Las energías renovables han dejado de figurar en la agenda de los principales gobiernos de Europa, si es que alguna vez estuvieron. Al fuerte recorte que han sufrido las primas y subvenciones, se une la falta de voluntad política relacionada con los intereses de la poderosa industria energética, que no está dispuesta a ceder en su margen de beneficios. A pesar de la urgencia de acabar con los combustibles contaminantes, la transición hacia un modelo limpio y sostenible aún tendrá que esperar.
El gran avance tecnológico que ha experimentado el sector de las energías renovables en los últimos años es clave para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y frenar el cambio climático. La Unión Europea se había comprometido a reducir las emisiones de sus miembros en un 20% en 2020. Sin embargo, el frenazo en la implantación de las tecnologías disponibles compromete seriamente la medida comunitaria. Los gobiernos utilizan la crisis como excusa.
Algunas compañías argumentan que la implantación de las energías limpias no es rentable, ya que abaratan el precio de mercado de la energía que fijan las centrales de carbón y de gas natural. “Las ofertas de las energías renovables tienen costes variables cercanos a cero porque utilizan fuentes ilimitadas disponibles en la naturaleza. El resto de combustibles -que son los que cubren el grueso de la demanda- tienen un coste variable más alto, que tienen que recuperar las empresas para que les salga rentable”, afirma Jorge Fabra Utray, ex presidente de Red Eléctrica Española. Por tanto, los beneficios recaen sobre los propietarios de las centrales, un puñado de empresas que controlan el mercado energético, y que se aprovechan de su falta de transparencia, competencia y regulación para inflar los precios. La opacidad de este mercado hace que sea imposible averiguar el coste real que supone la producción de energía.
En España, las energías renovables acumulan recortes por valor de 5.593 millones en los últimos tres años, y se prepara un nuevo ajuste de 1.000 millones para junio. Esta medida ha provocado la destrucción de decenas de miles de puestos de trabajo y el desmantelamiento del único sector industrial en que España era un referente, además del impacto medioambiental que supone dejar de apostar por las energías limpias.
El sector energético está controlado por el oligopolio formado por Endesa, Iberdrola, Hc Energía y E.ON, integradas en la asociación UNESA. Estas empresas han inflado el recibo de la luz un 70% en los últimos 5 años, haciendo de la electricidad española la tercera más cara de Europa. El lobby eléctrico no considera que la apuesta por las energías verdes sea una alternativa para rebajar la inflación, y justifica el bloqueo a las renovables en el coste que suponen las primas. Pero existen opiniones divergentes. Jorge Morales de Labra, director general de la empresa fotovoltaica GeoAtlanter asegura que “existen estudios de prestigiosas organizaciones que demuestran que el impacto de reducción de precios en el mercado gracias a las fuentes renovables es igual o mayor que el importe que representan las primas”. A las empresas energéticas españolas no les interesa rebajar la inflación en los precios de la electricidad porque perderían parte de sus jugosas ganancias.
Para explicar la condescendencia de los gobiernos con los abusos de la industria energética es necesario remitirse al fenómeno de “puerta giratoria”. Varios expresidentes y ex ministros españoles encuentran acomodo en los consejos de administración de empresas como Iberdrola, Endesa o Gas Natural una vez que se retiran de la primera línea política. Este escenario invita a la ciudadanía a pensar que si no se reforma el mercado energético, gobierne quien gobierne, es por un posible trato de favor de los dirigentes hacia las empresas que luego les colocan con retribuciones millonarias.
Existen alternativas encaminadas al autoconsumo eléctrico que permiten que cada usuario sea dueño de su propia energía. Mediante la instalación de células fotovoltaicas es posible obtener la electricidad necesaria en el hogar o en el trabajo. Cada kilovatio producido gracias a esta fuente es un kilovatio menos producido en una central nuclear o de gas. Pero para lograr una cultura energética sostenible, es necesario cambiar nuestros hábitos de consumo.