El elogio a la locura y los bufidos del señor obispo Reig Pla
Si, por lo que voy a decir aquí, se me aplica el concepto que durante siglos nunca existió porque la Iglesia participaba del Poder absoluto donde no existía democracia, la llamada “libertad religiosa”, seré perseguido, detenido, condenado, encarcelado, torturado y mis despojos quemados en una de los cientos de miles de hogueras que los cristianos han utilizado para eliminar a quienes no comparten “su libertad” o doctrina. Si no fuera así es porque ya no vivimos bajo el dominio absoluto de la “libertad religiosa” del nacionalcatolicismo. Esto significaría que, desde el ejercicio de los derechos individuales y la libertad de conciencia, negada por la “libertad religiosa”, el obispo aún no se ha enterado no sólo de que es un cero a la izquierda, la nada con guadaña, sino de en qué tiempos vive.
Qué significado puede tener la “libertad religiosa” cuando el clero, que jamás ha vivido en una institución libre, pues la Iglesia tiene un régimen teocrático y un funcionamiento jerarquizado, cuyos miembros, el clero, son súbditos porque se someten a sus superiores mediante el juramento del voto de obediencia, no son capaces de imaginar lo que es la libertad. Les ocurre todo lo contrario que a los ciudadanos que por vivir en una sociedad libre no pueden imaginar una sociedad sin libertad.
Se echa de menos, por otra parte, una respuesta contundente por parte de los partidos de las izquierdas e incluso por parte de los movimientos sociales abortistas, feministas, homosexuales…etc., contra los bufidos de un representante de la voluntad de uno de los dioses monoteístas y teocráticos. No acabamos de entender que la derecha, que es clerical porque sus valores son divinos, está asediando y asaltando todas las conquistas sociales, políticas y morales desde diferentes frentes. El ataque no sólo está dirigido contra el bienestar social sino contra las libertades y derechos individuales, la libertad moral y de conciencia.
Este señor, Reig Pla, obispo de la que fue ciudad humanista de Alcalá de Henares, ha declarado, desde la credibilidad que le confiere ir agarrado a un símbolo fálico y de poder, el báculo, que : “La revolución sexual está produciendo muertos”.
Es evidente que al señor obispo el placer sexual no le gusta. A pesar de su edad aún no ha experimentado la inmensidad cósmica de tener un placentero orgasmo porque él ha sido patológicamente formado, desde su más tierna infancia, para odiar el sexo. Hasta tal punto ha llegado su patológico odio al placer que desde su juventud se ha mantenido asexuado, esclavizando toda su vida al compromiso de mantener su virginidad con el inhumano voto del celibato, no en la lucha contra el Poder de cualquier Estado, no en la lucha contra la propiedad privada, no en la lucha contra las dictaduras porque éstos no son sus enemigos sino sus aliados: el sufrimiento, porque como decía el papa Juan Pablo II en su encíclica “Savifici doloris”, porque purifica el alma; el sacrificio porque nos somete a la voluntad divina; el desprecio del cuerpo porque nos humilla.
Un papa, íntimo inspirador y colaborador del fascismo, Pío XI, fiel a la doctrina cristiana, afirmó en su encíclica “Casti connubi” que las “pasiones y la concupiscencia” deben ser sometidas a la voluntad divina. Que el cristiano debe practicar la castidad dentro y fuera del matrimonio, si quiere alcanzar la salvación de su alma. Ya en el reinado compartido de Dios y de Franco durante la dictadura del nacionalcatolicismo, los señores obispos, fieles al ritual, prometían ser castos y vigilar que los demás también lo fuéramos. En 1954 año triunfal del franco-catolicismo el cardenal Pla y Deniel pregonaba, justamente airado por el celo puesto en la propagación y defensa del celibato universal, en su carta “La modestia femenina cristiana y los concursos de belleza”: “En la Consagración Episcopal el Consagrante, antes de proceder a la misma, somete a un severo interrogatorio al consagrando, una de cuyas preguntas es: Quieres con el auxilio de Dios custodiar la castidad y la sobriedad y enseñarla? Y el consagrando responde: Quiero. No creeríamos ser fieles e esta solemne promesa que hace treinta y cinco años hicimos ente el altar del Señor, si calláramos como perro mudo ante el desbordamiento de la inmodestia femenina que hemos de deplorar aun en nuestra católica España en proporciones ciertamente menores que en algunas otras naciones, pero desgraciadamente suficientes para enervar y aun destruir la modestia tradicional, el mejor ornato de la mujer española.
Los principios de la moral cristiana en las costumbres son ciertamente distintos de la moral pagana y de la moral naturalista de los ateos y materialistas de nuestros días. Las doctrinas cristianas conceden una gran nobleza y sienten un gran respeto por el cuerpo humano que consideran templo del Espíritu Santo, pero establecen a la vez la necesidad de la custodia del pudor, pues de otra suerte los estímulos muy poderosos de la sensualidad y de las pasiones desordenadas de la carne le inducirán a la deshonestidad y la corrupción. Cuán hermosa y bella es la castidad cristiana en todas las edades de la vida, en todos los estados, en los dos sexos, pero sobre todo en la mujer !Cómo resplandece la belleza de las vírgenes cristianas y la suave majestad de las matronas prudentes castas como una Blanca de Castilla, una Isabel la Católica! La castidad se llama limpieza y el pecado de impureza se llama sucio. ¡En qué podredumbre física y moral suelen acabar las víctimas de la vida impura!»
Posteriormente, en 1995, el Pontificio Consejo para la familia en su documento titulado: “Sexualidad humana: verdad y significado, orientaciones educativas en familia”, beligerante contra todas las conclusiones de Freud y los freudianos, afirmaba que «La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado” que «Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia«. «Los padres son conscientes de que el mejor presupuesto para educar a los hijos en el amor casto y en la santidad de vida consiste en vivir ellos mismos la castidad conyugal” y en consecuencia “La educación de los hijos a la castidad mira a tres objetivos: a) conservar en la familia un clima positivo de amor, de virtud y de respeto a los dones de Dios, particularmente al don de la vida;9 b) ayudar gradualmente a los hijos a comprender el valor de la sexualidad y de la castidad y sostener su desarrollo con el consejo, el ejemplo y la oración; c) ayudarles a comprender y a descubrir la propia vocación al matrimonio o a la virginidad dedicada al Reino de los cielos en armonía y en el respeto de sus aptitudes, inclinaciones y dones del Espíritu.” Para concluir con este galimatías: que la razón de ser de la sexualidad es la de ser negada su práctica porque gracias a este acto de negación del placer el alma alcanza el estado de perfección. ¿Se han perdido en el laberinto del argumento? Pues es muy sencillo: el sexo existe para poner a prueba nuestra capacidad de no practicarlo y si no lo practicamos pasamos a pertenecer a la categoría de los perfectos. Que está muy por encima de los imperfectos.
O sea, que en este ejercicio repetido de defecaciones morales e intelectuales de los señores obispos resulta que de los 6.000 millones de seres humanos que habitan la tierra y que todos los días a cualquier hora y en cualquier parte del mundo mantienen gozosas relaciones sexuales, incluidos los cleros cristianos de otras iglesias que no ocultan practicar el placer del sexo, son imperfectos porque lo dicen los 200.000 curas y monjas patológicamente educados en el odio al placer. Aquí me parece que está fallando algo. Y para darse cuenta de este vomitivo disparate divino, otro de tantos, no es necesario, repito, conocer las conclusiones de Freud, ni las de Reich, Foucault o Marcuse, que sería mucho pedir, sino simplemente comprobar que qué sería de los 5.000 millones de seres humanos que practican el incomparable placer del sexo, si, encima de estar económicamente explotados luego, en el humilde rincón de su alcoba, en lugar de practicar el placer se encontraran con la compañía de un casto cura. Claro que el señor obispo no ha podido leer a éstos y otros autores porque existe una cosa llamada ”Ándice de libros prohibidos” por la Iglesia católica desde el Concilio de Trento donde se encuentran encarcelados. Freud no existe en las Universidades católicas. Y no sólo porque era judío. Esta es la libertad religiosa esa que se alimenta negando la libertad sexual, la libertad política y los derechos individuales.
Pero, ¿alguien concibe el ser humano sin placer sexual? ¿Puede ser humano el ser que no practique el sexo? Que se sepa los animales de cualquier especie no alcanzan la categoría de humanos por dos sencillas razones: porque no son capaces de pensar y porque no son capaces de disfrutar con el placer cósmico del sexo. Los animales no practican el sexo porque para eso es necesario tener imaginación, los animales se limitan a copular una vez al año por razones hormonales e instintivas. Los animales marinos, que son millones, ni tan si quiera eso porque no llegan a tocarse nunca. Y si algo no es hormonal en los humanos, es el sexo porque lo podemos practicar en cualquier momento, con frío o con calor. Por eso estas dos capacidades sólo las tenemos los seres humanos. Tal vez por eso el clero católico no sea humano sino divino. Justamente la negación de pensar o ser moralmente libres y la negación de disfrutar con el sexo están contenidas en los votos de obediencia y de castidad. Votos con los que se construye y fabrica un cura, un obispo y un papa.
La cuestión es que los señores obispos y el clero, si odian el placer sexual, es porque deben tener otras formas de obtener placer. Y para entenderlo sí que sería necesario leer el libro “El miedo a la libertad” de Eric Fromm. Un libro en el que se estudia el carácter sadomasoquista. Es evidente que, si para obtener placer hay que sufrir, humillarse y negarse así mismo, según proclaman a voz en grito los valores cristianos y los obispos y el propio fundador de su religión se inmola para encontrar la felicidad en la muerte, es evidente, decía, que lo que nos proponen los obispos es participar en su concepto sadomasoquista del placer. Luego, los obispos y el clero, sí que tienen una fuente de placer, sólo que en lugar de basarse en una comunicación sexual se basa en una relación de dependencia de sirvo a amo. Bueno, el señor obispo y su doctrina están en el derecho de obtener placer recurriendo al sacrificio humano y divino pero que encima quieran imponernos a los demás ese modelo es algo que no tenemos por qué permitir. Sobre todo porque su elección sadomasoquista es producto de su formación patológica contra el placer y la libertad sexual.
En su declaración relaciona la sexualidad y los muertos, en el sentido de que las muertes de algunos seres humanos están causadas por que somos sexualmente libres. Esto es porque no estamos dispuestos a someter nuestra conciencia, nuestra voluntad y nuestra libertad al dictado de los obispos y de su clero. Y esta afirmación divina es una macabra interpretación de una de las más dignas conquistas del ser humano: el placer, hecha por una persona que nos propone practicar el sadomasoquismo, esto es: la violencia, como fuente de placer.
La violencia como fuente de placer, la muerte como solución a la vida, es justamente lo que vienen practicando todas las religiones monoteístas desde que algún lunático las inventó. Y el cristianismo en sus diferentes versiones, como la católica, no ha dejado de utilizar, la violencia, para conseguir imponerse contra el resto de seres humanos. De manera que el catolicismo ha sido posible gracias a que a pasado a cuchillo a millones de personas a l largo de su historia. Y todo ello para mantenerse en el Poder.
Durante dos mil años han condenado a los judíos, los han marcado con distintivos, los han perseguido, asesinado y despreciado por ser deicidas. Millones de herejes, librepensadores, pajilleros, escritores, mujeres, brujas, campesinos durante las revoluciones en alemanas en el siglo XVI…etc han sido asesinados en nombre de dios por mano de papas y de los obispos y del clero que, en las guerras carlistas empuñaba las armas contra los liberales y no le faltaban arrestos para dirigir los pelotones de fusilamiento. Lo mismo que repetirían durante la guerra civil española. Invito a la lectura de los episodios nacionales de Galdós, especialmente los episodios: “Los Apostólicos”, “Un faccioso más y algunos frailes menos” y “La Primera República”, al menos.
Ese cardenal que he citado al principio, Pla y Deniel, que prometía “custodiar la castidad y la sobriedad y enseñarla” es el mismo que escribió y firmó la “Carta colectiva” de los obispos españoles apoyando la sublevación de Franco contra la República invocando a su dios con estas palabras: “...Este documento no será la demostración de una tesis, sino una simple exposición, a grandes líneas, de los hechos que caracterizan nuestra guerra y la dan su fisonomía histórica. La guerra de España es producto de la pugna de ideologías irreconciliables; en sus mismos orígenes se hallan envueltas gravísimas cuestiones de orden moral y jurídico, religioso e histórico… Estos son los hechos. Cotéjese con la doctrina de Santo Tomás sobre el derecho a la resistencia defensiva por la fuerza y falle cada cual en su justo juicio.
…que por lógica fatal de los hechos no le quedaba a España más que esta alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya planeada y decretada, como ha ocurrido en las regiones donde no triunfó el movimiento nacional, o intentar, en esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principios fundamentales de su vida social y de sus características nacionales.
La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del Gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no habían logrado en las urnas, se transformó por la contienda cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias; la espiritual, del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector, para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España con todos sus factores, por la novísima «civilización» de los soviets rusos.
…Hoy por hoy, no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ella derivan que el triunfo del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que en los comienzos de la guerra, porque el bando contrario, a pesar de todos los esfuerzos de sus hombres de gobierno, no ofrece garantías de estabilidad política y social.
Pero, sobre todo la revolución fue «anticristiana».
7.-El Movimiento Nacional: sus caracteres
Demos ahora un esbozo del carácter del movimiento llamado «nacional». Creemos justa esta denominación. Primero, por su espíritu; porque la nación española estaba disociada, en su inmensa mayoría, de una situación estatal que no supo encarnar sus profundas necesidades y aspiraciones; y el movimiento fue aceptado como una esperanza en toda la nación; en las regiones no liberadas sólo espera romper la coraza de las fuerzas comunistas que le oprimen. Es también nacional por su objetivo, por cuanto tiende a salvar y sostener para lo futuro las esencias de un pueblo organizado en un Estado que sepa continuar dignamente su historia. Expresamos una realidad y un anhelo general de los ciudadanos españoles; no indicamos los medios para realizarlo”.
Pues bien, en nombre de la Iglesia católica y de su dios se inmolaron en España más de un millón de personas. Sin esa rebelión franco-clerical no habrían muerto. Pero es que sobre el triunfo de la cruz, de la muerte, y bajo la protección del Dictador se construyó durante cuarenta años de dominio absoluto del espíritu y la doctrina católica un país sobre la cultura de la muerte. En el que la lucha contra el placer sexual, aunque sólo fuera de pensamiento, estaba condenada, calificada de perversión, prohibida y perseguida. El mismo papa, Pío XI, que escribió la “Casti connubi” fue el que calificó a Mussolini de “hombre providencial” y llevó a Franco bajo palio; el mismo papa que escribió la “Salvifici doloris” exaltando el sufrimiento como vía para alcanzar el placer, Juan Pablo II, es el que apoyó a Pinochet y a las dictaduras militares argentinas y todas las dictaduras católicas africanas y sudamericanas. Gracias a los dictadores sus súbditos convirtieron sus vidas en un calvario y en una inmolación al dios católico, encontrando de esa manera la felicidad, que les era negada en la libertad, en el sufrimiento.
En la Italia fascista, como en la España franquista o en el Portugal salazarista, en la Argentina de Perón, en el Chile de Pinochet…etc. la Iglesia católica firmó concordatos por los que adquiría el monopolio de la educación y la imposición y vigilancia de las costumbres no sólo asexuadas sino beligerantes contra la libertad sexual. Sus sacerdotes fueron a la guerra acompañando y bendiciendo a sus ejércitos. Y así desde que el cristianismo fue constituido por orden del emperador Teodosio en doctrina única y oficial del Imperio. Lo que se hizo después de batallas y guerras entre ejércitos católicos y paganos. De manera que el dominio católico de la muerte asociado al de la imposición de la castidad fue posible gracias a estas dictaduras profesionalmente asesinas. Los seres humanos preferimos buscar el placer y comunicarnos practicándolo a obtener, como el clero y los obispos, placer con prácticas sadomasoquistas.