Sociopolítica

Los niños de Douglas: 65 años bajo observación

En 1946, en el Reino Unido, el Medical Research Council recogió los datos de más de 5.000 recién nacidos de todas las clases socioeconómicas para seguir la pista de su salud hasta hoy. Los resultados del estudio, promovido por el médico James Douglas, sirvieron para influir en las políticas sociales en aquel momento en el que nacía el Estado de Bienestar. Ahora se espera que ofrezcan información crucial acerca de cómo envejecemos.

Cada 5 de marzo, Liz Allen sabe qué será lo primero que encuentre en el buzón: una tarjeta con un cortés “feliz cumpleaños” de parte del equipo médico que ha seguido, desde su nacimiento, la evolución de su salud. La suya y la de otras 5.361 personas en Reino Unido.

Allen, hija de una profesora y un pastor anglicano, forma parte de los conocidos como ‘niños de Douglas’. Este grupo de niños, ya adultos, son las ‘cobayas’ del estudio Nacional de Salud y Desarrollo de Reino Unido (NSHD, por sus siglas en inglés), que lleva décadas vigilándoles para evaluar los efectos a largo plazo de sus circunstancias socioeconómicas sobre su salud. El NSHD es el primer estudio de este tipo que se ha hecho en la historia con carácter longitudinal, y también el más largo del que se tiene noticia: al igual que Allen, ha cumplido 65 años.

Médicos, cardiólogos, sociólogos, psicólogos y epidemiólogos formaron un comité para hacer una encuesta de seguimiento a los 13.500 niños nacidos en todo el país en la primera semana de marzo de 1946. El momento histórico estaba marcado por el racionamiento de la comida, el combustible y la ropa. En más de la mitad de los hogares británicos no había baño ni agua caliente.

Investigación de posguerra

“El estudio surge en el contexto inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, en medio de la preocupación sobre la pobreza y el desempleo, la lamentable situación de los hogares británicos, el descenso de la tasa de natalidad y la reconstrucción del país y los servicios sociales”, explica a SINC el doctor Marcus Richards, jefe del Programa de Salud y Envejecimiento del NSHD.

Los especialistas del NSHD descubrieron que las familias más pobres debían dedicar una proporción mucho mayor de su sueldo a comida y cuidados médicos, y sus hijos tenían menos posibilidades de sobrevivir que los que vivían en ambientes privilegiados. La calidad de su asistencia médica era mucho peor, las mujeres recibían un pobre seguimiento antes del parto, daban a luz en hospitales saturados y, en la época previa a la Seguridad Social generalizada, apenas podían permitirse un médico en casa. Solo una de cada cinco matronas administraba anestesia, lo que significa que únicamente un 20% de las mujeres encuestadas recibían ayuda en los dolores del parto.

Para tratar de mejorar los servicios sociales de salud y estudiar la relación entre las condiciones socioeconómicas y la longevidad, nacieron los ‘niños de Douglas’. El proyecto adoptó este nombre como reconocimiento a uno de sus primeros directores, el médico James Douglas.

Cuanto más pobres, más enfermizos

En ese momento, las limitaciones financieras obligaron a restringir el estudio de 13.500 a 5.362 bebés. En la muestra se incluyeron, de manera equilibrada, tanto aquellos provenientes de clases sociales bajas y trabajadoras (las predominantes en el país en ese momento) como a los de ambientes más ricos. “Si hubiésemos tomado una muestra aleatoria habríamos tenido mayoritariamente niños de clases trabajadoras y no se habría podido demostrar el impacto de la clase social en la salud, una de las conclusiones más importantes de este estudio”, explica Marcus Richards.

Efectivamente, los resultados más impactantes de la investigación tienen que ver con la relación entre estatus y salud, pero también con el efecto irrevocable de los primeros cinco años de vida en la salud del adulto. “Los niños de clases bajas tienen más posibilidades de padecer problemas de tensión, obesidad, memoria y movilidad al llegar a adultos”, afirma Richards.

No solo eso. La investigación también muestra que los nacidos con un peso menor aumentan el riesgo de contraer enfermedades respiratorias, alcanzan menor altura, tardan más tiempo en caminar y desarrollan menores capacidades cognitivas y de aprendizaje. Quizá la conclusión más escalofriante sea que los hijos de clases trabajadoras tienen casi el doble de probabilidades de morir que los acomodados.

El estudio aún va más allá al identificar el valor del cariño materno y el impacto del divorcio en el desarrollo de la salud de los niños. “El amor de una madre en la infancia es tan importante para la salud mental como son las proteínas y vitaminas para la salud física”, declaraba en 1953 el psicólogo del estudio, John Bowlby.

También da cuenta del ‘desperdicio de talento’: las personas criadas en entornos desaventajados encuentran más dificultades para ir a la escuela primaria y la universidad, y abandonan antes los estudios, incluso aun cuando obtengan buenos resultados en los tests cognitivos y de inteligencia. “La investigación aporta pruebas concretas de que las personas con un pobre comienzo en sus primeros años de vida pueden ir mejorando con el paso del tiempo, pero nunca alcanzarán su máximo potencial si provienen de un contexto económico desaventajado”, afirma Richards.

Pequeños impulsores de la sanidad pública

El estudio impulsó un giro brutal en las políticas sociales cuando empezaba a construirse el llamado Estado de Bienestar. Sus resultados dieron lugar a reformas que ayudaron a diseñar la Seguridad Social británica y a aprobar una legislación que generalizó el uso de anestesia en el parto para todas las mujeres. Incluso impulsó conquistas como la instauración de la educación obligatoria y, posteriormente, el aumento de la edad mínima para abandonar los estudios.

“El seguimiento de los niños de Douglas ha influido tremendamente las políticas sociales a lo largo de décadas y esperamos que siga haciéndolo en el futuro. Ahora estamos recogiendo información sobre la jubilación de los niños del baby boom de la posguerra. Estos datos constituirán un testimonio crucial en el desarrollo de los planes de salud del futuro”, explica Richards.

En los próximos años el esfuerzo se centrará en el papel que juegan el entorno, el estilo de vida y las experiencias acumuladas en nuestro envejecimiento. Pero antes de llegar hasta allí, los datos de los niños de Douglas ya han proporcionado material para llenar ocho libros y publicar más de 600 artículos en revistas científicas. Y es que a sus más de 5.000 participantes se les ha pesado, medido, escaneado, pinchado e interrogado de casi todas las maneras imaginables en más de 22 ocasiones en etapas concretas de su vida infantil, adolescente y adulta.

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Liz Allen: la ‘cobaya’ comprometida

“Participar en el estudio requiere un gran compromiso, porque desde pequeños fuimos sometidos a pruebas exhaustivas. A veces siendo niña veía esto como un fastidio. Pero desde el comienzo hemos sido conscientes de la importancia del estudio”, declara a SINC Liz Allen. Ella fue uno de los más de 5.000 recién nacidos que en aquella primera semana de marzo del ’46 fueron escogidos como ‘niños de Douglas’.

La ‘niña Douglas’ Liz Allen de bebé, de joven y hoy, con 65 años.

A pesar del esfuerzo, reconoce que ser una de las elegidas conlleva evidentes beneficios: “Nos obliga a realizar pruebas que no nos haríamos. Ha habido ocasiones en que los tests han permitido el diagnóstico temprano de enfermedades que no se habrían identificado de otra forma”. Hoy, Allen es directora de un instituto de educación secundaria y participa activamente en el proyecto.

Sus motivaciones para implicarse de lleno se forjaron de una forma muy personal. “Cuando estaba estudiando mi primer año de carrera, una profesora de sociología preguntó si había algún niño de Douglas en la clase, y una compañera y yo, en un aula con 180 personas, levantamos la mano. La sociología era una disciplina nueva en 1964 y no estábamos seguros de cuál sería su valor. La profesora dejó claro entonces que era una ciencia y que sus clases se basaban en los resultados de los niños de Douglas. En ese momento comprendí la verdadera importancia del programa y sentí que estaba participando en un estudio que podría tener un impacto significativo en la vida de otras personas”, explica Allen.

Para la directora de escuela, el hecho de ser una chica Douglas ha cambiado, sin duda, su visión de la vida: “Ha tenido un gran impacto en la forma en que doy mis clases. Desde que comencé en el colegio, hace ahora más de 40 años, era muy consciente del origen social de mis alumnos. Si tengo 30 personas sentadas delante de mí, sé que todas vienen de 30 lugares distintos en lo que se refiere a su situación familiar, los valores que han recibido y las oportunidades que poseen. Cada uno está en un lugar diferente que influye sobre su capacidad para aprender”, afirma Allen.

Resulta casi imposible no admirar su firme determinación a continuar participando en el programa hasta el final de sus días. “Ahora que he cumplido 65 años, sé que mi compromiso debe extenderse hasta el día en que me muera”, asegura. Y continúa: “Por eso, en el caso de que yo misma sea incapaz de rellenar el cuestionario, he pedido a mis hijos que lo hagan en mi nombre. Este compromiso ha perdurado en mi familia durante toda mi vida. Mis padres lo adoptaron desde que nací hasta que cumplí 18 años y en el futuro lo harán mis hijos por mí. De esta forma serán tres generaciones de mi familia las que están implicadas en llevarlo a cabo hasta el final”, declara, orgullosa.

SINC // Patricia Luna / Londres

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.