Una gran parte de la sociedad ha reaccionado, como estaba previsto y es justificable, al envite definitivo de los nacionalistas catalanes, llevando el conflicto político al punto que éstos últimos querían: al choque de nacionalismos. Estos acontecimientos, como toda espiral de acción-reacción, son muy preocupantes, en cuanto que iniciamos, una vez más, otro periodo de incertidumbre en nuestra Historia.
El choque de nacionalismos ya está ocurriendo en nuestra sociedad, en los pueblos y barrios catalanes, en nuestras casas, entre nosotros mismos, y contra nuestros amigos e incluso familiares. Y cuando los nacionalismos chocan, lo que después sucede son desgracias.
El nacionalismo cabalga de nuevo para pervertir a la sociedad, para arruinar la convivencia. Una vez más, la Nación es la coartada de los políticos para magnificar y extender su poder e influencia en la sociedad, y controlar las voluntades de las personas, manipulando sus sentimientos de pertenencia a su cultura.
Cuando ruge el nacionalismo, muchos ciudadanos abren sus brazos a los políticos y los aclaman como a héroes. Ingenuamente quedan a merced de ellos, dispuestos a renunciar aún más a su Libertad, siempre que su mito nacional se haga realidad.
Muchísimos catalanes están dispuestos a que los padres del nuevo Estado catalán, arrecien en intervencionismo y más leyes, y a que aumenten por todos los medios necesarios, la imposición de un modelo de sociedad monocultural a costa de la Libertad individual y de los derechos de quienes no aceptan tal modelo de sociedad. Y a esto le llaman patriotismo.
El secesionismo catalán no es un movimiento impulsado por ideas de Libertad. Si su proyecto abogara por la instauración en Cataluña de un Estado limitado, minimizado en su coste, con impuestos bajos, con una limitación clara del poder de los políticos, y sólidas garantías para las Libertades individuales, y por tanto, de sus minorías, muchos ciudadanos incluso lo veríamos con simpatía. Pero sucedería todo lo contrario: su trayectoria liberticida, pasaría por convertir a Cataluña en una república bananera, y consolidar su oligarquía partidocrática. En el nuevo Estado catalán, su casta política, esperpento en versión sainete de la casta política española, institucionalizaría su derecho de pernada sobre la sociedad civil, dejando atada y bien atada la transición a un nuevo régimen aún más clientelar.
Y en frente, el Estado-Nación español: un régimen partidocrático, asistencialista, clientelar y liberticida, fundado sobre principios socialistas, y asentado sobre una sociedad adoctrinada en la creencia de que el bienestar solo es posible bajo las faldas del Estado, y que la iniciativa empresarial sólo es aceptable si contribuye a los objetivos del Estado.
Porque este es el españolismo dominante, omnipresente y tácito como el comportamiento políticamente correcto, que ahora ruge ruidosamente en boca de Ministros, políticos, y líderes sociales. Y ruge contra el nacionalismo catalán porque amenaza su idílico sueño partidocrático.
La partidocracia instaurada al amparo de la Constitución del 78, sí, advino con una nueva Nación española, pero a cambio, sólo nos ha arrojado migajas de Libertad. ¿Y ahora nos convocan a defender la Nación? Quieren que defendamos la Nación pero, ¿qué Nación? ¿La que nos atornilla al Estado? ¡Defendamos nuestra Libertad! ¡Defendamos nuestra soberanía personal!
Cuando la sociedad española se proclamó Nación en 1812 precisamente lo hizo desde la proclamación de la Libertad de sus ciudadanos. Y los ciudadanos gritaron Nación y Libertad. Y todo ello en un feroz enfrentamiento contra el Antiguo Régimen, en el cual, el Rey asumía los territorios bajo su dominio como su propiedad particular y relegaba a los ciudadanos a una humillante servidumbre.
Hoy, doscientos años después, la casta política nos trata como a siervos. Somos los pagadores de su bienestar y financiadores de su clientelismo político, con un altísimo coste para nuestra Libertad y para nuestros bolsillos. La Nación… la gran Nación… convertida en ratonera de la Libertad. Nación a costa de nuestra Libertad.
Ninguna Nación es digna de sus ciudadanos si no está fundamentada en el valor de Libertad individual. España no lo está. Y una Cataluña independiente tampoco lo estaría.
Seamos muchísimo más exigentes con nosotros mismos como ciudadanos. No aceptemos cualquier tipo de Nación, no traguemos con la Nación que nos quiere vender la partidocracia, con la Nación de los que día tras día desprecian la Libertad y la cercenan: una Nación de ciudadanos callados y obedientes, dóciles y resignados.
¿Nación y Libertad? Sí, claro que sí. ¡Pero antes quiero Libertad! ¡Libertad antes que Nación, que cualquier Nación!