Este artículo, hace justamente 13 años, buena fecha, que fue publicado. Y como lo considero de actualidad le doy vida y razón no desmedida publicándolo de nuevo.
Los ancianos de esta tierra
Nada de cálculos difíciles o grandes esfuerzos para imaginar a los ancianos de esta tierra dentro de unos años ocupando las calles de las grandes ciudades, frente a las instituciones, gritando realidades, exigiendo un rincón pequeñito donde terminar la vida que irremisiblemente va ondeando el pañuelo de los últimos adioses. Cortarán las calles, posiblemente con coraje recuperado, como de niños que quieren derribar a un gigante golpeándole con sus pequeñas y tiernas manos. Pero lo harán, y que nadie, por no ser viejo se ría, porque pueden quedar sorprendidos de su coraje, de cómo argumentan y señalan a los culpables. Y sin género de ninguna duda, significarán una seria amenaza para la clase política, esa que los recuerda en sus discursos para lograr el calor de sus votos, tanto la derecha de la espada y la cruz como la izquierda desmemoriada al socaire de la nomina. Entrando al juego de Sagasta o Cánovas
Porque si estos mayores de ahora parecen sumisos, resignados y conformistas, y sufren la explotación, la soledad, muchas veces el desprecio de la familia, la cruel ambición de zafios personajes si escrúpulos, que como con el tráfico de pateras y la droga, ven una manera de ganar dinero con el dolor y la indefensión de los más débiles, mañana no lo serán. No se resignarán a sucumbir en el olvido, a que les hurten con sutiles maneras las pensiones, a la crueldad carcelaria y el tormento de una reclusión en cubículos lúgubres donde pobre y débil no tendrán derecho a nada.
No queda lejos el día, donde las calles se llenarán de ancianos de una generación que conoció las experiencias de las reivindicaciones que pagó con creces su postura ante el franquismo, que será como volver atrás reclamando de nuevo unos derechos tan o más necesarios que los que exigían con grandes riesgos a veces, cuando eran jóvenes y aptos para le trabajo. Serán cientos de miles, millones de mujeres y hombres – más de los que viven hoy bajo el terror del paro- que no se resignarán a la miseria de unas celdas, al engaño de unos fondos de pensiones, a las hipotecas de mafias criminales, a la inagotable explotación del ser humano por unas minorías de una calaña sin conciencia que los recluyen con sutiles engaños en lugares inhóspitos para robarles el reducido caudal de sus rentas, fruto de muchos años de trabajo y humillaciones.
Las propias estadísticas, ya muestran la desnuda crueldad del cercano futuro. Serán multitudes por las calles protestando, los oídos atrofiados por los discursos de unos políticos actuales incapaces de lograr una solución, para los que en sus mejores años entregaron y volcaron por sociedad más justa, esa que ahora, cuando ya no producen los consideran un estorbo, puro negocio deshumanizado, dominado por la furia de los beneficios. Recordarán canciones perdidas en el fondo de la memoria, gritarán a los jóvenes que también ellos lo fueron, que amaron el gozo, que pagaron duras facturas. Pero el poder implacable del consumo los golpeará con sus calculadas reglas, aunque al ser tantos, ocupando las calles, ya que crearán un grave problema incluso como simples esqueletos vivientes. Y puede, que algún jerarca de religión más que conocida se acerque a la tumba de Franco y le diga. ”Francisco, levántate, te necesitamos”