Al observar a las personas con síndrome de Down, niños, jóvenes y adultos, se comprueba que todas ellas actúan de una manera coincidente, que parece fruto de alguno de esos genes específicos que contiene el cromosoma 21 triplicado y, por tanto, es patrimonio exclusivo de ellas. Su forma de ser y de estar en el mundo conlleva un estilo propio, caracterizado por esos comportamientos distintivos que los demás necesitamos aprender pero que ellos dominan de serie. Quizás esas virtudes, esos valores, esas habilidades, esas potencialidades, sean intrínsecas al síndrome de Down, ya que la mayor parte de las personas con trisomía las poseen, y ni siquiera tengan ningún mérito por contar con ellas. Lo cierto es que los demás no nacemos con esas habilidades y necesitamos que alguien nos las enseñe y quién mejor que los expertos en un tema para aprender de sus enseñanzas. Las personas con síndrome de Down aprenden muy bien por imitación, observando lo que los demás hacen. Ahora es nuestro turno, escuchemos, observemos su mensaje. Fijándonos en ellos podremos seguir estos principios que, con seguridad, nos ayudarán a hacer nuestra vida un poco más llevadera.
La presencia de personas con síndrome de Down en la sociedad, lo mismo que la presencia de personas de diferente sexo, ideología, religión, cultura, idioma o nivel sociocultural, nos educa en el respeto a la diferencia o, dicho con otras palabras, en el respeto a todas las personas puesto que, por fortuna, todas somos distintas. Una ley básica de la gestión ecológica de las relaciones es la del reconocimiento de la individualidad y la diferencia. Cuando una niña con síndrome de Down asiste a una escuela, cuando un chico come en un restaurante, cuando una joven va a un campamento o cuando un adulto con síndrome de Down se incorpora a un puesto de trabajo en una empresa ordinaria, esa niña, ese chico, esa joven y ese adulto aprenden de quienes conviven con ellos muchas de las estrategias que les serán útiles para responder correctamente a las demandas de una vida en sociedad. Pero los demás, los compañeros de colegio, de restaurante, de campamento y de trabajo, tienen mucho que aprender de ellos.
Actitudes y valores como la tolerancia, el respeto, la aceptación, solo se pueden interiorizar a través de la convivencia diaria. Las actitudes tienen un componente racional acompañado de componentes emocionales y de acción. No basta con pensar que somos tolerantes, no es suficiente con decir que no discriminamos y que aceptamos a todos como son, sino que hemos de demostrarlo.
Y hasta que nos ponemos en situación y nos enfrentamos a la realidad de compartir nuestro tiempo con una persona distinta no podremos saber si verdaderamente somos racistas (Marina, 2005), o si somos capaces de aceptar a una persona con síndrome de Down como compañera de colegio
o de trabajo; como compañera de vida. Solo la convivencia, la vivencia compartida, nos permitirá conocernos a nosotros mismos y saber hasta dónde se extienden los límites de nuestros prejuicios.
Solamente estando y siendo junto a personas con síndrome de Down podremos conocer a ciencia cierta si sabemos estar y ser con cualquier tipo de persona.