Si uno se conformara con una buena conciencia social, procuraría que al menos fuese mejor que la de muchos señores jueces, cuyo ejemplo en las más altas instancias es vergonzoso y que hasta son capaces de juzgar a otros de los suyos (es un decir) por defender – oh, asombro- la justicia.(La justicia contra sí misma ¿sería justicia al fín?,¿o todo es teatro del malo?)…
Si uno se conformase con una buena conciencia social, querría que fuese mejor que la de todos esos funcionarios de la llamada justicia que sueltan a troche y moche a culpables que ellos reconocen y enrejan por mucho tiempo a otros cuya culpabilidad consiste en pequeños delitos que serían invisibles con abogados caros, por haber expresado lo que piensan contra lo que estos señores quieren proteger.Asi actúa el Derecho, que es expresión de leyes cambiantes ejercidas por los funcionarios de poderes cambiantes mayormente sobre desposeídos de poder obligados a acatarlas por orden judicial.Y estos sí que son siempre los mismos, o sea, «los de abajo».»Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo», dice nuestro poeta oriolano desde su buena conciencia social apoyada en los cimientos del amor, no en los códigos volátiles impuestos por el Derecho del fuerte. Pero ¿acaso le eximió esta buena conciencia social nacida del amor- que siempre exime de encarcelar o ser guardián de barrotes- acabar entre ellos su vida? (¿ Será que no existe la justicia para quienes la defienden de sus carceleros?).Y por su experiencia y la de tantos otros parece que tener una conciencia social pobretona, desmemoriada, y por supuesto, tener mala conciencia, o tenerla ignorante, parece harto más seguro y menos peligroso que tener una conciencia social respaldada por el amor al llamado»otro» (al fin, parte de uno mismo , pero cuidado con estas expresiones ante los que tienen que juzgar) .
«No juzgueis y no sereis juzgados», nos dijo hace dos mil años el Cristo-Guía desde su conciencia total basada en Su amor infinito que le proporcionó dolor, traiciones, juicio y asesinato,legal,por supuesto y basado el Derecho, al mayor defensor de la Justicia, al Ser más puro que ha pisado esta miserable mundo.Ya nos advirtió a los que sentimos inclinación hacia lo mismo: «Si a Mí me fue mal, ¿cómo esperais que os vaya a vosotros»?
Así podriamos seguir enumerando desde Sócrates hasta cualquiera de los cientos de miles que la sociedad desmemoriada,ignorante,malvada y representada por códigos legales y malvados que nada tienen que ver con las leyes del amor,la compasión o la misericordia,ni,por supuesto, con la justicia, juzga, condena y sacrifica entre tantos otros a los humildes poseedores de la conciencia social basada en el amor convertido en conciencia moral y activa y con el único fin de silenciar la verdad. Trabajo inútil, por cierto, porque sobre la mentira adquiere las mismas propiedades de un corcho sobre el agua: aunque se le sumerja una y otra vez siempre acaba por salir para ser visto.
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo.Y por su historia de norte a sur y de este a oeste.Se arrastran por la historia del mundo como una pesadilla y como un testigo incómodo de la maldad de sus constructores.Un mudo (?) testigo de hormigon enrejado por el que se asoma el rostro de un hermano, y viene a ser el rostro sucio de un país, su rostro impresentable, su tarjeta de identidad.
Si una cárcel se llena de disidentes políticos, sabemos dónde estamos; si se llena de negros pobres, sabemos dónde estamos; si es de presos con trajes naranja o vestimentas árabes sabemos dónde estamos.
En cuanto un preso se asoma por entre los barrotes de una prisión cualquiera no sólo adquirimos un amplio conocimiento sobre la geografía del horror, sino sobre las dimensiones cambiantes de los Derechos, cuyos cambios precisamente evidencian la poca consistencia que tiene la palabra Justicia aplicada por unos seres humanos contra otros. ¿Era justo que Jesús fuese detenido, torturado y asesinado, como luego Gandhi o Luther King o que Mandela estuviese en prisión tantos años? .. ¿Es justo que ahora mismo esté condenada a morir una trabajadora filipina en kuwait por un asesinato sin pruebas judiciales o una mujer a punto de ser lapidada o una niña marroquí condenada a casarse con su violador, etc?.¿¿Es justo que existan cientos de miles de niños esclavos o soldados forzosos y nioñas esclavas sexuales hasta en el Vaticano?..Derecho y justicia, ¿cuándo habrán de encontrarse? Palabras y hechos, ¿cuándo?
La España negra
Tiene nuestra España una repugnante tradición carcelaria.Primeros puestos en el ranking mundial.Durante siglos, el oscurantimo, la intolerancia y la miseria han competido entre sí para ver cual de ellas llenaba antes los calabozos. Sacudirse de encima la ignorancia, la opresión y el hambre han sido durante siglos monárquicos o dictaduras militares acompañadas siempre por cleros inquisitoriales, los delitos mayores de los españoles.Y si nos remitimos a la última de todas (¿penúltima habría que decir con propiedad?), no hallamos fin a la lista de gentes con una buena conciencia social que empujados por el amor a sus semejantes y prefiriendo la justicia fueron ocupando celdas, compartiendo exilios, martirizados, segadas sus vidas en cunetas ignoradas o en tapias de cementerios.Y todavía tenemos presos por razones políticas y torturados que Amnistía reconoce. Si pensamos en ellos y en aquellos de nuestros contemporáneos presos y torturados por razones semejantes a las suyas no importa el país ni la excusa, tenemos que reconocer con horror que no sólo estamos ante el retrato de un monstruo de mil cabezas que juzga, condena y ejecuta, sino ante un monstruo que deja secuelas históricas de miedo a generaciones enteras. ¿O es que alguien piensa que se ha superado el miedo a expresarse libremente inoculado por stalinismos, fascismos,franquismos y semejantes?
Tal vez eso forma parte de la dureza con que tanta gente que sobrevivió a esos regímenes exige a gritos-ahí sí- «mano dura», «cadenas perpetuas», «penas de muerte», criticando la supuesta o real blandura de los jueces, o su parcialidad a favor de los delincuentes. Y es que este país sigue conservando su fanatismo secular… y sus miedos. Por arriba, al terrorismo (eso dicen los que están «arriba»).Por abajo a la delincuencia llamada «común». Con tantos pisos atracados, tantos asaltos callejeros, tantos asesinos machistas sueltos sin identificar y algunos identificados y sueltos, han descubierto muchas gentes una conciencia inesperada, pero no una buena conciencia social a favor de la justicia, sino de la venganza; otra muy distinta: de juez inflexible.Miren en los telediarios cómo gritan a los presuntos culpables. Son los mismos que acudirian a su ejecución en la plaza pública.(Ojo: no defiendo la violencia contra nadie ni llamo a los lectores a desobedecer las órdenes judiciales).
Según los datos del Ministerio del Interior existen en España en 2010 nada menos que (quédense con la cifra) 73.527 presos.Teniendo en cuenta que en 1990 existían 33.035, nos encontramos ante un crecimiento enorme de presos en cárceles ya abarrotadas, y eso que no paran de crear nuevas.
¿Cuántos desesperados tendrán que ingresar entre rejas para recibir el pan que el paro les niega?
Qué extraño país el nuestro donde crecen a la vez la economía para los de arriba y las cárceles para los de abajo.La Máquina de Administrar riquezas que debieran ser los administradores del Estado, al funcionar a favor de unos y contra otros, convierte en masivos y burdos los delitos en la parte más baja de la escala social y selectivos, refinados, rentables y menos carcelarios en la parte alta. Así que no hay modo de igualar diferencias, ni de impedir que sean arrojados a los subsuelos de las mazmorras y a los subuelos de la vida a los que apenas si pueden sostener la propia. Pero esa Máquina es la que juzga según las reglas de un juego organizado por los ganadores donde estos reducen su número y aumentan sus ganancias en la misma proporción que consiguen multiplicar el número de perdedores disminuídos en las suyas.
Se echa de menos en todas partes en estas sociedades insolidarias del capitalismo precisamente la justicia que nace de una educación social popular fundada en el amor al prójimo ; asusta comprobar hasta qué punto se silencia que estamos inmersos en una sociedad enferma que produce enfermos sociales entre otras causas por no fundamentarse en la justicia ni educar en ella a sus miembros. ¿No sería justo,por ejemplo, proporcionar trabajo en lugar de arrojar al paro y facilitar de este modo la delincuencia que luego vienen a castigar los jueces? ¿Sería justo facilitar una educación popular que defendiese el respeto al semejante y a los animales, la creatividad, la cooperación, el reparto de la riqueza y el espíritu crítico? .¿No sería justa al fin una sociedad que procurase la necesaria cultura para sostener todos esos verdaderos derechos sin que ni gobiernos ni iglesias impusieran sus propias cárceles mentales como viene sucediendo a los más jóvenes siglo tras siglo? Sí, sí, todo esto es elemental, sabido, pero ¿qué impide que se realice? ¿El Derecho que siempre impone el ganador? ¿Las debilidades que nos permitimos tener compasivamente con nosotros mismos y que nos convierten en humanos débiles? Esto, y lo otro, pero la justicia está ausente en ambos casos.
Entre tanto, las cárceles se arrastran por la humedad del mundo.¿Hasta cuándo? Sin duda hasta que decidamos liberarnos de las propias. Por los cimientos se empiezan los edificios.