El sistema está deseando que el movimiento 15-M cometa errores para reventarlo. El sistema se defiende de mil maneras. Los indignados no podemos permitirnos el lujo de cometer ciertos errores.
Como era de esperar, el sistema, sustentado en la falsa democracia, no ceja en su empeño de combatir al movimiento 15-M. Para ello todo vale. El sistema “democrático” post-franquista, mejor dicho, neofranquista, no está dispuesto a hacer ninguna reforma democrática. Cualquier cambio, por pequeño que sea, pone en peligro al castillo de naipes, que puede desmoronarse. Tienen miedo de abrir la caja de Pandora, de iniciar una dinámica de desarrollo democrático que haga peligrar la actual oligocracia. Tienen miedo a la democracia real. El régimen tratará, por todos los medios de que dispone, que son muchos, de impedir cualquier cambio que tenga que ver con el sistema político y económico. Sólo cederá, e intentará hacerlo lo menos posible o sólo en apariencia, si no tiene más remedio, como último recurso, si la presión popular es sostenida en el tiempo, si se hace insoportable para el status quo de la oligarquía y sus lacayos. Como ahora dicen sus portavoces, el movimiento 15-M ha traspasado las líneas rojas. Pero en verdad no las ha traspasado ahora porque unos cuantos energúmenos (que no representan realmente a los indignados) hayan actuado vergonzosamente acosando a los diputados del Parlament de Catalunya el 15 de junio, lo hizo en cuanto osó cuestionar el actual sistema y reivindicar la democracia real, la superación de la actual “falsicracia”.
El sistema tiene muy claro desde el principio que este movimiento de los indignados es intolerable para él. Intolerable porque es, como mínimo, potencialmente revolucionario. El sistema lo está intentando todo para pararlo. Reprimiendo por la fuerza, incitando a la violencia, usando sus arbitrarias y contradictorias leyes, practicando la habitual desinformación masiva a través de sus medios de adoctrinamiento ideológico disfrazados de medios de información, infiltrándose en las acampadas, en los foros de opinión, en las manifestaciones, esperando e incitando a que el movimiento ciudadano muera por sí mismo, procurando hacerlo inofensivo, etc., etc., etc. Dividir, desanimar, confundir, dispersar, provocar, demonizar, tergiversar, criminalizar, cansar, desgastar, ningunear, asustar, amenazar, censurar, manipular, reprimir,…, son las prácticas habituales del Estado burgués contra todo lo que se le oponga. Prácticas que, lógicamente, se intensifican cuando el sistema se siente amenazado. Como en toda guerra (porque miles y miles de ciudadanos han declarado la guerra al sistema, una guerra pacífica, pero una guerra), la estrategia es crucial, gana la guerra quien tenga mejor estrategia, quien logre aglutinar alrededor suyo a la mayoría de la población. No podemos despreciar al enemigo, que tiene amplia experiencia en el control de las masas. El actual Estado capitalista, dominado por ciertas minorías, existe, sobrevive, gracias a dicho control. Á‰ste lo está empezando a perder, pero aún queda mucho camino por delante. Todavía muchos ciudadanos no se informan por Internet, todavía no conocen la prensa alternativa.
Lo acontecido a raíz del bloqueo del Parlament de Catalunya el 15 de junio por parte de los indignados es justo lo que esperaba el sistema, lo que necesitaba para pasar a la siguiente fase de esta guerra no declarada (pues no puede declararse) contra la ciudadanía que lucha por sus derechos más elementales. Por esos derechos que las leyes, usadas por el Estado para reprimir al movimiento ciudadano 15-M, dicen garantizarles, pero que, de facto, no lo hacen. El sistema desea fervientemente que los indignados cambien de estrategia, pues ésta es muy peligrosa, pues ésta, en líneas generales, ha sido plenamente acertada. La estrategia basada en el pacifismo, el civismo, el horizontalismo, el asamblearismo (la participación activa de la ciudadanía en asambleas populares regidas por la democracia directa) y el apartidismo, ha resultado ser una de las claves, junto con las razones objetivas provocadas por la actual crisis, del éxito inicial del movimiento 15-M. Y de esto es muy consciente el Estado burgués y todos sus apéndices. Por esto, intenta, de todas las maneras imaginables, y más que lo hará, que dicha estrategia sea abandonada por el movimiento ciudadano de los indignados. El sistema desea, necesita imperiosamente, que los indignados actúen violentamente para, por fin, ejercer con contundencia, sin limitaciones, su habitual represión violenta. El pacifismo y civismo mostrado hasta ahora por los indignados, además de sus sobrados motivos para indignarse, compartidos por la inmensa mayoría de la población, es muy peligroso para el sistema. No por casualidad la policía catalana intentó provocar a los acampados en la plaza de Catalunya barcelonesa el pasado 27 de mayo. En esa ocasión los indignados no cayeron en la trampa, no respondieron violentamente ante la injustificada y desproporcionada violencia policial. Ese día, al mantenerse fiel al pacifismo militante, el movimiento 15-M ganó la batalla, ganó muchos más adeptos a su causa. Desgraciadamente, no podemos decir lo mismo a raíz de lo acontecido frente al Parlament catalán el 15-J.
Esta vez las imágenes de diputados huyendo del acoso y de cierta violencia de algunos ciudadanos suponen un duro golpe al movimiento 15-M. Á‰ste ha caído en la trampa que le han tendido. La violencia sufrida por los diputados catalanes (dicho sea de paso, nada comparable con la sufrida por los indignados en diversas ocasiones), va a ser explotada, ya lo está siendo, por el sistema para demonizar al movimiento ciudadano y para, por fin, ejercer su deseada violencia. No en vano algunos políticos ya han advertido del uso legítimo y contundente de la fuerza por parte del Estado. ¡Es lo que llevan buscando desde hace tiempo! Necesitan justificarse ante la opinión pública. Nos quieren meter el miedo en el cuerpo. Nada nuevo. El Estado monopoliza la violencia. Á‰l sólo tiene derecho a atacar violentamente, él sólo tiene derecho a defenderse violentamente. Millones de ciudadanos tienen que sufrir la constante violencia ejercida por el sistema (o su amenaza), de quedarse en la calle, de perder el empleo, de tener miedo a hablar, de no tener perspectivas de futuro, sin responder violentamente. Miles de ciudadanos que salen a protestar pacíficamente a las calles contra la violencia que sufren (claro síntoma de la impotencia ciudadana frente a un sistema que se dice democrático pero que siempre perjudica a las clases populares, a la mayoría) tienen que aguantar la violencia policial de un Estado que no consiente ninguna protesta (sobre todo sostenida en el tiempo) que tenga que ver con sus bases, con su esencia, pero no responden frente a dicha violencia policial que sufren, no pueden defenderse frente a ella, no incitan a la violencia. El movimiento 15-M, en ningún momento, a pesar de la violencia sufrida reiteradamente, ha defendido el derecho a ninguna violencia, ha incitado al uso de la fuerza física. No así los políticos que ante el primer acoso serio y algo violento que han sufrido ya han dicho claramente que el Estado debe usar la fuerza. De hecho, algunos de los portavoces del sistema (que estos días se ganan su sueldo) ya han incitado al Estado, reiteradamente, a ejercer la represión violenta, por la fuerza física, incluso antes de lo acontecido frente al Parlament. Por fin ya tienen esa excusa que tanto necesitaban. Por una vez que sus señorías sufren cierto acoso, cierta violencia (que no puede dejar de condenarse), ellos responden advirtiendo de que tienen todo el derecho a defenderse por la fuerza. ¿No es obvio el contraste? ¿No se delata el Estado clasista, el Estado violento? ¿Quién protege a los desempleados, a los sin techo, a los desahuciados, a los explotados, a los apaleados? Los policías, cual gorilas, pueden apalear impunemente, legalmente (aunque incumplan las leyes que les obligan a identificarse), abriendo las cabezas de los ciudadanos, mandándolos a los hospitales. Pero los ciudadanos, presos de la impotencia por la violencia que sufren a diario, no pueden insultar, escupir, tirar agua o pintura a ciertos ciudadanos especiales, sin graves consecuencias legales. Y todo porque esos “ciudadanos especiales” son (formalmente, que no realmente) representantes de otros ciudadanos. ¿Dónde está el principio de igualdad? ¿Por qué ciertos ciudadanos deben estar más protegidos que otros? ¿Por qué un ciudadano debe tener más derechos que otros simplemente por “trabajar” en un parlamento? Uno de los problemas de fondo de nuestro sistema político es, precisamente, los privilegios de que disfruta la clase política. En una democracia que se precie todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Lo llaman democracia y no lo es. Esto es cada vez más evidente. Al Estado se le cae la careta, es cada vez más difícil no verle su auténtico rostro. Insisto en que yo condeno cualquier tipo de violencia, pero también el doble rasero, también la hipocresía.
El movimiento 15-M no se puede permitir el lujo de cometer ciertos errores, los cuales pueden ser mortales para la causa. Debe seguir siendo pacifista, ejemplarmente cívico, exquisito en las formas, pero contundente y decidido en el fondo. Debe despertar la simpatía del resto de los ciudadanos, debe huir de toda violencia y de toda situación potencialmente violenta. El impedir acceder a los diputados al parlamento era una acción potencialmente violenta. Hay muchas formas de violencia. El impedir que cualquier trabajador (aunque sea “especial”, como así son sus señorías) acceda a su puesto de trabajo es una forma de violencia de la cual hay que huir. Era de prever que la policía tomara las medidas oportunas para impedir el bloqueo al acceso al Parlament. Era de prever que aprovecharían el error del planteamiento de esta protesta para sacarle partido. Aunque el movimiento 15-M se desvincule ahora de los elementos violentos que han traspasado el límite de lo aceptable por cualquier ciudadano mínimamente civilizado (para quien escribe estas líneas no hay ninguna duda en cuanto a la presencia de infiltrados en el movimiento, en las asambleas, en los foros de opinión, en los cocederos de ideas, en las manifestaciones), el hecho de haber planteado esa acción de bloqueo de acceso al Parlament fue un grave error. El mal ya está hecho. Habrá ahora que intentar minimizarlo. Y esto ocurre en vísperas de las grandes movilizaciones del 19-J. Se lo hemos puesto demasiado fácil al sistema. Hemos cometido un gran error. Debemos aprender de él.
Esta protesta fue mal planteada. Porque aun habiendo planteado el bloquear el acceso al parlamento catalán de manera pacífica, ese propio hecho posibilitaba el surgimiento de cierta forma de violencia, ya es en sí mismo cierta forma de violencia. Lo que se debía haber hecho es protestar cuando los diputados entraran o salieran del Parlament, es pitarles, es golpear las cacerolas, es arengar, es gritar bien en alto, pero no insultarles, no lanzarles objetos, no perseguirlos, no impedirles el paso. Es verdad que esto sólo lo ha hecho una ínfima minoría, pero el Estado se agarra a esa ínfima minoría para desprestigiar a todos los indignados, al movimiento entero. Esto no debe extrañarnos. Lo extraño es que hayamos cometido este obvio y grave error. No sé de quién fue la idea, tampoco importa mucho ahora, pero este tipo de protesta, que le beneficia tanto al sistema, bien puede haber sido sugerida por algún infiltrado pro-sistema en las asambleas. ¡Debemos estar muy alerta ante semejantes derroteros que puede adoptar el proceso iniciado el 15 de mayo! El movimiento 15-M debe seguir practicando el pacifismo, pero no sólo en la manera de plantear las acciones a acometer, sino también eligiendo acciones que no sean en sí mismas violentas (bajo ninguna forma) y, no menos importante, que no puedan provocar situaciones violentas. Debemos emplear la imaginación para impedir que los infiltrados pro-sistema lo tengan fácil para provocar la violencia. Por ejemplo, haciendo sentadas siempre que sea posible, eligiendo maneras de protestar que dificulten todo lo posible que nadie pueda pasarse de la raya, procurando protestar de manera sosegada para que los ánimos no se caldeen demasiado, para que no se traspase el límite de no retorno. Ya tendremos ocasión de protestar de manera más contundente, por ejemplo, mediante huelgas generales (pacíficas). Tiempo al tiempo. En esto sí hay que trabajar, en unirse a los trabajadores. Al sistema hay que acosarlo de manera inteligente. Para lo cual nunca debe perderse de vista la estrategia que él emplea para no caer en sus trampas.
No se deben coartar los derechos fundamentales de las personas, sean éstas quienes sean. Debemos mostrar coherencia hasta las últimas consecuencias. Presionemos, hagamos ruido, tomemos las calles, reunámonos en las plazas, pero sin coaccionar los derechos elementales de nadie, ni siquiera de quienes lo hacen. Así es cómo el movimiento se hará más fuerte, así es cómo el sistema tendrá más difícil combatirnos, demonizarnos, dividirnos. El pueblo unido es invencible. Debemos unir al pueblo alrededor de nuestra causa pues es su causa, es la causa de casi todos. Si protestamos de manera ejemplar esto será imparable. Debemos poner toda la carne en el asador para que nuestra forma de protestar sea impecable. Que no nos dejan acercarnos a los parlamentos, no pasa nada, nos acercaremos todo lo posible, el objetivo no es que nos oigan los políticos (que hacen oídos sordos al pueblo, que sólo se sirven de él, en vez de servirlo), el objetivo es llamar la atención de la opinión pública en general, despertar su simpatía, que se identifique con el movimiento, tanto por el fondo, por lo reivindicado, como por la forma de hacerlo. Es imprescindible que en las manifestaciones o acciones callejeras el propio movimiento 15-M se encargue muy activamente de vigilar que las protestas sean siempre pacíficas, de mantener el orden. Así los infiltrados lo tendrán más difícil, así les quitamos trabajo a los policías, no les damos excusas para cumplir su verdadero cometido. No estaría de más, es más, sería imprescindible, organizar brigadas civiles, por supuesto desarmadas, nuestras únicas armas son nuestras manos, para poner orden (pacíficamente) cuando algunos individuos se descontrolen. No estaría de más aislar a los infiltrados cuando se les detecten. En fin, éste es un tema que debería hablarse entre los indignados porque es muy serio y seguro que va a volver a surgir. No debemos consentir que el pacifismo, la seña de identidad de este movimiento generalizado de indignación ciudadana, nos sea arrebatado por quienes necesitan la violencia para justificarse, por quienes necesitan presentarse ante la opinión pública como víctimas en vez de como lo que realmente son: verdugos. La violencia, bajo sus diversas formas, sólo beneficia al sistema, que se sustenta en verdad en ella.
El fin está contenido en los medios. Esto nunca debemos olvidarlo. En cuanto nos ponemos a la altura del enemigo, en cuanto adoptamos sus métodos, ponemos la primera piedra para fracasar. Ganaremos si nos diferenciamos de nuestro enemigo, tanto por el fondo, como por las formas. No le hagamos el juego al sistema. Si no nos dejan protestar de una manera, hagámoslo de otra. Hay muchas maneras pacíficas, incluso simpáticas, de llamar la atención, que es de lo que se trata. ¡Nos están provocando! Por supuesto que esta lucha es muy seria, por supuesto que la violencia intentará ejercerla el Estado, pero, precisamente, si nunca olvidamos el juego que hace el sistema, si lo evitamos, se lo ponemos más difícil al sistema. La violencia generada por él tiene un doble objetivo: amedrentar a quienes osan cuestionarlo y asustar a quienes simpatizan con el movimiento (la mayoría) y sienten la tentación de participar activamente en él. El sistema siempre juega con la psicología de las masas, el miedo es su gran aliado. Si permitimos que la violencia haga acto de presencia en nuestras protestas, el miedo que hemos logrado quitarnos muchos de encima volverá, el miedo paralizará a nuestros conciudadanos que nos apoyan moralmente pero aún no en la acción. Luchar de manera pacífica no es sólo una cuestión ética, es también una cuestión práctica. El miedo es nuestro peor enemigo, y la violencia le da protagonismo.
Como explico en mi artículo La estrategia de la #SpanishRevolution, la estrategia del movimiento 15-M se basa fundamentalmente en tres pilares: la no violencia, el asamblearismo (democracia directa, horizontalismo) y el apartidismo. El sistema está deseando que abandonemos estas líneas generales estratégicas, consciente de su peligro, de su eficacia. Como ya expliqué en el mencionado artículo, es imprescindible (además de más eficiente, más justo y más democrático) que las decisiones en las asambleas se tomen por mayorías (cuanto más amplias mejor), pero no por unanimidad. El uso del consenso para decidir se lo pone muy fácil al sistema para que sus lacayos que se infiltran entre nosotros bloqueen decisiones, para que así el proceso revolucionario llegue a callejones sin salida. A los infiltrados, a los manipuladores, no sólo se les debe quitar el poder de bloquear decisiones (el método de la unanimidad da el poder a ciertas minorías, en vez de a la mayoría), sino que se les debe pedir que sus críticas (destructivas) vengan acompañadas de alternativas, de propuestas concretas. La crítica constructiva es siempre bienvenida, es necesaria. ¡Pero hay que combatir la crítica destructiva! Combatirla dialécticamente, no reprimiéndola, sino que poniéndola en evidencia ante los ciudadanos. El sistema no sólo se defiende, mejor dicho, ataca, mediante la fuerza física, también lo hace, sobre todo lo hace, ideológicamente. La guerra es ante todo ideológica. Para contrarrestar la desinformación de los medios de “comunicación” sistémicos, debe promocionarse activa e insistentemente la prensa alternativa, las páginas web del movimiento, donde cualquier ciudadano pueda contrastar realmente las informaciones. La democracia real no podrá alcanzarse sin periodismo real. Si los medios de desinformación más importantes (controlados por el Estado o por los grandes capitalistas) manipulan sistemáticamente la realidad, en momentos como los actuales esto es más cierto que nunca, se intensifica su manipulación. Ellos forman parte del sistema que combatimos. Representan el mal llamado cuarto poder. Mal llamado porque en verdad son el primer poder, sin él la oligarquía y sus lacayos no pueden controlar al pueblo.
Finalmente, el sistema, a través de múltiples topos (esto es algo que no puedo demostrar, pero también es algo que no debería extrañar a nadie), está deseando que el movimiento 15-M se convierta en partido político para que sea subsumido por el propio sistema. Si el movimiento 15-M cae también en esta trampa, la cual ya se la pusieron al intentar que se vinculara a los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, entonces se hará el haraquiri. Pues gracias a su apartidismo ha sido posible reunir alrededor de la causa elemental común de la democracia real a la mayoría de ciudadanos, pues éstos no han sucumbido ante los prejuicios que los grandes medios de desinformación llevan trabajando en las masas desde hace décadas. Participar en un sistema viciado, tramposo, sería un grave error. Mientras no haya unas reglas del juego democrático mínimas, suficientes, cualquier partido que intente romper el bipartidismo está condenado, como ya hemos podido comprobar en la práctica. No estoy especulando, estoy tan sólo recordando. Por supuesto, nadie, yo tampoco, puede asegurar qué ocurriría si se presentara a unas elecciones un partido político asociado al 15-M, pero lo que es evidente es que en este país ha habido ya muchos partidos minoritarios que han intentado cambiar infructuosamente el sistema presentándose a las elecciones de esta falsa democracia. Es verdad que ahora el movimiento 15-M ha logrado una publicidad que nunca ha tenido ninguna otra tendencia más o menos opuesta al sistema actual, pero mientras no haya una mínima igualdad entre las ideas, entre los partidos, no será, probablemente, posible superar este bipartidismo, esta partitocracia, esta plutocracia. Los grandes partidos cuentan con cuantiosas ayudas económicas, con el control de los grandes medios de comunicación, tienen una ley electoral que les beneficia descaradamente (que por supuesto se niegan a reformar, ya ha habido partidos minoritarios institucionales que lo han intentado infructuosamente), juegan con mucha ventaja. No está claro que un nuevo partido, por muchas simpatías iniciales que haya despertado, pueda deshacer esa gran ventaja de que disponen los grandes partidos. Las reglas del juego de la actual “democracia” condenan a la mayor parte de partidos minoritarios. El bipartidismo está bien asentado en las instituciones y en el sistema. De lo que se trata sobre todo es de forzar cambios en el propio sistema, sin los cuales las cosas seguirán esencialmente igual, o incluso irán a peor. El que el movimiento ciudadano 15-M no entre en el actual juego (sucio) político no impide que haya partidos políticos que puedan luchar también desde dentro del sistema para cambiarlo (ver el artículo El papel de la izquierda en la #SpanishRevolution). Ni tampoco impide que surjan nuevos partidos que intenten recoger las demandas de cambios de sistema de los indignados. Pero, en cualquier caso, en mi opinión, el movimiento ciudadano 15-M debe seguir siendo apartidista, debe mantenerse independiente de cualquier partido, de cualquier ideología, debe evitar caer en la tentación de mostrar su apoyo a ninguna opción política (como muy bien hizo en las pasadas elecciones municipales y autonómicas). Este tema es muy serio y antes de tomar ninguna decisión habrá que hablar de él largo y tendido. Ahora no es el momento. No hay que precipitarse. Por ahora bastante trabajo hay ya con consolidar el movimiento y hacer que se expanda, que cada vez más ciudadanos se conciencien y pasen a la acción.
El movimiento 15-M debe seguir fiel a sus principios estratégicos fundamentales, a saber: pacifismo, asamblearismo (horizontalidad, democracia directa) y apartidismo. El peor error que puede cometer es traicionar cualquiera de dichos principios. Habrá que ser flexible en la manera de llevar a la práctica estos principios, pero éstos deben aplicarse siempre. En mi humilde opinión, sólo así, con el tiempo, mediante una lucha persistente, sostenida, tenaz, paciente, inteligente, astuta, se lograrán resultados concretos, suficientes, que merezcan la pena. Tal vez no estemos tan lejos de conseguir ciertos cambios importantes. El régimen ya está nervioso, ya empieza a ceder algo, ya empiezan algunos políticos a plantear tímidas reformas, como las listas abiertas, ya se está empezando a plantear el adelanto de las elecciones generales, con el objetivo de desviar la atención, de apaciguar a las masas. ¡Y esto que sólo acabamos de empezar! No debemos caer en las numerosas trampas que nos ponen y nos seguirán poniendo. Nos jugamos mucho. En todo proceso revolucionario cualquier mal paso dado puede ser mortal. A dónde nos lleve este movimiento que se inició el 15 de mayo de 2011 ahora dependerá sobre todo de todos nosotros, de los indignados, del pueblo.
¡El 19-J todos a las calles! ¡Sin miedo! ¡Pacíficamente!