Sociopolítica

Los Reyes Magos, el Carnaval y la Pérdida de Valores

Mañana será el gran día festivo del consumismo, de la avaricia y del egoismo. Apenas una minoría pensará realmente en el significado del día. En vísperas, especialmente los padres con niños pequeños acudirán a los desfiles carnavalescos que se desarrollarán por los centros de las ciudades y los pueblos para ver un espectáculo publicitario-mediático que nada tiene que ver con aquellos hombres llamados Reyes Magos que supuestamente son los artífices de la compritis colectiva para engañar a los niños con regalos adquiridos para ellos supuestamente por estos tres hombres de tierras lejanas.

Lo de mago viene de sabio, no porque fueran unos magos que con su magia sacaron regalos de sus anchas mangas. De hecho, en otros idiomas no se habla de reyes, sino de sabios, los Tres Sabios llegados de Oriente. Y sólo en la cultura española parece que se haya hecho creer a los niños que son ellos quienes traen los regalos. En cualquier caso, tanto Papa Noel (el doble de San Nicolás para la Nochebuena) como los Reyes Magos son en sus funciones actuales una invención de hace apenas dos siglos y más bien producto comercial que religioso, ya que se desvirtúa su significado original.

A diferencia de San Nicolás, obispo en una ciudad costera de lo que era Bizancio y de cuya existencia y su buena labor sí queda alguna constancia, convertida con el tiempo en leyenda misteriosa que acabó situándole en la zona polar con su trineo tirado por renos, los Reyes Magos no se dedicaron a colmar de regalos a los niños ni mucho menos recorrieron España, sino que hicieron su ofrenda al Niño Jesús como muestra de respeto y presentación de honores que se debe a todo rey, siendo Á‰l el Rey de Reyes anunciado por los ángeles. Así que resulta difícilmente creíble que se molestaran en subir a cada casa para dejar regalos bajo las camas a cambio de una galleta y un vaso de leche.

Sea como fuere, su sino no fue hacer regalos. Ellos forman parte de la historia bíblica, una historia que el comercio y el laicismo nos han hecho olvidar. Parece, además, anacrónico que con unas fiestas navideñas degeneradas a unas fiestas laicas sin simbología cristiana se siga celebrando este día como gran acontecimiento final de las vacaciones de invierno, las fiestas del solsticio o como quieran llamar algunos a estos días de la gula, del derroche y de la histeria colectiva por comprar y reunirse en comidas y cenas varias.

En Madrid y otras ciudades con alcaldes progres o pseudoprogres, la iluminación navideña ha quedado reducida a diseños de moda con luces en formación geométrica. No hay símbolo que se pueda llamar cristiano, no vaya a ser que nuestros enemigos de otra religión se ofendan, ellos que son tan dados a ofenderse por todo menos cuando se miran al espejo, ellos que cuentan con la tolerancia de la izquierda rancia y sectaria tan luchadora por los derechos de los ciudadanos, pero tan amnésicos cuando se trata de conocer la propia historia o de defender los valores propios del mundo occidental de profundas raíces cristianas, raíces que dieron origen a los derechos humanos y a los derechos individuales como los conocemos hoy, a pesar de que la iglesia católica fuera en su día tan fanática como los seguidores de la media luna. La diferencia consiste en que los primeros sí tenían valores que luego se pusieron en práctica con la evolución de la sociedad occidental, mientras que los segundos se quedaron anclados en la edad media quizás precisamente porque carecen de estos valores cristianos que suplen con mandatos salvajes e incivilizados y que les impiden avanzar más allá de una sociedad de estructuras intelectuales y funcionales medievales.

Los Tres Sabios de Oriente -de los que no se sabe muy bien si fueron dos, tres, siete o doce- practicaron por educación y por lo que consideraban su deber moral algo que hoy en día pocos practican: El respeto ante alguien que creían nacido para una posición superior en la sociedad humana. Con ellos se saludó al cambio que debía venir para reformar a la sociedad del momento.

En lugar de estos desfiles más parecidos al carnaval (con futbolistas disfrazados de Reyes Magos más parecidos a Priscilla Reina del Desierto, sobre grandes carrozas de papel maché, pintura, luces y tirando caramelos) sería mejor transmitir lo que significaba su llegada a Belén y las circunstancias que rodeaban al nacimiento de Cristo, algo mucho más navideñamente romántico y a la vez instructivo. La deriva que han tomado estos festejos se parece más bien a la marcha triunfal de Herodes.

Precisamente teniendo por delante una grave crisis económica, no estaría mal repensar las fiestas navideñas. Es un hecho denigrante que algunos hayan pasado a felicitar las «vacaciones». ¿Desde cuándo se desean «felices vacaciones«? Casi se debería negar el derecho a vacaciones a todos aquellos que no creen en el verdadero significado de estos días. No – ellos mismos se deberían negar a festejar unas fechas en las que no creen y que están vilipendiando con sus «felices vacaciones«.

Pero quizás esta fiesta de los Reyes Magos es expresión de la pérdida de valores y de la pérdida de memoria histórica de una sociedad convertida en borreguil que se deja deslumbrar por el brillo de unos desfiles que tergiversan lo que representaban sus protagonistas y toman por tontos a unos niños que -cuando tengan ya un poco de capacidad de pensar- tienen que decirse que parece inverosímil que haya desfiles de los mismos personajes en todas las ciudades y hasta en los pueblos que luego en cuestión de pocas horas tienen que repartir regalos entre todos los niños de España (y del mundo entero). Tienen que sorprenderse por la competencia de un Papa Noel que se importó a España hace apenas treinta años, junto al abeto de Navidad y que ha sido desvirtuado por un chabacano atuendo diseñado por Coca Cola, desprovisto de los símbolos propios de un obispo y más parecido a una bata de meretriz de un club de carretera.

Tal vez los niños de hoy sean los que reformen todo esto el día de mañana, tras haber sucumbido Occidente en su decadencia imparable y en fase final. Para la estabilidad emocional hace falta un sistema de valores en los que se puede creer. Esta estabilidad será la que proporciona, a su vez, estabilidad a la sociedad y da cohesión a sus miembros. La magia de unos personajes bíblicos no consiste en el brillo de las luces y el tamaño de las carrozas carnavalescas, sino en la sencillez de lo que simbolizan y transmiten. Los mensajes ilusionantes no tienen que ser grandes discursos ni la simpatía tiene que ser comprada a base de regalos. Lo triste es que los gobernantes actuales ya no tienen la capacidad moral ni intelectual de transmitir nada, y así queda reflejado en todo lo que organizan.

¡Felices Reyes! ¡Que su sabiduría esté con vosotros!

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.