Las reformas estructurales parecen ser el maná de todos los voceros iluminados con la solución o las soluciones para la presente crisis económica, entre los que me incluyo yo, por lo de vocero iluminado no por lo de tener la solución a la crisis, pero nadie se ha detenido a detallar lo que se quiere decir con lo de reforma estructural.
En estos casos siempre es conveniente acudir a las fuentes primigenias, es decir, al Diccionario de la RAE que nos dice que una reforma estructural no es otra cosa más que una reforma en la «distribución y orden con que está compuesta una obra de ingenio».
Entonces, si aceptamos que el marco jurídico en el que se maneja nuestra economía es una obra de ingenio, que puede ser mucho aceptar, podemos concluir que la reforma estructural se referirá a una reforma en dicho marco jurídico, para que nos entendamos, en las reglas del juego económico.
Todas las voces que claman por las reformas estructurales han apostado por el mercado laboral como el centro de sus exigencias, pero no hay que olvidar otros mercados, como el formativo o el impositivo, que necesitan ser reformados de manera urgente.
El mercado laboral necesita una reforma estructural urgente, y no porque lo diga yo o lo digan los economistas de postín, sino porque lo dicen los hechos. Cuando España crecía a buen ritmo nuestras tasas de desempleo eran del 8%, algo inadmisible para una economía en crecimiento, y claro ahora que caemos en picado las tasas de paro rozan el 20%. Por tanto, la conclusión es clara: algo falla en el mercado laboral español.
Y lo que falla es que todos los derechos son para los trabajadores indefinidos, mientras que los que buscan su primer empleo, o los que rotan de empleo en empleo sufren las consecuencias del exceso de derechos de los indefinidos. Es necesario, y de izquierdas, aunque haya gente que se autoproclama como de izquierdas que lo nieguen, reformar el mercado laboral, flexibilizar los despidos, ajustar los convenios colectivos a la realidad económica actual y modificar el estatuto de composición de los sindicatos. Si no se hace estamos condenados a no ser competitivos nunca y a que nuestra productividad esté siempre por los suelos.
El mercado formativo también necesita una reforma estructural, que podría venir de la mano del Plan Bolonia, si les dejan. Una reforma que permita que los Licenciados universitarios tengan un claro valor añadido para las empresas con respecto a los que no lo son, algo que no pasa hoy en día.
Para ello es necesario que Universidad y empresa privada vayan de la mano, que formen a los estudiantes acorde con los tiempos que corren y que los profesores se olviden de las clases magistrales, anacrónicas y de nulo valor formativo.
Y, por último, el mercado impositivo también necesita ser reformado estructuralmente. Hay que modificar los tramos de tributación en el IRPF, porque ahora son poco equitativos y gravan más a las rentas bajas, ya que se basan en un cuadro salarial anacrónico.
También es necesaria la modificación de los Impuestos de Sociedades y de las cotizaciones de los trabajadores autónomos, excesivos en ambos casos. Si una empresa o un autónomo tiene que pagar menos por los trabajadores que contrata o por el desarrollo de su actividad acabará contratando a más trabajadores que tributarán al Estado a través de su impuesto sobre la renta, compensando el dinero que se deja de ganar por los impuestos a las empresas.
En definitiva, se trata de una reforma estructural impositiva que dinamice la economía en lugar de la estructura de impuestos actual que la ralentiza.
Estas son sólo tres de las reformas económicas estructurales que necesita este país para poder llegar a ser competitivo de verdad, no sólo en los discursos políticos. Hasta entonces seguiremos estando por detrás del resto de economías de nuestro entorno, por mucho que nos cuenten otras historias.