En este caso, yo separo las desgracias naturales de la vil maldad de muchos hombres, ya que observo que, pese a todo, el mundo sigue su curso hacia un más dulce bienestar social que antes; distintas son esas puntuales y terribles crisis económicas, que hacen retroceder décadas a un gran sector de la población, en cuyo caso la mejor decisión no es otra sino la de arrimar el hombro con más coraje que nunca; algo que, para su correcto desempeño, hay que practicar a diario el modo de luchar contra el dolor y las lágrimas, así como refrenar la ira con la que esquivar la maldad de los demás… y, sobre todo, a poner siempre el bien como asunto prioritario.
“Prefiero el dolor a la muerte”, dijo William Faulkner. Sin embargo, hay quien no soporta el dolor durante demasiado tiempo, por lo que recurre a procedimientos aún más dramáticos todavía. Lo que ayuda a echar más leña al fuego.
El mal, esa lacra brutalmente dañina y miserable, que ha llevado a hombres, mujeres y niños -rotas ya sus vidas- directamente al sepulcro, pese a su poder exterminador, no son tantos como parecen; pasa como con el ruido ensordecedor, que, siendo un solo un sonido, suena como cien tambores zumbando a unísono. Pero lo cierto es que el mal debiera ya estar exterminado de la faz de la tierra desde hace tiempo, y de ese modo, relajar el ritmo del corazón del hombre, que falta nos hace. Sobre todo, por eso de que cada persona -dicen- lleva dentro de sí un Caín y un Abel; otros, que dos Caín y dos Abel, y, por último, tres Caín y un Abel. Por lo que uno se pregunta: ¿qué razón hubo para que Caín fuera el malo de los dos?, ¿y por qué mató a su hermano? Pues si Dios creó a Adán a su imagen y semejanza, y a Eva de una costilla de Adán, Eva fue la artífice de que Adán comiera del fruto prohibido del árbol del bien y del mal… Y ahí quedó todo: fueron expulsados del Paraíso y punto. Han pasado ya muchos siglos y los filósofos continúan hablando de este oscuro asunto de Adán y Eva. Y el propio San Agustín culpaba a Eva del pecado original. Pero dejemos el Antiguo Testamento y, tras hablar de Herodoto, expongamos argumentos que se adecúen más al momento actual.
Dijo Herodoto, matemático e historiador griego [488-425 a. de Cristo]: “No intentes curar el mal por medio del mal”. Y el mundo, superpoblado ya, y siendo cada uno de su padre y de su madre… La maldad sigue extendiéndose como ríos de lava, por culpa de las guerras, que fueron las grandes culpables de que las cosas no marcharan por el sendero del bienestar, cuando los hombres, en vez de dedicarse a cuidar el ganado y a trabajar tierra, “trabajaban en la guerra”. Guerras que ya no eran conjuntos de maldades, sino una mala y sanguinaria costumbre de morir.
Afortunadamente, para bien de la humanidad, la furia de las luchas cainitas se ha refrenado bastante, comparadas con aquel largo pasado cruel y perturbador. El mal ya no está en las flechas, ni en fusiles, ni en las bayonetas, como tampoco en los tanques y misiles. Ahora la maldad anda anidando en el engaño y atada fuertemente a la corrupción; al oscuro trapicheo, a la envidia y a la estupidez. Más poder para el poder, más dinero para el dinero, más fama para la fama; muchos de ellos son el mal. Más ignorancia para los más necesitados; muchos de ellos son el mal. Y más dolor para el dolor.