquiera de los que pasaba el rato en el bar a ignorar la manifestación —a lo mejor, estaban reformulando métodos alternativos de protesta—, pero seguro que preguntando uno por uno acerca de su opinión respecto al incremento de tarifas, la inmensa mayoría mostraría una opinión contraria a dichas medidas, que lo único que promocionan es una elitización de la educación; es decir, volver al pasado, como ya pasó con la reforma laboral. Pero a pesar de los motivos subjetivos, creo que existen unos factores generales que condicionan que la respuesta a las movilizaciones sea tan escueta y irrelevante.
El primero de ellos es la segmentación promovida desde las oligarquías y los medios masivos. La ilustre y tan manida figura del perroflauta entra en juego. La crisis que estamos viviendo no ha sido eterna, y muchos de los que ahora se ven perjudicados directamente por ella, antes han sido los que se beneficiaban de un sistema puramente injusto, lo que provoca que muchos no se den cuenta de que el problema no es el cómo sino el qué. No es cómo se aplique el capitalismo, es el capitalismo en sí, por lo tanto, estos nuevos sujetos que se encaminan hacia un mundo inexplorado y desconocido —manifestaciones, protestas, actos de rebeldía social— muchas de las veces no confluyen con el tipo de sujeto que ha frecuentado desde mucho antes de la aparición de la crisis este tipo de ambientes porque sabían que esto ya iba a llegar tarde o temprano (estereotipo más consciente y antisistema). El grado de rechazo al sistema actual o al gobierno o a las clases dominantes es muy variable entre estos diversos tipos de sujetos, y como dice el viejo dicho: «divide y vencerás», los medios se han hecho eco de esto y lo han llevado a la praxis, condenando con furia y estereotipando; todos hemos oído en algún informativo como despotricaban vilmente contra «los violentos antisistema que siempre son los mismos», esto genera que quien no esté a salvo de los medios de comunicación, no pueda establecer un vínculo con estos porque él no es un «violento antisistema», y solo quiere cambiar el mundo con flores y alzando las manos.
Otro de los factores que influyen a que la participación que se da en las protestas sea irrisoria es la desvinculación voluntaria de las preocupaciones y necesidades sociales. La solidaridad —cristiana o profana— es un bien escaso, en vías de extinción, máxime cuando la desconfianza ante el prójimo y la alienación individualista se fomentan desde posiciones privilegiadas, ya que es necesario que el pueblo llano no establezca lazos afectivos o de solidaridad entre sí, porque podrían llegar a cuestionarse el poder, sus funciones y las exigencias que se le deberían pedir. Ese individualismo patológico propicia que quienes no tienen dificultades para el desempeño natural de sus actividades, olviden por completo a quienes sí las tienen. Porque —como bien dice el Nega— el pobre, según su capitalizada visión, no es pobre sino un perdedor, o como se traduce desde América: un fracasado. Quien es pobre, lo es porque no ha sabido aprovechar sus oportunidades, porque no ha sido ambicioso o perspicaz, jamás es una falla del sistema. Por eso, es normal que los estudiantes que tienen padres que les compran coches nuevos si pasan de curso, que no trabajan en verano porque se van de crucero por el Mediterráneo, pasen olímpicamente de los sujetos con dificultades sociales porque son unos fracasados y no entienden cómo son capaces de ir con esas «pintas». Aquí también se puede encontrar el desencanto político, el discurso de: «todos los políticos son unos estafadores» «paso de la política» y otras lindezas similares. Para contrariar esta opinión voy a rescatar una frase: «si tú no haces política, la harán por ti» y sería muy interesante que dichas personas leyesen el texto del Analfabeto político de Bertolt Brecht, que también lo rescato:
El peor analfabeto/ es el analfabeto político./ Á‰l no oye, no habla/ ni participa en los acontecimientos políticos./ No sabe/que el costo de la vida,/ el precio de los frijoles, del pescado,/ de la harina, del alquiler, del calzado/ y de las medicinas/ dependen de las decisiones políticas./ El analfabeto político es tan animal/que se enorgullece e hincha el pecho/ al decir que odia la política./ No sabe el imbécil que de su ignorancia política proviene/ la prostituta, el menor abandonado,/ el asaltador, y el peor de los bandidos,/ que es el político aprovechador,/ embaucador y corrompido,/ lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.
La socialdemocracia, con el fin de acabar con el marxismo y su lucha de clases, inventó una clase ficticia: la clase media, donde se englobaría a la mayoría de la población, para crear un bienestar social ficticio que dejara más tranquilidad a las élites dominantes para obrar a su antojo. Esta clase social, como demuestra Rosa Luxemburgo, es una ficción, ya que se sustenta sobre una economía fluctuante, entre la aparición y la desaparición regida al periodo capitalista determinado. Extrapolando esto a la sociedad actual, vemos que se cumple al pormenor, muchas familias estables, con hijos y trabajo fijo están hoy en la miseria… Es por esto que la clase media, mejor dicho el oasis de la clase media, es otro impedimento que no permite el desarrollo natural de una conciencia de clase y que perjudica gravemente a las protestas de este tipo, porque muchos de los que debieran concienciarse, no lo hacen ignorando lo inestable de su situación.
Otro factor que achacan muchos, quizá a modo de subterfugio, quizá no, es el miedo. Sí que es verdad que los órganos represivos del estado, que se encargan de mantener el orden imperante, tienes actitudes que exceden sus limitaciones, pero ser agredido físicamente no es peor que ser sangrado económicamente, que tu dinero se vaya directamente al banco mientras te quitan médicos y profesores, y ser golpeado por un porra no es peor que darle la razón a ese cúmulo de escoria que, aprovechando sus posiciones privilegiadas, se enriquecen —de verdad, millonariamente— mientras la población de a pie, apenas tiene dónde caerse muerta.
Incluso podemos encontrar un último motivo que es contrario a la movilización estudiantil; la resignación postmoderna. Con el rechazo directo a los grandes relatos y la formación de un sujeto postindustrial y lleno de subjetividades, con la formación de sociedades multiculturales, con el «todo vale» y toda opinión es válida, lo único que se consigue, es crear una equidistancia terrible entre la historia reciente y el presente. La postmodernidad ha conseguido desarraigar el sentimiento de colectividad y dejar atrás la historia donde sí que hubo grandes victoria del proletariado.
¿Pero todas estas objeciones a la movilización, tienen solución? Sí. ¿Dónde? En el marxismo. Punto por punto, podemos ver como el marxismo ha incidido y ha aportado su opinión para dar resolución a estas cuestiones. Frente a la segmentación promovida desde las oligarquías y los medios masivos, tenemos a Marx, que nos dice que «las ideas dominantes de cada época, son las ideas de la clase dominante» y por eso, nuestra reacción ante ellos debería ser combativa y no sumisa, ya que ellos utilizan todas sus posibilidades para no subvertir sus relaciones de poder y mantenerse oligarquicamente.
Ante la desvinculación política y el oasis de la clase media, tanto Marx como Rosa Luxemburgo coinciden a la hora de advertir que el motor de la historia es la lucha de clases, y eso no se puede obviar; a lo mejor, en el peor de los casos, se produce una ausencia de conciencia de clase, pero la lucha de clases es irrefutable, evidente y palpable en cada rincón de la sociedad. Lo interesante es promover e incrementar esa conciencia de clase. Ante el pretexto del miedo voy a rescatar otra frase ilustre: «El proletariado [en la lucha] no tienen nada que perder, salvo sus cadenas». Y para refutar el, tan celebrado en el occidente acomodado, postmodernismo, solo hace falta girar hacia el pasado y fijar la vista sobre la historia, que confirma que todo lo que se presenta como irrealizable, ya se ha conseguido y muchos años atrás, que existe una clase obrera, que se puede unir y escribir la historia.
Pero el quid de la cuestión, no está en buscar una solución —relativamente fácil— a unas actitudes totalmente condenable, sino en cómo hacer para aplicar estas premisas en la consciencia de las mayorías, cómo conseguir una hegemonía con un pensamiento crítico, cómo acumular fuerzas para que a la hora de la verdad, en la calle, en la universidad, donde sea, se pueda plantar cara.