Pueblo que marcha para cambiar el rumbo
“Caminar es inseparable de la vida. Es negarse a detenerse, a morir, porque marchar niega la muerte. El caminante se alza y lucha, progresa, avanza paso a paso. La historia está llena grandes marchas”, nos cuenta el antropólogo Frank Michel.
En marzo, varias columnas de toda España caminaron hacia Madrid. Las Marchas de la Dignidad. Y el sábado 22, una masiva ciudadanía abarrotó los paseos del Prado y Recoletos de la capital de España, desde Atocha hasta Colón. Como dijo una activista, “Madrid fue una fiesta. Ciudadana, reivindicativa y pacífica. Un clamor unánime reclamando cambios, pan, trabajo y libertad”.
La manifestación fue descomunal, pero antes de culminarla, cuando faltaba poco para las nueve de la noche del 22, la hora de los telediarios, “tras la histórica, enorme y pacífica manifestación, la policía disparó pelotas de goma y gas pimienta cuando gente buena y solidaria pretendía retirarse tranquilamente por el lateral de Recoletos” explica Shangay Lily. Mientras, desde el estrado de la plaza de Colón los miembros del coro de la orquesta Solfónica proclamaban “estas son nuestras armas” agitando partituras del canto de los esclavos de la opera Nabucco.
Un ritual que se repite: oscuros incidentes violentos aislados tras una movilización pacífica. Tal vez para registrar, falsa y arteramente, que el 22-M fue una jornada violenta y no la gesta de resistencia cívica pacífica contra la austeridad, los recortes y la pérdida de derechos. El gobierno del Partido Popular, una vez más, recurre a la mentira como arma política al pretender vincular la exitosa manifestación cívica a esos opacos incidentes violentos.
Y sí, tras la manifestación, hubo algunos incidentes, pues sin duda a veces hay energúmenos que no son otra cosa que provocadores y nada tienen que ver con la ciudadanía que marcha pacífica. Como ha escrito Juan Torres, “sabemos desde hace años que la propia policía infiltra bravucones, como manifestantes normales, para provocar incidentes que justifiquen la intervención policial. Las pruebas son abundantes e indiscutibles, pues hay multitud de fotos y videos que así lo demuestran”.
La criminalización del ejercicio del derecho de manifestación es vieja práctica de la derecha, ya denunciada por el comisario de derechos humanos del Consejo de Europa, Nils Muiznieks, al informar sobre manifestaciones en Barcelona y Madrid en 2011.
Pero, más allá de esas miserias como ha escrito VicenÁ§ Navarro, “las Marchas son un hecho histórico que establece un antes y un después. La España real de pueblos hermanados que denuncian un Estado que ha perdido toda legitimidad, porque ha vendido la soberanía a intereses financieros y económicos”.
Y, en cuanto al éxito numérico, no cabe entrar en bailes de cifras, pues fue evidente la enorme protesta ciudadana. Gigantesca, adjetivó el diario Le Monde. Como ha explicado Agustín Moreno, “con la vara de medir otras manifestaciones históricas, se puede hablar de un millón contra la burda manipulación que hablaba de 50.000 personas. ¿Cómo si llegaron a Madrid más de 900 autocares, varios trenes y muchos coches particulares que ya sumaban más de 50.000 personas?”
Fue una muestra de poder de la ciudadanía. Y el Gobierno mostró su miedo al pueblo respondiendo con represión del peor estilo franquista.
Las Marchas que ocuparon Madrid son punto de reanudación y nueva partida. Como dice Torres, “la Dignidad que ha impulsado las Marchas es comienzo de otras nuevas que culminarán en la única solución para España: paralizarlo todo para acabar con esas políticas tramposas, antidemocráticas, injustas y fracasadas”.
Pues ya nada es como era ni lo será. Lo resume el político Julio Anguita: “Cientos y cientos de miles de personas testigos de su fuerza; que constatan que existen en la acción que los une y los multiplica en su decisión de acabar con la indecencia moral que gobierna. Pero también contra el poder económico que hay tras este andamiaje vacío, seco e inútil. Los que nos manifestamos en Madrid construiremos el contrapoder que acabe con el robo, el cinismo, la indigencia moral y la permanente conculcación de la Ley y el llamado Estado de Derecho. Lo hicimos en nombre de los derechos humanos que ellos son incapaces de llevar a la realidad cotidiana de la ciudadanía. Dejamos constancia de que aspiramos a una soberanía popular y nacional en todos los terrenos: económico y monetario, social, político y cívico”.