Compiten en las calles dos clases de colores: los colores variados de las diversas “mareas” reivindicativas y los colores de los uniformes de la reconvertida policía a neofranquista.
Créanme si les digo lo cerca que están mis recuerdos de la España franquista, y todas sus miserias y represiones, de las noticias de actualidad en esta que se dice demócrata, aunque a estas alturas pocos son los que se atrevan a usar tal adjetivo, excepto tal vez muchos de los okupas del Parlamento de la Nación y todos sus hipnotizados. En la España de hoy, tan rancia y castigada, compiten en las calles dos clases de colores: los colores variados de las diversas “mareas” reivindicativas, y los colores de los uniformes de la moderna policía, que aunque haya dejado el gris se ha quedado con las mismas instrucciones: dar leña al que reivindica. Y si el neoliberalismo frankistoide como sistema zombi y retro tiene colores propios, el pueblo también tiene los suyos: los colores de la vida que corren en mareas urbanas. Esa es la diferencia.
Estos días, las calles de las principales ciudades se llenan de manifestantes que claman contra esta ley de educación neofranquista defendida por este gobierno nostálgico de sus abuelos. Resulta más que evidente que el Partido gobernante pretende hacer retroceder sin miramientos ni diálogo alguno a la sociedad española hacia los años más negros de la dictadura, con su creciente abismo social empobreciendo a las clases medias, haciendo crecer la pobreza y la exclusión social entre pensionistas, trabajadores,enfermos, estudiantes, profesores, y el millón largo de familias con todos sus miembros desempleados y sin recurso alguno. Y como en los años más negros del franquismo, los jóvenes se ven obligados a emigrar si quieren vivir, con la diferencia de que estos de hoy son los hijos o nietos de aquellos, pero con más idiomas, más cultura y más títulos universitarios, cualidades estas que aquí no tienen valor alguno porque este gobierno los prefiere camareros. Así que se van, a ver si se les valora por lo que tienen y saben. No son los únicos: como en la época negra que ahora se quiere revivir, la investigación científica no tiene interés: que inventen ellos, los extranjeros. Naturalmente habrá algún que otro científico emigrado que inventará con ellos y para ellos, para los extranjeros. Los que no sean científicos tendrán que hacer como en España: servir copas y tener minijobs. Vivimos en este país en una agresión social permanente a la que nadie escapa, excepto la Iglesia y los ricos de todos los sectores, los mafiosos y los usureros de la banca que hemos rescatado y ahora no dan créditos ni con usura porque ganan más especulando.Por lo visto aquí sobra todo el mundo menos ellos y los mafiosos de todas las razas y negocios, con preferencia los sucios.
Tampoco los estudiantes y los profesores se iban a librar del acoso, y por eso esta Ley de Educación pensada para molestar al gobierno anterior, favorecer la catequesis en los colegios públicos, privilegiar la enseñanza privada, y a la larga convertir a la enseñanza pública en guetos para hijos de pobres, parados y en general, igual que se pretende ocurra en la Sanidad, y en los servicios sociales, pues aquí el modelo yanqui es el favorito de esta clase política en el poder, y sienten por sus jefes en la Casa Blanquinegra la misma reverencia que ante su purpurado Papa de Roma. Les van esos colores de barras que embarran y de estrellas que estrellan. Pero a nosotros, los españoles nos van mejor otros: el rojo de la vida, el dorado de los campos de trigo y maíz no transgénico, los morados y rojizos de las viñas, los verdes serios de los olivos, y los mares azules sin contaminar. O sea: qué casualidad que nos gusten precisamente los colores que molestan a estos políticos trasnochados. Y es que sus colores, sus blanquinegros y purpurados, sus rojosgualdos y sus otros azules con gaviota flotante nos hacen salir a las calles todos los días en todas partes, y no precisamente para celebrarlos.