Apariencia.
Dar una buena impresión.
Que se lleven un buen sabor de boca. Que digan de nosotros que somos esto pero no aquello, que nos comportamos de cierta manera y así podamos tener la seguridad, la tranquilidad, de que para los demás somos la hostia, o al menos eso que nosotros mismos nos creemos.
Es decir, que aquello que se supone o que suponemos entre todos que hemos de ser, se corrobore mediante un experimento, que es en este caso una muestra de intenciones, de aptitudes… una muestra hipócrita de lo que no somos…
Hoy, mientras trabajo, viene el jefe junto con un séquito de personas que vienen a ver la empresa. Llevo aquí trabajando unos cuantos meses ya, casi un año, y apenas lo he visto dos veces por aquí. Curiosamente, para acompañar a quien ha venido de visita. Para lo demás ni se molesta. Y todo, en este día, ha girado en torno a un tema: esa visita. Hemos de causarles una buena impresión a los que no son de aquí, a los que no nos conocen verdaderamente. Es decir, que debemos mostrarnos como queremos que nos vean. Queremos que la imagen que para nosotros es la correcta la vean reflejada en nosotros mismos, aunque tan solo sea unos cuantos minutos. Ellos han pasado por aquí y, sorprendentemente, el ambiente era distinto a cualquier otro día. Las mesas recogidas, todos en nuestros puestos, en silencio, tecleando en el ordenador, o haciendo como que lo que teníamos ante nuestros ojos era de nuestro interés. El jefe junto con la comitiva pasa por delante de nuestras narices, y una vez ha franqueado la puerta, volvemos a nuestro quehacer diario, el verdadero. La tensión desaparece, hemos pasado la prueba, se van con buen sabor de boca, y podemos volver a ser como realmente somos…
En cierto momento siento un poco de asco, siento como si todo lo que hago fuese una falsedad, una mentira, algo que tan sólo importa si vienen a mirarlo, pero que el resto del tiempo, cuando eres tú mismo, haces algo que no puede mostrarse. Y pienso un poco más. ¿Acaso no hacemos eso en nuestra vida diaria? ¿Acaso no nos arreglamos un sábado por la noche para salir de cacería? ¿Acaso no se arreglan de igual forma las mujeres para mostrarse como presas atrayentes? ¿Acaso no intentamos dar una primera buena impresión siempre que nos encontramos con un desconocido, o con ese conocido al que tanto tiempo hace que no vemos?
En este mundo en el que nos movemos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos convertido en ese ser hipócrita que se deja guiar por las apariencias, porque está demostrado que una cara amable en primera instancia hace que la persona que va a interactuar contigo lo haga con un estado anímico o con otro. Pero, ¿dónde está la realidad? ¿Todo ello es real, tanto lo que hacemos a diario como lo que queremos mostrar que es nuestra realidad, aunque sepamos que lo es así tan solo por unos minutos? Me pongo a mí mismo como ejemplo. Aquel que convive conmigo conoce todas mis facetas, pero me siento cómodo en su presencia, y no debo actuar ni ser distinto a como soy normalmente. Pero llega alguien desconocido, o alguien a quien llevaba mucho tiempo sin ver, alguien por cierto que tiene una imagen de mí creada que nació de una situación momentánea, lo que le llevó a sesgarla y a no magnificarla y comprenderla completamente, y sin darme cuenta adquiero esa identidad, esa actitud. ¿Por qué? Porque no merece la pena, o quizás porque sea un mecanismo de defensa.
Aquel que te conozca más profundamente tiene mucho más poder sobre tu persona que quien no conozca nada de tu intimidad. Por eso somos los hombres como somos, supongo. El caso: Hipocresía, apariencias, falsedad.
Pero pienso lo siguiente. Si todo el mundo lo hace, ¿dónde está la verdadera realidad? ¿Tan sólo cuando una persona está consigo misma, o en ese entorno íntimo en el que realmente puede brotar toda la esencia de la persona?
Vivimos coartados en un mundo en el cual se espera que actuemos y seamos de cierta manera, en función del lugar de la sociedad que ocupemos. ¿Por qué hemos de mostrar lo que no somos, o mostrar tan solo una parte de lo que somos? Porque nos adaptamos al lugar, y hacemos o somos aquello que se espera de nosotros o lo que se espera que seamos. ¿Por qué necesitamos esta aprobación a ojos de un desconocido, de un tercero, de alguien que en el fondo no tiene ningún vínculo con nosotros? Queremos hacerle ver lo buenos que somos, lo sanos que estamos, la calidad de nuestros servicios. Pero todo es humo. ¿Acaso no es todo fruto de una sociedad insegura y que precisamente por ello necesita constantemente reafirmar la idea que de sí misma tiene creada? ¿Acaso no es el mal del que acaecemos todos desde la infancia, ese intentar llegar a ser algo, ese intentar llegar a ser alguien para satisfacer las expectativas que en nosotros depositaron nuestros ancestros, nuestros padres, o que también depositó la sociedad?
Me doy cuenta después de todo esto, que no buscamos otra cosa que sentirnos aceptados allá por donde vamos. Sentirnos dentro del grupo, no sentirnos desamparados. Sentirnos queridos.
Amémonos siendo como somos, sin condicionarnos los unos a los otros, sin poner falsas expectativas e imposibles objetivos en la mente de aquellos que ansían que los quieran, porque se sentirán frustrados de por vida.