Las últimas revoluciones que se están dando en el mundo árabe mantienen a Occidente en vilo no solamente por el conflicto energético que supone la no exportación del petróleo libio, sino por la escasa comprensión en los esquemas mentales occidentales sobre las sociedades Arabo-musulmanas. Occidente cree en su cosmovisión y desde una perspectiva etnocéntrica, ser el único germen posible para el nacimiento de democracias. En su creencia se desarrolla la idea que son los únicos que han luchado por la libertad y la igualdad. Sin embargo, el mundo árabe está dando una muestra, mas allá de los peligros que esto encarne en terminos del avance de fuerzas radicalizadas que esperan agazapadas el momento politico de hacerse ver. En realidad asistimos a casos incomparables donde comunidades que sufren condiciones muy diferentes a las occidentales están llevando adelante manifestaciones de su malestar principalmente desde su clase profesional y sus juventudes. Para apreciar esto sencillamente hay que contrastar datos y estadísticas objetivamente.
En primer lugar, a través de los datos del PRB (Populación Referente Bureau), los tamaños de estos países y las previsiones de crecimiento demográfico. Por ejemplo una población como la de Libia, pequeña, tiene más posibilidades de homogeneidad, de lazos directos entre los integrantes que una población como la de Egipto, además de cambiar la gobernabilidad de la región según su población y organizaciones asamblearias que gestionen partes de la vida pública es complejo cuando el número de habitantes es elevado.
¿A qué refieren estos datos? En primer lugar que como tamaño poblacional la educación en Marruecos y Argelia se asemeja y presentan características diferentes y más europeizadas, mientras en el caso de Egipto resulta un país mucho más cercano a la educación de neto corte arabista. Libia y Túnez son países más “maleables a la influencia educacional de Europa” dado el nivel de su cercanía geográfica. Por lo tanto los casos de revoluciones que ya han tenido una relevancia, Túnez, Egipto y Libia, son demográficamente difícilmente comparables, como lo son sus sistemas educacionales y formativos.
La tasa de alfabetización de una región representa el porcentaje de población del territorio que es capaz de leer y escribir a una determinada edad. Es un indicador básico del estado de la educación en un país, y en pleno siglo XXI nos habla del estado de subdesarrollo que una región padece. Desde luego que si comparamos países del primer mundo poco nos diría este dato, pero en el caso del Magreb nos da una idea de la situación educativa. Resulta curioso comprobar que los jóvenes libios y tunecinos han alcanzado una tasa de alfabetización cercana a la de un país desarrollado, mientras Marruecos y Egipto permanecen en niveles de países en vías de desarrollo, suponiendo que tienen una tendencia positiva, al tiempo que Argelia se encuentra en un punto intermedio.
El Ándice de Desarrollo Humano o IDH, construido por el PNUD (Programa de la Naciones Unidas para el desarrollo), es una medida comparativa de la esperanza de vida, la alfabetización y la educación en todo el mundo. Es indicador agregado, bastante bien construido, pero que en sí mismo no deja de ser algo abstracto, difícil de explicar si no se comprende bien su génesis, aunque permite la comparación entre países. En el último informe, con datos de 2009, se encuentran los siguientes valores y posiciones de los 168 países que la ONU dispone de datos : Libia se encuentra en el puesto 53 a nivel educativo. Túnez, en el puesto 81. Argelia, puesto 84. Egipto, puesto 101 y Marruecos, puesto 114. Así, es claro que comprobar como Libia parece tener una situación ligeramente mejor a la de sus vecinos.
El problema surge con la dificultad para recoger datos necesarios para crear este indicador, siendo muy antiguos o estimaciones hechas por el organismo lo que les da un sesgo claro (al igual que si lo hubiese hecho cualquier actor involucrado en relaciones internacionales). Libia, probablemente no facilite los datos necesarios para realizar una correcta evaluación de su nivel educativo, algo que quizás aclararía los anteriores números que le otorgan una posición preponderante sobre sus vecinos. Quizás nos encontremos ante un caso de la trampa de los recursos naturales, donde varios indicadores ofrecen una resultado esperanzador cuando sin embargo la situación real es menos buena de lo que parece, con un reparto de la riqueza muy desigual no es extraño estar ante la realidad que nos presentan los enfrentamientos actuales en Libia. En el caso de Libia, mientras el FMI le atribuye un 30% de desempleo en sus capas sociales con educación universitaria, otras fuentes no le otorgan más de un 15%. El resto de países suelen aparecen con tasa entre el 9 % y el 13% resaltando el desempleo juvenil con niveles que alcanzan casi el 28%. Aun así, es poco útil usar datos construidos por Occidente para países árabes donde la educación y el consumo son bien diferentes. Resulta interesante comprobar cuanta gente vive con menos de dos dólares al día: Argelia: 22%; Marruecos: 15%; Libia: sin datos; Túnez: 10%; Egipto: 19%.
Esto nos da una idea de cuanto de distintas son las estructuras de los diferentes esquemas de educación, formación y en ultima instancia del consumo de los habitantes de los países árabes y del Norte de África. Resulta difícil de creer que comunidades que disponen de un 13 a un 24% de gente viviendo por debajo del umbral de la pobreza, tenga un nivel de formación educacional en algunos casos muy similares a países emergentes de Occidente y menos aun un comportamiento similar en los hábitos de consumo, y es allí donde se debería buscar, al menos gran arte de las crisis y revueltas que hoy estamos observando en aquella región del planeta.