Suponer siempre fue un ejercicio infructuoso, arriesgado, descabellado y suicida. Dar por hecho algo que no se ha concretado, intuyendo o, como dice el título de este post, suponiendo es tener pocas posibilidades de éxito. Sé que puede ser redundante esto que digo, pero muchas veces, consciente e inconscientemente actuamos bajo los impulsos de la suposición. Y no son pocas las veces, reitero, parece como si el ser humano confiase más en las suposiciones que en sentido común. Pasa a cada momento; decimos que será la última vez que lo hacemos, que suponemos algo anticipadamente pero vuelta otra vez a suponer. Y a continuación equivocarse o dar un mal paso.
La instencia a suponer las cosas quizá se deba a que a veces acertamos suponiendo. No siempre, pero ocurre. Y cuando ocurre nos decimos algo como «lo sabía; ¡qué inteligente soy!». Reforzamos, entonces, la teoría de que las suposiciones no siempre fueron malas; que a veces acertamos.
Pero no es una cuestión individual esto de las suposiciones. La frase manida de piensa mal y acertarás está insertado en la mente de mucha gente. Y frases similares, que animan a suponer y suponer. Freud, incluso, hablaba de actos fallidos, es decir, acciones que llevamos a cabo y creemos que son errores pero en realidad son deseos reprimidos en el inconsciente y que salen a la luz a través de estos actos fallidos. De ahí que mucha gente interprete las acciones de los demás en base a creencias o suposiciones.
Sin embargo, creo que suponer algo es inminente; que es parte de nuestra condición humana. Es, y será, un ejercicio de prueba error. El único alivio es que a veces somos conscientes del riesgo que conlleva y lo pensamos mejor y no suponemos. Otras veces ya no hay tiempo de pensar porque se ha supuesto algo antes de cualquier atisbo de reflexión.
Muchas veces suponer algo podría ser una pre-respuesta a algún tipo de cuestionamiento o situación y que requiere una solución ya. Todo esto debe tenerse en cuenta; el contexto, en definitiva, delimitará la decisión de suponer o no.