En su reciente visita a Brasil, el Papa Francisco expresaba: «Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece«. Y si bien el desafío de Su Santidad se corresponde a otras facetas espirituales, no podemos olvidar las de andar por casa. Tan cercana a nuestra realidad cotidiana pidiendo una sólida acción para defender «a los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicos que claman al cielo«.
En su amplia dedicatoria a tratar temas mundanos, no desestimo valorar positivamente la laicidad del estado, «que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas«. Tendrá que adentrarse en los aparentemente inaccesibles recodos -como en cualquier gobierno o estructura de poder- de las cloacas del Vaticano, para que fluya y depure la corriente de los acontecimientos inmorales conocidos.
El escritor polaco Zbigniew Herbert en su obra El laberinto junto al mar, colmaba la expresión de acerada y puntiaguda sencillez, «El único camino que nos acerca al mundo es la compasión«. Sentir compasión por este papa parecería un sacrilegio. Pero a la vista de lo que es el innombrable cúmulo maldades que cubren el cielo y plagan de sombras la tierra, habría que, al menos, tenerlo en cuenta para quebrar el cerco que nos atenaza y nos reduce a cifras. Guarismos sin alma. Desperfectos que no tienen arreglo ni reparación. Así nos define el Fondo Monetario internacional -FMI- cuando sin recato propone a España reducir los sueldos a un 10 por ciento para crear empleo. Además de revisar el gasto en pensiones, sanidad y educación.
Incendios y ladrillos nos rodean. Según la página web España en llamas, entre los años 2001 y 2011 se produjeron 187.239 incendios forestales. Provocando una superficie quemada de 1.239.524 hectáreas. Green Peace en su informe Destrucción a toda costa 2013 concreta que entre 1987 y 2005, el litoral ha sucumbido ante el ladrillo y el cemento. La comparación es lo suficientemente descriptiva. En ese periodo las costas españolas han sido mutiladas: la superficie de pérdida es equivalente a la construcción diaria de ocho campos de balompié. El futuro más inmediato no es nada esperanzador. La futura ley de costas impulsada por el gobierno, pretende que la lengua de arcilla y materiales calcáreos asome sin verguenza en el resto de los malogrados paisajes costeros, pero aún intactos. El fuego y la construcción desmedida han convertido nuestro entorno en un erial. Es otro cerco que nos amenaza en esa lenta progresión de deterioro del medio natural. Dos frentes que acabaran uniéndose para reducir a la más indigna y miserable herencia el préstamo de nuestro hijos.
La mentira nos circunda porque no hay el menor disimulo en ejercerla, en articular la voz de la conciencia como una simple pieza de parchís que se mueve por el antojadizo número de puntos que señala el dado. Los tahúres extienden el malévolo estado de sitio en el que todo es lo que parece. El desapego a la verdad -como un virus infeccioso- va contagiándo y delimitando los espacios de integridad hasta reducirlos a cenizas -como en el caso de los incendios- o a la construcción paradisiaca y efectista -como las efectuadas en las costas- y ocultar la triste desgracia que la verdad se encuentra en regresión. En el año 1917 el poeta sevillano Antonio Machado publicó Campos de Castilla. Componía esta hermosísima obra poética los llamados Proverbios y cantares. En ellos la reflexión existencialista contiene una poderosa carga de melancolía y nostalgia, pero también de crítica a la sociedad española. Así en el enumerado como XLIX, afirma: «¿Dijiste media verdad / Dirán que mientes dos veces / si dices la otra mitad«. En el contexto actual no es necesario mentir dos veces, se miente descaradamente, sin rubor, a cuerpo gentil, sin sutilezas ni medias tintas. Así lo define el escritor Antonio Muñoz Molina: «Una ventaja de esta época sombría es que la desvergÁ¼enzade los que manadan se ha vuelto tan absoluta que ya no hacen falta especiales sutilezas para adivinar los propósitos de sus actos, y ni los más incautos corren peligro de engañarse sobre ellos» El pasado 26 de julio se cumplió el 138 aniversario del nacimiento de Antonio Machado. Á‰l también tuvo que eludir el cerco. Antes que sus pasos mortecinos, como tantos otros exiliados españoles de la guerra Civil, terminaran en Colliure, una larga, penosa y angustiosa travesía revelaba ese sentir estoico. El poeta Francisco Vélez Nieto lo expresa con esta extrema sensibilidad: «Por eso esa madre, tan avanzada en edad, caminó a su lado sostenida por el tesón y la ternura. Y desde los adentros de ese cariño al hijo derrotado, extenuado y enfermo, más ligero de equipaje que nunca en su modesta existencia, ella, como una pluma es llevada en los brazos del escritor Corpus Vargas que se ha volcado en atenciones para toda la familia de los Machados. Así va cruzando la raya fronteriza que separa a España de Francia, tras una larga noche triste en un vagón de tercera en vía muerta, descansando de la huída de la crueldad de un pueblo enfrentado, de la asolada España. Y esta anciana desfallecida, camino del exilio con un hilo de voz pregunta: “¿Llegamos pronto a Sevilla?”
Los cercos nos mantienen pasivos, domesticados, ausentes, groguis, apiñados, asépticos. Nada nos impide quebrarlos, salvo nuestra indolencia. Siendo así, la verdad se convierte en proscrita y clandestina. El temor y el recelo nos atan a la conformidad, a la aceptación de los términos falaces. En fechas no muy lejanas, los ciudadanos que se manifestaban en contra de los desahucios fueron calificados de nazis y terroristas con la severidad que se hace gala desde los púlpitos políticos. Ahí es nada. El cerco que mantienene con su mayoría parlamentaria estaba siendo amenazada. En realidad lo eran sus mentiras, las que penden del basto hilo de la ignorancia ilustrada.