Las tres preguntas. Jorge Bucay. RBA.
«Desde mi formación científico-académica, hablar lisa y llanamente de<< ser feliz>> suponía, por fuerza, caer en odiosos lugares comunes y en grandilocuentes frases obvias excesivamente románticas y superficiales. Para mí, igual que para muchos, era como solicitar la patente de tonto o de hueco y sinónimo de pobreza de espíritu».
Página 121.
«La verdad es que yo no creo que el amor sea un espacio de sacrificios.
No creo que sacrificarse por el otro garantice ningún amor, ni mucho menos creo que ésta sea la pauta que reafirme mi compromiso en la relación entre los dos».
Página 209.
No se podrá decir que soy un lector de best-sellers ni de libros de autoayuda-psicológicos-pedagógicos-haztuvidamásfeliz. Se me puede acusar de muchas cosas, pero si se me acusara de estas dos carecerían de fundamento. Sin embargo Jorge Bucay ya me enganchó con algunos de sus cuentos hace, creo, un lustro o quizá más. En sus palabras, muy cuidadas, había mensajes sobre la actitud ante la vida, la ética, el amor a uno mismo (el adecuado debate sobre el egoísmo bien entendido) y la generosidad, pero, además, había una Literatura cuidada, sin pretensiones de Obra Magna, pero ciertamente muy bien escrita desde la sencillez hacia la sensibilidad y la sensatez del lector. Para quien le interesa la obra era Déjame que te cuente… Los cuentos que me enseñaron a vivir.
El libro que hoy me ocupa ha llegado a mis manos no de una editorial, sino de una amiga. Una amiga que ha leído mucho. Una amiga filóloga. Motivos más que sobrados -aunque hubiese carecido de mi anterior experiencia con Bucay- como para encarar la lectura con buenas perspectivas.
El autor, echando mano de diversas teorías, su experiencia como terapeuta, y algunos cuentos y anécdotas leídos aquí y allá que decide traerse a estas páginas, nos intenta explicar su visión positiva y constructiva sobre tres preguntas de profundo alcance: ¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Con quién? Si bien parece que la espiritualidad de Oriente sigue muy viva y que mantiene excepcionalmente fuerte el pulso de la población con la trascendencia, me da la sensación de que en Occidente estamos muy necesitados de este tipo de libros porque ya nadie se detiene a pensar en este tipo de cuestiones. Ni siquiera en la adolescencia, con la crisis de la maduración en plena explosión. Hemos llenado nuestra vida de cacharros, de ruidos, de tecnología y de distracciones varias como para evitar pensar en todo lo que tenga cierta carga emocional. Evitar el dolor y las reflexiones profundas es casi hoy en día una meta. Precisamente por ello el camino se equivoca continuamente, por parte de padres y por parte de hijos, por parte de parejas y por parte de cualquiera en su relación consigo mismo.
Me ha parecido especialmente iluminado el capítulo dedicado a la educación que los padres dan a los hijos y la incidencia que esta tiene en las actitudes de los vástagos. Será porque la contemplo en personas muy cercanas que, al no ser yo, me permiten observar el «cuadro» con cierta objetividad.
«Habitualmente, los hijos aprenden y se van solos…
Pero si no lo hacen, lamentablemente, en beneficio de ellos y de nosotros, será bueno empujarlos a que abandonen su dependencia […] Y cuando, pese a nuestro esfuerzo y estímulo, los hijos no se animen a emprender su partida, los padres, con mucho amor e infinita ternura, deberemos entornar la puerta… ¡Y empujarlos afuera!
Página 38.
En las doscientas ochenta y dos páginas (dejando al margen la Bibliografía) que constituyen la edición que menciono, no se nos darán recetas concretas, respuestas concretas. No se trata de 200 gramos de pescado y 2 claras de huevo. No son cantidades cuantificables ni se nos pretende convencer de un objetivo concreto. Bien por el contrario se nos intenta explicar que nuestro objetivo, o mejor dicho nuestro rumbo debemos saberlo nosotros:
“El tema no está en saber adónde quisiera llegar, no está en cuán cerca estoy, ni en descubrir qué maniobras tengo que hacer para regresar”.
Es un ejemplo. Bucay no nos dirá quién es cada uno de nosotros. Pero sí que debemos ser autodependientes. No nos dirá cuál es nuestro rumbo, pero sí que sin un rumbo estaremos perdidos. No nos dirá quién es la persona o personas que deberemos elegir para recorrer el camino, pero sí que es preciso elegirlas y ser elegidos por ellas cada día.
Pueden parecer obviedades, pero en la continua contradicción del hombre, no lo son tanto. Sobre el papel pueden parecer una suma de coherencias, pero en el día a día no será tan fácil ser coherente… Por eso leer esta obra puede ponernos de nuevo en el camino, puede hacer que reflexionemos sobre nuestro rumbo, nuestras decisiones y nuestros compañeros de viaje.
Además de proporcionarnos una lectura amena y no exenta de humor, ¿no parece mucho más que suficiente?