“Los musulmanes no están preparados para la democracia”, profetizaba hace un par de lustros Bernard Lewis, uno de los más afamados islamólogos estadounidenses. Mas el viejo profesor, considerado uno de los mejores expertos en el mundo árabe-musulmán, añadía: “…pero están deseando que los Estados Unidos invadan sus países, acaben con los regímenes autoritarios e instauren la democracia”.
Después de estas desafortunadas declaraciones, que se limitaban a avalar las aventuras bélicas de George W. Bush en Afganistán e Irak, Bernard Lewis se tornó – en los ojos de los árabes – en un viejo judío inglés adicto a los designios neocolonialistas del “Imperio yanqui”.
Los acontecimientos de las últimas semanas – las revueltas “amables” de Túnez y Egipto – el levantamiento de las clases medias libias contra el régimen del sanguinario coronel Gaddafi – pusieron de manifiesto los errores de Bernard Lewis. Es cierto que los últimos documentos elaborados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), reflejaban una realidad completamente distinta. El informe sobre el desarrollo humano en el mundo árabe, publicado a finales de 2009, señala que las prioridades de la sociedad musulmana son: la pobreza, las deficiencias del sistema sanitario, el desempleo, la corrupción, etc. Los derechos humanos y los cambios de los sistemas sociales ocupan un modesto penúltimo lugar en la lista.
Muy parecidas son las conclusiones de la encuesta bienal minuciosamente preparada por la Universidad de Harvard, que señalan que la mayor preocupación de los habitantes de Oriente Medio es la imposibilidad de resolver el conflicto israelo-palestino o la humillación de las masas árabes por las potencias occidentales, Estados Unidos y sus aliados.
Cabe preguntarse, pues: ¿qué pasó en Túnez para desencadenar esta oleada de imparables protestas, este conjunto de reivindicaciones sociales? ¿Qué está pasando en el mundo árabe, en estos países con estructuras sociales diferentes, con distintos niveles de desarrollo económico? Los jóvenes que lideran los movimientos de protesta no pertenecen a las capas más desfavorecidas de la sociedad; por el contrario, son, en su gran mayoría, profesionales formados en las mejores universidades de Oriente Medio y el Magreb, en centros docentes del llamado “primer mundo”.
No, la revolución tunecina, las revueltas de Egipto, no son frutos de la “propaganda de Al Jazira” o una confabulación de las redes sociales, como pretenden los círculos conservadores. Tanto la cadena de televisión qatarí como Facebook son meras cajas de resonancia, testigos de una juventud que ha perdido el miedo, que reclama más oportunidades de perfeccionamiento personal. Pero la condición sine que non para ello es la libertad. Una libertad hasta ahora inexistente en muchos países árabes de Magreb y Oriente Medio.
Apoyan este movimiento los antiguos izquierdistas de los años 60, los oportunistas que se arriman al carro buscando provecho personal, y los grupos de oposición islámicos, que hacia finales de la década de los 90 adoptaron un discurso basado en la convivencia, sea ésta real o ficticia.
Los movimientos islámicos legalizados tienen una larga tradición de participación en los procesos electorales de los países que cuentan con un sistema parlamentario abierto. Por regla general, nunca han conseguido más del 10% de los sufragios. Sin embargo, la oposición laica que surge en países como Túnez y Egipto parece más frágil que los movimientos religiosos, siendo las agrupaciones islámicas la opción mejor organizada y más estructurada.
¿Un peligro para la democracia? Una hipotética victoria electoral de los movimientos islámicos no se traduciría forzosamente en una repetición de la revolución iraní de 1979. Los partidos de corte islámico han demostrado su voluntad de integrarse en procesos pluralistas y/o de frenar los intentos de imponer modelos teocráticos.
¿Cuál ha de ser la aportación de Occidente? Por proximidad geográfica, Europa podría desempeñar un papel clave en el proceso de evolución política. Si bien la Unión Europea no puede ofrecer a sus vecinos del sur la integración plena, como en el caso de los países del Este europeo, es importante promover el concepto de “partenariado de vecindad”.
¿Y los Estados Unidos? Si bien la Administración Obama promueve el concepto de democracia, se trata más bien de un cambio de discurso, no de política. El principal interés de Washington es la estabilidad política de la región. Y la geopolítica energética, exige mantener las buenas relaciones con las monarquías petroleras del Golfo Pérsico.
Analista político internacional