La Prensa. Panamá, 01/06/2004.
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Dr. Belisario Rodríguez Garibaldo
Abogado, Sociólogo, Periodista, Analista Político, Profesor y Escritor
E-mail: brodgari@hotmail.com
Web: http://www.pa/secciones/escritores/rodriguez_belisario.html
Cuando ocurrió el atentado del 11 de marzo de 2004 en España, yo estaba en Madrid, donde realizaba estudios de postgrado. El día 11 de marzo, entre las 7:30 a.m. y 7:45 a.m., cuatro trenes de cercanías a Madrid, que partieron de la estación de Alcalá de Henares hasta la estación de Atocha en Madrid, hicieron explosión en distintos puntos de su recorrido debido a varias «bombas-mochila» colocadas dentro de los trenes por los terroristas. Las escenas que pudieron captar los periodistas españoles fueron dantescas: cadáveres, personas heridas, y pedazos humanos esparcidos por doquier de hombres y mujeres que se dirigían a esa hora pico a sus destinos laborales o a clases en colegios y universidades. La información suministrada por la prensa escrita de España acerca del testimonio de diferentes personas era estremecedora: 192 pasajeros perdieron la vida y alrededor de mil 400 heridos; familias enteras se vieron separadas por la muerte. Entre los muertos y heridos había en su mayoría españoles, pero también colombianos, ecuatorianos, rumanos, y de otras nacionalidades.
El ministro del Interior, Angel Aceves, planteaba que había certeza de que la responsable del ataque era la banda terrorista ETA, pero no se descartaban otras hipótesis. En la camioneta encontrada en Alcalá de Henares había siete detonadores y una cinta con versos del Corán. Empecé a cotejar la información. Una célula de Al Qaeda había enviado una carta a un periódico árabe de Londres adjudicándose el atentado; de la misma manera un portavoz de ETA llamó a una televisora local para desvincularse del atentado. Algo no encajaba, entre otras cosas el modus operandi, que no llevaba el estilo de otros atentados del terrorismo etarra. Sin embargo, fue el profesionalismo de los cuerpos de seguridad españoles los que días después, el 13 de marzo, aclararon las dudas de muchos españoles. Arrestaron a cinco árabes de diversas nacionalidades en un barrio populoso de Madrid, como parte de una célula vinculada a Al Qaeda y partícipe de la matanza.
Solo un día antes de los arrestos, el 12 de marzo, alrededor de 2 millones de madrileños, incluida mi persona, y un cálculo de 11 millones más en otras ciudades españolas, se manifestaron contra el más cruel y devastador atentado terrorista que conociera Europa, todos coreando consignas dirigidas contra ETA. El pueblo español es un pueblo amante de la paz y el progreso; después de la catástrofe experimentada en la Guerra Civil Española, se ha llegado al convencimiento absoluto de la democracia como forma de convivencia pluralista, donde las diversas corrientes -de izquierda, de derecha o regionalistas- disputan sus diferencias en el parlamento. Los ciudadanos están hartos de que una minoría disconforme, escudándose en ideas separatistas, intente imponerlas con pistolas y bombas al resto de los ciudadanos, dejando familias destrozadas por el llanto y la muerte. Por esta razón, cuando por segunda ocasión el ministro del Interior salió por los medios televisivos asegurando que había sido atrapada una célula de fundamentalistas islámicos relacionada con los atentados, los ánimos se estremecieron. Hace solo unos meses, millones de personas nos manifestamos en Madrid y otras ciudades de España y el mundo contra la guerra de Irak. Los españoles, en su mayoría, se sentían engañados y manipulados por el gobierno del Partido Popular, al que acusaba de haberlos llevado a una guerra injusta, de convertirlos en blanco del terrorismo islámico (ya no solo etarra) y de manipular la información sobre la autoría del atentado con fines electorales, mostrándose como dirigentes políticos firmes contra el terrorismo etarra, siendo otros los autores de dicho atentado.
En solo pocos días, el 14 de marzo, serían las elecciones generales, y la mayoría de las encuestas situaban como favorito al candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy, pero el atentado terrorista y la forma como el gobierno popular enfrentó la crisis, produjo un cambio en la percepción del electorado. Un día antes de las elecciones, el 13 de marzo, miles de ciudadanos de forma espontánea se manifestaron alrededor de la sede del Partido Popular, contraviniendo la ley electoral que prohíbe expresamente manifestaciones o actividad política en la llamada etapa de reflexión antes de las elecciones. Pero los ánimos ciudadanos estaban caldeados, y el día 14 de marzo se desarrollaron las elecciones generales con muestras de civismo y participación. En horas de la noche las autoridades electorales mostraban los resultados: una victoria para el candidato opositor del Partido Socialista Obrero Español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien meses atrás iba por detrás en las encuestas frente al candidato oficial. En aquellos momentos yo vivía cerca de la sede del Partido Socialista, y debido a mi militancia en el Partido Revolucionario Democrático de Panamá, que pertenece a la misma corriente política internacional, la llamada Internacional Socialista, y aunado a que tengo algunas amistades españolas en las Juventudes del Partido Socialista, me dirigí con una amiga para ser testigo directo de los acontecimientos: la algarabía alrededor de la sede del Partido Socialista, los minutos de silencio por la víctimas, las consignas contra la derecha española y las palabras del virtual presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, a quien tuve la oportunidad de conocer el año anterior en una reunión de las juventudes, cerró la etapa electoral; al día siguiente, millones de españoles se sorprendían con una noticia a todas luces previsible, en virtud de los acontecimientos anteriores: por segunda vez en la historia democrática de España los socialistas lograban alcanzar el poder.
Pero lo más importante de «Los cuatro días que estremecieron a España», parafraseando a Jhon Reed por su libro «Los 7 días que estremecieron al mundo», sobre la revolución rusa, si se me permite la licencia, fue realmente el dolor de las víctimas y sus familiares. Un día tienes un padre, una madre, un hermano, una hermana, esposa, esposo, cuñados, primos, tíos, amigos de toda la vida, y al día siguiente al despertar, te enteras de que está muerto, herido o desaparecido, y recorres hospitales y morgues buscando sus restos o al familiar cercano tal vez con vida. Lo más horrible del terrorismo, provenga de un grupo o provenga de un Estado, es su misma definición jurídica: «Acto violento cometido contra civiles inocentes con el propósito de generar terror». Por qué civiles inocentes, por qué si te consideras un soldado y luchas por causas que crees justas, no te enfrentas con otros soldados, preparados como tú para el combate y la muerte. Pero yo creo que nadie está preparado para la muerte, y mucho menos los familiares y amigos de las víctimas de un cruel atentado terrorista. No tuve amigos ni familiares que perecieran en el atentado del 11 de marzo del 2004 en Madrid, he conocido gente que sí perdió a alguien conocido o cercano. Yo mismo he tomado ese recorrido de tren en incontables ocasiones; no soy español, pero como latinoamericano, y firmemente convencido de que hay que luchar contra las injusticias cometidas contra cualquiera en cualquier parte del mundo, doy una muestra de solidaridad con el pueblo español, que sin duda no está solo en ese momento de dolor, y que la lucha contra el terror y su definitiva derrota dependerá de la unidad de los hombres y mujeres de bien en todo el mundo. Todo depende de cada uno de nosotros.