Economistas hay muchos, buenos y malos, pero, por desgracia, gurús de la economía también los hay, y estos son todos malos, porque se atribuyen capacidades premonitorias que los hechos son incapaces de sostener, porque son insostenibles.
Esta semana hemos conocido el fallecimiento de uno de los últimos mitos económicos de nuestra era, como es el de Rodrigo Rato, un economista bueno, reconvertido en gurú por los palmeros mediáticos de su cuerda, pero que ha quedado ahora relegado a lo que siempre fue, un buen economista al que la suerte le colocó al frente del Ministerio de Economía en años de bonanza.
Con el demoledor informe del FMI de esta semana hemos comprobado que todos los economistas, en el fondo, son hijos de las circunstancias que les toca vivir y del lugar donde se encuentran, por lo que pueden llegar lo indefendible si esa es la corriente dominante.
Durante sus años al frente del Ministerio de Economía, Rato mostró una gran capacidad para aprovechar la corriente positiva que le dejaron las medidas de reestructuración iniciadas por Pedro Solbes, y aunque las tiñó de cierto liberalismo económico exacerbado, consiguió que el país despegara en una labor, sin duda, encomiable.
Sin embargo, al llegar al FMI Rodrigo Rato se institucionalizó, es decir, hizo suyas las directrices de la institución que dirigía, y en lugar de dotar al organismo de su personalidad fue él el que tomó la personalidad del organismo, loando a los países que tocaba sin plantearse la visión crítica que se le suponía al cargo.
En definitiva, se equivocó por carecer de rigor crítico, por dejar que sus palmeros le dirigieran hacia donde soplaba el viento, demostrando que no era un genio, como muchos sabíamos que no era, aunque algunos nos tildaran de locos ignorantes, y condenó al FMI a seguir con su faceta inodora, incolora e insípida a lo largo de la historia.
Ahora, Rodrigo Rato seguirá siendo un buen economista, hará buena labor al frente de Caja Madrid, pero espero que nadie me quiera volver a vender la moto de que fue un genio que sacó a España del pozo porque si antes no la compraba, ahora que los hechos me dan la razón, menos todavía.