En pleno corazón de la ciudad de Caracas, capital de la República de Venezuela, existía una casa comercial dedicada al ramo de librería, muy conocido en todo el territorio nacional. Cuando alguien llegaba de provincia, después de las visitas de rigor a la plaza Bolívar, la sede del Congreso Nacional y la casa natal del Libertador, se paseaban por el centro de la ciudad, y cuando llegaban frente al establecimiento, decían con orgullo a sus acompañantes: – “Ese es el palco del libro, lo que no se consigue aquí, no se encuentra en ningún lado” – y seguían su camino.
El dueño era un judío, muy buena persona, que se ganó sus realitos sin robarle nada a nadie – trabajé muchos años con él, por eso puedo decirlo con propiedad – era para nosotros un excelente patrón; pero, no se trata aquí de hacer una semblanza de la librería o de su propietario, sólo se busca establecer una diferencia entre el comportamiento y manera de tratar a los subalternos desde la perspectiva del sector privado y el público u oficialista en la Venezuela del siglo XXI.
Volviendo al dueño de la tienda, el viejo – como cariñosamente le decíamos – mostraba preocupación por sus empleados: los ayudaba en lo que podía, los alentaba a estudiar, a superarse, tenerle cariño al trabajo. Cuando alguna persona solicitaba empleo, para dárselo no le importaba si eran socialdemócratas, socialcristianos o comunistas; llegó a tener como empleado a un muchacho que se la pasaba dibujando la cruz gamada en las paredes del baño; pero él se hacía el desentendido. Nunca despidió a nadie sin una buena razón para hacerlo.
Ese fue, es y continuará siendo – mientras pueda sobrevivir la empresa privada, dentro de la dictadura comunista – el tratamiento que dan a sus empleados la mayoría de las personas que gerencian actividades comerciales, industriales y de servicios en ese sector productivo. Siempre han estado atentos a la superación personal y profesional de sus empleados, cuando los mandan a realizar talleres, cursos, simposios y otras jornadas que les puedan ser útiles para alcanzar la excelencia. Uno de los mayores logros alcanzados por la clase trabajadora han sido las agrupaciones sindicales y la celebración de los contratos colectivos, donde se ha logrado obtener grandes beneficios socioeconómicos, los cuales se traducen en mejoras salariales, asistencia médico asistencial, beca para sus hijos, entre otros.
Ahora veamos la otra manera de gerenciar: la puesta en práctica por el sector público o entidades gubernamentales, la cual es diametralmente opuesta a la del sector antes mencionado, ya que, cuando eligen a alguien – por lo general, un militante del partido de gobierno – para ocupar un cargo de dirección o presidencia de algunos de estos organismos, lo primero que hace el individuo de marras es colocar una imagen del dictador en su despacho; el tamaño del cuadro es directamente proporcional al grado de sumisión y adulancia, mientras más grande sea el retrato, mayor será su condición de lacayo. Los “jefes” – por llamarlos de alguna manera – no estimulan la superación del personal a su cargo, ya que nadie puede estar por encima de ellos, y ¡Ay! de quien demuestre un poco de capacidad y raciocinio en sus labores: puede ser despedido. Por las razones antes expuestas, no se llama al empleado a realizar cursos de actualización o perfeccionamiento profesional – en una dictadura, la inteligencia representa un peligro para el régimen- en su lugar, mandan a los trabajadores que asistan a cursos de formación socio-política, para que aprendan todo sobre marxismo, leninismo, fidelismo y otras cursilerías destinadas a lavarles el cerebro y no anden pensando en esas monsergas de libertad y democracia. Después, les obligan a participar en el adiestramiento y manejo de armas de guerra, inculcándoles la absurda idea de que muy pronto vendrán los imperialistas yanquis a invadir el país para apoderarse de su petróleo.
Otra cosa, para ser empleado público tienes que ser miembro del partido oficialista, si no, no hay trabajo. Cuando una persona se presenta ante una de estas oficinas gubernamentales buscando empleo, si el cargo se encuentra vacante, buscan el nombre del solicitante en una lista, elaborada por un diputado – que por cierto, ya murió – donde se encuentran todos los que han votado en contra del dictador. Demás esta decir que ocurre cuando aparece el nombre del solicitante en dicho listado
Hablar de sindicatos y contratación colectiva – ¡Dios nos ampare! – Muchos sindicalistas han ido a parar con sus huesos a la cárcel por haber solicitado reivindicaciones laborales. En estos días le concedieron la libertad a uno de ellos, gracias a las presiones de los trabajadores y a la actitud aguerrida de los estudiantes, – al parecer, los únicos que tienen bolas en este país.
Dos estilos: uno progresista, el otro retrogrado; el primero busca la proyección del hombre en la justa dimensión de su condición humana, el segundo, lo reduce a una simple ficha en el tablero de una burocracia cruel y deshumanizada. El primero, se enmarca dentro de un sistema de libertad, paz y solidaridad con sus semejantes; mientras en el segundo – y aquí hacemos referencia al caso concreto de Venezuela – se ubica dentro de un cuadro militarista, despótico y tiránico copiado al calco de la dictadura totalitaria impuesta por los “hermanitos” Castros en la sufrida isla de Cuba.