Nada más lejos de la intención de quien esto escribe que intentar convencer a nadie con el presente artÃculo. Los seres humanos, como las emisoras, emitimos pensamientos, sentimientos, estados de conciencia, en una cierta frecuencia;  y de vez en cuando se conecta con alguien que previamente  se encuentra en esa misma sintonÃa. Por tanto, aquà no se trata de convencer, ni de intentar adoctrinar, ni siquiera de proponer- faltarÃa más- sino de exponer siendo consciente de lo delicado de los asuntos que se tratan.
Existen a menudo quienes no  se plantean la existencia de  un Creador ni la existencia de un Más Allá de este mundo material. No quieren saber más.Tienen todo el derecho a no querer saber , pero quien no quiere saber más, tiene al final serias dificultades para conocer  quién es él mismo más allá de su mundo personal y social  de apariencias en continua mudanza: ideas, estados de ánimo, aspecto fÃsico, etc. Se identifica con su cuerpo, con sus programas intelectuales, con sus roles sociales familiares o laborales, y cree que defender esos roles es defender su verdadero ser, al fin y al cabo de origen divino como energÃa que es.
Quienes no creen en su filiación divina, no llegan, por tanto, a reconocer su verdadera esencia: ser EspÃritu  en el EspÃritu de Dios. Tampoco  aceptan fácilmente su inmortalidad, que es  su permanencia como energÃa sutil y consciente  más allá del tiempo y el espacio- que son cualidades de la materia- pese a que la FÃsica ha llegado a descubrir la permanencia de la energÃa admitiendo su capacidad de transformación, y con ello, nuestra propia capacidad de evolucionar como energÃa-alma que somos más allá del tiempo y el espacio.
En ese Más Allá habrán de llevarse más de una sorpresa cuando dejen este mundo los que solo creen en este mundo, pues ignoran que la materia al fin no es otra cosa que energÃa de baja vibración en proceso de transformación hacia lo más sutil, ya que lo inferior tiende a lo superior; tiende  desde lo más primitivo a lo más elevado, pues de otro modo no habrÃa evolución en el universo ni seguirÃa expandiéndose la creación de energÃa cósmica desde el “Hágase†divino.
Si nos asomamos al lado social del mundo vemos que quienes pretenden negar su verdadera condición  se someten fácilmente  a su ego y a las influencias negativas que la baja vibración del ego conlleva,  y  no aceptan  las leyes de la energÃa universal, que son las leyes divinas que el ego abomina por estar enfrentado a Dios. En consecuencia, lo que llamamos el lado social del mundo son organizaciones de personas que viven en desarmonÃa y conflicto consigo mismos y con su medio , y enfrentan la vida con preocupaciones, conflictos, desavenencias, y la angustia final  ante una frontera que siente amenazadora: la muerte. No quieren morir, y aspiran a la inmortalidad y a permanecer en la memoria de los siglos. La idea de desaparecer para siempre, aunque luego se conserven sus fotos en el álbum familiar, les rindan homenajes, o se les levanten estatuas,  es una idea tremenda que da miedo y se intenta esquivar a base de autoengaños, placeres y olvidos como si nunca hubiera de dejarse este mundo. DifÃcilmente se puede vivir en paz con esta postura, sin embargo quienes la mantienen afirman que la paz es una cualidad de las más deseables.
Igualmente frustrante en estas condiciones resulta para ellos no hallar la felicidad a la que tanto se aspira. ¿Es extraño que les sea difÃcil encontrarla?  La felicidad es tal vez la cualidad más deseable junto a la paz, el amor, la salud y la inmortalidad. ¿No son estas las metas más altas que desea  casi todo el mundo? Sin embargo, ¿quien actúa de modo correspondiente? La masa se deja llevar por toda clase de predicadores tan infelices como ellos que les mantienen entretenidos y sometidos desde los púlpitos, las cátedras y los medios de comunicación. Pero ese dejarse llevar es muy peligroso, porque supone la renuncia a la soberanÃa sobre la propia conciencia; soberanÃa  que le es otorgada a otros para que dispongan de nuestras vidas. Otros, que, por supuesto, no aceptan las leyes universales de Dios, y solo obedecen a su propia conveniencia.
Quien no acepta las leyes universales habiendo cedido su soberanÃa personal  tendrá problemas para ponerse a bien con su conciencia, lo que dará lugar a conflictos, estados de infelicidad, ansiedad, depresión, etc. Y cuando estas señales se desprecian termina por enfermar “el caparazón materialâ€, el cuerpo fÃsico. El cuerpo – que es parte de la Tierra por estar hecho de minerales y agua al igual que el Planeta- no puede vivir en desarmonÃa con las leyes de la Tierra, igual que el alma no puede vivir –sin cargarse de infelicidad – en desarmonÃa con las leyes del Creador de la vida. Y cuando esto sucede, el cuerpo fÃsico termina por “enterarse†y sufrir toda clase de alteraciones correspondientes a los estados de ánimo del sujeto que lo habita. Entonces los médicos hablan de “enfermedades psicosomáticasâ€.
DOS PALABRAS QUE DEFINEN EL MUNDO
Infelicidad y conflicto  son sin duda dos palabras que definen bastante aproximadamente el estado de nuestro mundo.
Tal como lo vemos hoy es un hervidero de conflictos personales, sociales, económicos, bélicos, medioambientales, etc. El resultado global es una olla a presión que estalla hoy aquÃ, mañana allÃ, por esto o por lo otro. Toda esta clase de enfrentamientos vienen a ser fatalmente  la consecuencia final del rechazo original a nuestra condición espiritual y a las leyes que la rigen: Los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña, que son leyes igualmente válidas para toda la humanidad, pues son las leyes de la conciencia universal.  Estas dos propuestas del mundo divino para guiarnos en la escuela Tierra  son auténticas joyas para que el alma pueda lucirlas en su mejor momento, porque son extractos sencillos de las leyes divinas que rigen en todo el Universo, y que nada tienen que ver con lo que las religiones han hecho de ellas, aplicando unas, olvidando otras o malinterpretando las que les han convenido. De haber aplicado la cristiandad tales leyes, nunca habrÃan tenido lugar cruzadas, ni guerras de religión, ni Inquisición, ni persecuciones de los llamados herejes, ni un largo etc. Y es que el fundamento, el alma de esas leyes es el amor, Dios mismo, y una expresión de Su Misericordia hacia Sus hijos errados para señalarles el camino de regreso al Hogar que un dÃa abandonaron. Nosotros recibimos ese amor de Dios no solo en sus leyes, sino en cada respiración, pues Dios, que es la vida, nos alimenta en forma de energÃa vital en cada respiro.
El que acepta consecuentemente  su condición espiritual divina, procura vivir de acuerdo con las leyes de la sabidurÃa de Dios con la misma lógica que quien acepta conducir un vehÃculo se esfuerza en cumplir las leyes de tráfico, quien vive en un edificio se esfuerza en respetar las leyes de la comunidad de vecinos, y asà sucesivamente.  El que  vive según las leyes universales del amor vive en comunicación consciente con Dios, con el Universo y con todos los seres de la naturaleza, incluyendo a los animales cuya vida respeta y no toma como alimento, porque forman parte de la vida que es una.  Siguiendo nuestro ejemplo de la gota de agua marina, la gota reconoce formar parte del mar y deja de pelear con el oleaje para dejarse fundir con el todo del que forma parte: el Gran Océano Dios.
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