Pilar Urbano sostiene el libro de la discordia
No soy monárquico, no soy republicano, pero soy amigo de Platón y de la verdad o, por lo menos, de la sinceridad. Sincera ha sido la Reina en las verdades susurradas al oído de Pilar Urbano, que es listísima, tanto como para conseguir que todo el mundo hable de una obra condenada, en principio, a no interesar a nadie. Yo no pensaba leerla, a no ser que su autora accediese a venir a Las noches blancas, porque las confesiones de los poderosos me aburren. Diviértanse con ellas los coprófagos que devoran telecaca o los cotillas que se nutren de papel cuché. Yo no leo el Hola ni en la peluquería. Diez minutos dedicados a la revista que lleva ese nombre me parecerían una eternidad. Prefiero papar moscas, contar ovejas, repasar prospectos o, incluso, enfrascarme en la lectura del Ulises de Joyce.
Pilar: estás invitada. Dime cuándo. Será un placer, y lo sería aún más si viniese la Reina, pero a qué intentarlo. Para ilusos, y para ilusionistas, ya tenemos al pequeño rey de La Codorniz en otro palacio, el de la Moncloa. ¿Le dedicarás un libro cuando lo destronen? No lo hagas. Le faltaría el aliño de la sinceridad con la que doña Sofía ha salpimentado el tuyo. Zapatero no es amigo de la verdad ni de Platón. Prefiere a Petit.
Hace unos días se abrió la veda contra la Reina. No sé si la cacería sigue. Estoy en un oasis egipcio, sin quiosco, sin televisión, sin internet. Todos los figurones criticaban a doña Sofía cuando me fui, menos el reyezuelo de la Moncloa, el virrey de Génova y sus respectivas huestes, pero eso no vale, porque el ten con ten del Sistema los obligaba a ello. Sólo González Pons fue sincero, y tuvo que tragarse sus palabras. ¿Portavoz? Sí, de su amo. No le permiten serlo de sí mismo. A la Reina, tampoco. No puede opinar. No tiene derechos civiles. La amordazan. La divinizan. Es cuerpo glorioso. No nos dejan saber lo que piensa. ¿Libertad de expresión? No. Hipocresía, mojigatería. España es así. Lo ha sido siempre. Carlos II anunció que contraería matrimonio heterosexual con María Luisa de Orleans en 1679. Un pañero de Béjar, al enterarse de la noticia, envió a la futura reina, como regalo de boda, varias cajas de medias de la mejor calidad. Doña Mariana de Austria, madre del novio, las devolvió con un breve en el que explicaba al artesano que las reinas de España no tienen piernas. Sic. Pero su nuera las tenía. Poco ha llovido desde entonces. Con Austrias o con Borbones, con democracia o sin ella, muchos siguen pensando aquí que doña Sofía, para ser buena reina, no debe tener lo que cualquier ciudadano tiene: piernas, digo, opiniones. Yo le agradezco que las haya expresado, esté o no de acuerdo con su contenido. Sí lo estoy, por cierto, en lo concerniente al aborto, a la terminología nupcial, a las cuotas y a la supremacía de las leyes naturales sobre las civiles.
Mis respetos, Señora. No es una frase protocolaria. Se los ha ganado. ¡Ojalá cumplan sus piernas y sus opiniones muchos años más!