Sociopolítica

Los colores de la nueva realidad

El señor Marrón era un ejecutivo de éxito. Ganaba dinero que le permitía un tren de vida despreocupado y cómodo. Una de sus aficiones era el arte, en la que puso mucho interés; llegó a poseer una buena colección de pintura y escultura que llenaron las paredes de su casa. Pero le llegó la crisis, como una bofetada imprevista, que con saña desmontó el castillo de marfil y la dura realidad vino e ejercer de bisturí que sajó o amputó por igual proyectos y esperanzas. El señor Marrón ha pasado a convertirse en estadística del INEM; sólo prefiere pensar en ganar tiempo al tiempo antes de que se acabe el último peldaño de bajada.
El señor Amarillo es artista plástico. Es reconocido por su trabajo innovador entre el público y los galeristas del país; incluso ha expuesto en otros lugares de Europa. Tiene un éxito relativo, pues entre los artistas el éxito es caprichoso, dando lugar a castas y clasificaciones;  al señor Amarillo se le podría incluir entre los casi consagrados que sin embargo no disponen del caché de aquellos a los que se ha decidido denominar así. Todos los ingresos provienen de la venta de sus cuadros y ha vivido bien en estos años, acunado por la bohemia. De pronto ha dejado de recibir encargos de las instituciones, de particulares que conocen su obra, de galerías para exponer. La situación le demuestra que ante el escaparate de sus pinturas ya no se detienen los curiosos.

El señor Negro, dueño de una galería de arte, no sabe ya cómo hacer frente a las facturas. Dispone de un local céntrico con una buena reputación durante años. La cartera de clientes recoge a coleccionistas y compradores que en otros tiempos componían un círculo virtuoso que se retroalimentaba con todos los agentes necesarios. Artistas: posiblemente ventas; artistas más conocidos: mejores ventas; más apuestas emergentes: rentables negocios. Fiel al lema: El gasto es inversión, no escatimó medios para estar en la onda. Al final los números no engañan, sus temores tampoco. Ahora está abocado al cierre, no va más.

El señor Verde es periodista. Su labor de difusión del arte es seguida por numerosos lectores en diversos medios de comunicación aunque su faceta más popular es la de conductor de un programa televisivo en el que tienen cabida todas las Bellas Artes y que goza de una gran audiencia. Quizá el señor Verde no padece los efectos de la crisis porque tiene trabajo pero puede que la Cadena que le procura el programa sí piense en ajustes. Del “share” sobra todo lo que no atrae a la masa. Primero los culturales; tiempo habrá de colar gato por liebre en  películas de serie Z. Nuestro señor Verde pone involuntariamente epílogo a esa actividad; hace cuentas: ¿Las ventas de sus libros? ¿Los artículos en la prensa? ¿Las colaboraciones? En su interior sabe que todo ello puede ser efímero si se acaba hablando de rentabilidad y tiradas.

El señor Azul es concejal del Ayuntamiento. El área de su gestión política es Cultura. Tiene consejeros y técnicos que dicen entender de esos temas. Delega casi todo menos su firma y así se le puede seguir por los prólogos en los catálogos de las exposiciones y eventos patrocinados. Nadie conoce sus gustos artísticos o literarios. Lleva dos legislaturas en el cargo; en la anterior, las órdenes eran que las corporaciones debían endeudarse. Todos los departamentos cumplieron fielmente la consigna. El suyo, Cultura, no podía ser menos; pero la inversión en proyectos culturales necesitaba de una buena proyección que procurase votos para el futuro. Se tiraron las casas por las ventanas. Equipamientos, museos, que no falte de nada. El señor Azul pudo presumir de edificios. -¿Contenidos? ¿Han dicho contenidos? Eso no es inversión, sólo es gasto corriente- dicen que decía el concejal. Con la actual legislatura han cambiado las consignas: Ahorrar. Ahorro como necesidad para evitar la quiebra. Los contenidos de los que se burlaba el señor Azul dormitan por los rincones de la Caja vacía.

El señor Blanco se llama a si mismo ciudadano. Ejerce como tal y respeta las reglas del juego. De un tiempo a esta parte parece que se le cae el mundo encima. No entiende de causas pero de repente la realidad le ha hecho poner las manos arriba, sobre la cabeza -No se mueva. ¡Quieto!- Le dicen a todas horas. Estar quieto permite pensar; el señor Blanco echa de menos actividades que se han disipado en el olvido. Teme no poder recordar cómo era la vida cultural de su ciudad. Duda sobre cuál será la próxima crisis si ésta de ahora acaba.
publicado en «Crisis, revista de crítica cultural»
Eugenio Mateo

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.