Los impuestos… de muchos
En España, la subida del IVA entre los años 2000 y 2012 ha sido de cinco puntos (del 16% al 21%), los mismos puntos que ha bajado el impuesto sobre los beneficios de las empresas (del 35% al 30%), mientras que el porcentaje de impuestos mínimo a pagar por las rentas del trabajo han pasado del 18% al 24,75%.
¿Qué es lo que está ocurriendo?
Desde que a partir de finales de los años 70 se iniciara el proceso galopante de desregulación y liberalización del movimiento de capitales, el volumen de dinero invertido en el extranjero ha aumentado de forma exponencial; los niveles de inversión directa extranjera en 2011 (1.500 billones) representaron nada más y nada menos que el 2000% del volumen registrado en 1982. Por tanto, hay ahora muchísimo más dinero buscando inversiones rentables en prácticamente cualquier lugar del mundo.
¿Y qué es lo que han estado haciendo estos años la mayoría de gobiernos para atraer este capital hacia sus países? De forma resumida, dos cosas: reducir los impuestos a los beneficios empresariales y relajar la lucha contra la evasión fiscal del capital. De hecho, los paraísos fiscales, que se han triplicado en estas tres décadas, son el caso extremo de este comportamiento: cero impuestos y leyes que garantizan el secretismo bancario. Según un estudio reciente, se estima que los fondos acumulados en los más de 80 paraísos fiscales que existen en la actualidad podría ascender a 21.000 billones de dólares. Es decir, 11 veces el valor de todos los bienes y servicios producidos en toda África en 2011.
Las empresas pagan cada vez menos impuestos por los beneficios que generan, aunque utilizan bienes y servicios públicos que pagamos entre todos, como infraestructuras de carreteras o telecomunicaciones. Los ricos acumulan cada vez más capital, de forma creciente en paraísos fiscales en los que no pagan impuestos. Para compensar la pérdida o reducción de ingresos fiscales que estas tendencias provocan, los gobiernos han optado por aumentar los impuestos sobre el consumo y las rentas del trabajo.
Ha aumentado la desigualdad. Los pobres pagan cada vez más impuestos sobre sus ganancias y son más pobres, y los ricos pagan cada vez menos impuestos sobre sus fortunas y son más ricos.
En África, las políticas para atraer inversión extranjera para la explotación de sus recursos naturales, provocaron que los ingresos fiscales por impuestos sobre beneficios de las empresas se redujeran un 20% entre los años 1990 y 2000. Pero, a diferencia de lo que ha pasado en los países desarrollados, los niveles de pobreza existentes y el considerable tamaño del sector privado y mercado de trabajo informal no han permitido compensar esa pérdida con ingresos derivados de otros impuestos.
La competencia entre países para atraer el creciente capital global ha afectado de forma aún más negativa a los países empobrecidos, comprometiendo su capacidad para generar ingresos de forma autosuficiente y haciendo que persista la dependencia de la ayuda al desarrollo (cada vez más mermada, como sabemos). La situación actual no solamente conlleva más desigualdad entre ricos y pobres dentro de cada país, sino también entre los países desarrollados y los países en desarrollo.
Hay que poner freno a la evasión fiscal. Para ello, es necesario acabar ya, de una vez por todas, con la vergÁ¼enza de los paraísos fiscales, que no sólo facilitan el fraude, sino también la corrupción y el blanqueo de dinero procedente de actividades criminales. Y aún más importante: o los ricos empiezan a pagar un mayor porcentaje sobre sus beneficios que los pobres o continuaremos con esta preocupante tendencia de degradación fiscal, es decir, seguiremos viendo como nos recortan, con cada nuevo Presupuesto, derechos económicos y sociales que son el fruto de la lucha de muchas generaciones.
Alex Prats
Activista de Christian Aid