El juego de la democracia tiene tonos blancos y negros, pero, sobre todo, tiene tonos grises, en los que cualquier político que se precie de serlo ha de manejarse con soltura y sin ningún tipo de escrúpulos que le pueda llevar a anteponer sus principios a las necesidades de cada momento concreto.
En España sufrimos una ley electoral injusta que nadie parece atreverse a modificar, en virtud de la cuál partidos minoritarios, pero con una fuerza electoral importante en determinadas zonas, son la clave de la gobernabilidad de un país, en detrimento de otros partidos, con un mayor número de votantes pero más dispersos.
Ello provoca que los partidos nacionalistas lleven veinte años dominando el panorama político español, ya que los dos grandes partidos, PP y PSOE, se ven en la obligación de pactar con ellos para poder sacar adelante las diferentes leyes de las legislaturas en las que gobiernan, la primera y principal, los Presupuestos.
Unos Presupuestos que han estado debatiéndose toda la tarde de hoy en un paripé político de esos que sonrojan a las personas que nos movemos desde la certeza del sentido común. Todo el mundo sabe ya que serán aprobados y poco importa lo que digan unos y otros, son los que son, y punto.
Los partidos nacionalistas vasco y canario han aprovechado para sacar tajada para sus comunidades, en su derecho están, pero han dejado un panorama económico asimétrico de dimensiones complejas y explicación mundana, ante el que el PP querrá sacar tajada electoral y los otros partidos nacionales patalearán sin ninguna esperanza plausible.
No hay que exagerar, sin embargo, el valor de unos presupuestos, que no dejan de ser más que una hoja de ruta, un marco de referencia para poder comenzar a trabajar. Después la realidad modificará aquellas partidas que estuvieron mal construidas, y adaptará aquellas otras que se quedaron cortas, porque los presupuestos, como no podía ser de otra manera, se realizan en base a las previsiones, y ya todos sabemos que las previsiones, previsiones son.