Las migas del almuerzo
Podría subirme al carro de la hipocresía y lanzar desde sus adrales un alba a la concurrencia con mi voz paupérrima y disonante. Podría sacar la fusta y azotar con ella corvejones y coronillas. Pero no lo haré. Ayer, las Cortes de Castilla-La Mancha hicieron públicas las declaraciones patrimoniales de sus regidores de designios y han levantado polvareda, política se sobreentiende.
Llevo tiempo sufriendo lo que llaman “malestar general”, padezco fuertes cefaleas, duermo mal, poco y a deshora y he perdido el apetito. El médico de cabecera, después de 15 días en la lista de espera, me ha realizado las pruebas pertinentes, me ha revisado la tensión, me ha tomado el pulso y ha auscultado mis amígdalas con un palito. Luego me ha recetado reposo y paciencia, porque la enfermedad que sufro, que al parecer es bastante común en la España de hoy, tan solo se cura respirando hondo. Sí, señores, como muchos de ustedes, sufro dolores de cospedal.
Pero no se alarmen. La dolencia aún se encuentra en estado embrionario y en unos días estaré totalmente recuperado. Justo el tiempo que necesita mi cuerpo para asimilar los anticuerpos y hacerse inmune a la enfermedad. Me han dicho que los efectos remiten con el paso de los días, que mi cerebro aceptará su condición de pobre y que todo volverá a la normalidad. Tan solo necesito otras noticias de más calibre que reactiven mis defensas y consigan que el ojo y la tecla se posen en otros lagares. Pero hoy especialmente, he de confesar, tengo un mal día. Ya se me pasará.
Respetando la sabiduría científica, he decidido automedicarme con unas tabletas de pastillas que guardo en el vasar para estos casos. No sé para qué sirven, las heredé de mi abuela que tanto le servían para la migraña que para un soponcio. Y no puedo negarme la evidencia, aunque el doctor me la haya camuflado bajo un nombre que apela a la hipocondría. Tengo envidia, es sólo eso. Y frustración. Porque saber que la señora de Cospedal cobra un cuarto de kilo por desempeñar el mismo trabajo que yo practico sin descanso, con encono, desde hace tanto tiempo, enferma a cualquiera. Claro. “Todo va de mal en peor”. 6 palabras, pronunciadas en todo momento y lugar, a 40.000 euros la palabra. No está mal.
Pero ya dije que no voy a subirme al carro. Los tontos me parecen “los otros”, entre los que me incluyo. Que el presidente de España, por muy zapatero remendón que sea, cobre algo más de 60.000 euros anuales, clama a los cielos. ¿Quién de nosotros aceptaría semejante cargo por jornal tan ridículo? Y lo digo sin retintín. Si leen mi columna del pasado 25/09, en la que hablaba del Presidente de Kalmukia, pueden encontrar el mejor slogan para unas presidenciales: “Un presidente rico es la mejor garantía contra la corrupción”. Pues eso. Si a mí me ponen de guarda jurado del Tesoro de Alarico, donde la Cueva la Mora, y me pagan a 3 euros la hora, pues mire usted, seguramente alguna monedica de plata se me deslizará “sin querer” al bolsillo de pana.
Así que lo digo y lo transcribo. Señores políticos, sigan el ejemplo de Dª Dolores de Cospedal, pónganse sueldos desorbitados, el que consideren suficiente para mantener su nivel de vida y que evite tentaciones de hurto y sisa en la caja. O que les proporcionen tal cantidad de satisfacción terrenal que el cerebro no se distraiga en otras metáforas poéticas que les hagan escribir endecasílabos acerca de los labios seductores de Leire Pajín.
Sí, es pura envidia porque podría subirme al carro como otros, pero qué le vamos a hacer, a mí me tocó agachar la cerviz, uncirme el yugo y tirar de él. Es ley de vida. Me vuelvo a la cama que me está subiendo la fiebre. Los dolores de cospedal son así, intermitentes, a veces vienen, luego se van y cuando menos se lo espera, uno ya está completamente restablecido.