Para hablar de valores cristianos lo primero que deberíamos tener en cuenta es que el Estado católico de El Vaticano tiene como forma de gobierno una “teocracia”, que es lo mismo que decir gobierno totalitario, si en lugar del clero gobiernan los laicos.
La identificación de la ideología católica y por lo tanto de los “valores cristianos” con el totalitarismo, en sus diferentes versiones, llegó a tal extremo que el papa Pío XII, en la víspera de navidad del año 1941, radió un mensaje en el que pedía a las potencias beligerantes que llegaran a un acuerdo para firmar la paz sobre la conservación de los regímenes políticos, nazi y fascista, existentes al comienzo de la guerra. Esto es, sobre la base de la consolidación de estos dos regímenes y sus imitadores. Algo que ya no era posible porque unos meses antes, agosto de 1941, los anglosajones habían adquirido un compromiso en la Carta del Atlántico en el que expresaban el deseo de luchar hasta la:…”destrucción final de la tiranía nazi…restaurar los derechos soberanos de los pueblos.”
¿Cómo puede explicarse que las religiones monoteístas hayan permanecido y permanezcan indiferentes ante la abrumadora miseria en la que han vivido cientos de millones, durante siglos, y viven más de 4.000 millones de personas en la actualidad? ¿Por qué nunca hicieron ni hacen nada? Si la policía, el ejército y la Iglesia o el Islam han formado y siguen formando parte de los Estados opresores, monarquías absolutas, dictaduras militares, teocracias, fascismo…, ¿cómo puede esperar nadie que hagan algo contra el Orden social en el que ellas mismas se protegen y al que ellas mismas legitiman?
De esta alianza con la propiedad y el Poder podemos leer un pequeño extracto breve y jugoso hecho por el papa León XIII en su encíclica “Rerum novarum”, donde afirma solemnemente: “15. En la presente cuestión, la mayor equivocación es suponer que una clase social necesariamente sea enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiese hecho a los ricos y a los proletarios para luchar entre sí con una guerra siempre incesante. Esto es tan contrario a la verdad y a la razón que más bien es verdad el hecho de que, así como en el cuerpo humano los diversos miembros se ajustan entre sí dando como resultado cierta moderada disposición que podríamos llamar simetría, del mismo modo la naturaleza ha cuidado de que en la sociedad dichas dos clases hayan de armonizarse concordes entre sí, correspondiéndose oportunamente para lograr el equilibrio. Una clase tiene absoluta necesidad de la otra: ni el capital puede existir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. La concordia engendra la hermosura y el orden de las cosas; por lo contrario, de una lucha perpetua necesariamente ha de surgir la confusión y la barbarie. Ahora bien: para acabar con la lucha, cortando hasta sus raíces mismas, el cristianismo tiene una fuerza exuberante y maravillosa.
Y, en primer lugar, toda la enseñanza cristiana, cuyo intérprete y depositaria es la Iglesia, puede en alto grado conciliar y poner acordes mutuamente a ricos y proletarios, recordando a unos y a otros sus mutuos deberes, y ante todo los que la justicia les impone.”
A partir de aquí, la pregunta que hay que hacerse es de qué valores hablamos, cuáles son sus contenidos y objetivos y a quién benefician y, como la sociedad no se basa en la falta de explotación y de dominación sino que está integrada por clases sociales antagónicas, si a una clase benefician a la otra clase, necesariamente, tendrán que perjudicar los mismos valores.
Por lo tanto, un régimen teocrático nunca puede crear un sistema de valores, una moral, que perjudique sus posiciones privilegiadas, sus ambiciones de dominio y su sistema de explotación económica. Por la misma razón, cuando el sistema de valores cristianos del Vaticano los aplican las dictaduras militares o regímenes totalitarios como fueron el de Franco, el de Salazar, el de Dollfuss o el de Mussolini, por poner unos ejemplos históricos, es porque no les perjudican sino que les benefician.
Estos regímenes autoritarios coinciden con el Vaticano en que firmaron concordatos en virtud de los cuales delegaban en la Iglesia católica nada menos que la aplicación, vigilancia y cumplimiento de la moral, pero no de la moral de las dictaduras porque los dictadores es algo que nunca han elaborado, sino la moral cristiana, que es el clero quien la ha elaborado y ofrecido como conciencia de clase a todo sistema de gobierno que se basa en la explotación de los trabajadores. Además los dictadores les encomendaban el control absoluto de la educación a fin de que los niños se formaran adecuadamente en ese sistema de valores.
Nadie podría entender que estas dictaduras encargaran a la Iglesia la vigilancia de sus propios valores cristianos, si éstos hubieran podido servir para que sus súbditos, el pueblo explotado, se revelara contra sus dominadores. Pero no podría ser entendido porque nunca ha habido revoluciones contra las dictaduras en nombre de esos valores. Puede haber habido antipatías contra algunos dictadores que no gustaban al clero, pero no contra el sistema político dictatorial porque éste se conservaba aunque hubiera que cambiar a la persona que lo encabezaba.
Lo que sí que podemos entender es que los valores que estorban a los dictadores son perseguidos por éstos por ejemplo: la democracia, los republicanos, los socialistas, los anarquistas, los comunistas, los obreros, que siempre son una amenaza por ser explotados, los derechos individuales y, desde luego, la libertad de conciencia y la libertad sexual. Estos valores cristianos y estos dictadores nunca han permitido que nadie piense por su propia cuenta ni que sea sexualmente libre. Hasta ahí podían llegar. Por lo tanto, si observamos que unos valores, los cristianos, benefician a los dictadores, por la misma razón comprobamos que otros valores, los derechos individuales y la democracia, les perjudican.
Esto no debería llamarnos la atención. Lo que llama la atención es cuando la misma clase social proletaria y campesina se identifica con los mismos valores que profesan los capitalistas, empresarios, militares y fascistas. Aquí hay algo que no encaja. Y que debería escandalizarnos cuando escuchamos, supongo que no por falta de buena voluntad sino por ignorancia o debilidad mental y sicológica, que muchos republicanos, comunistas y socialistas se declaran al mismo tiempo católicos.
¿Cómo puede un republicano, comunista y socialista ser al mismo tiempo católico? O dicho correctamente, cómo puede considerarse perteneciente a la clase explotada y compartir el sistema de valores cristiano, propiedad de la clase explotadora ya que es su beneficiaria. Alguien ha visto alguna vez que la derecha maldiga los valores cristianos o que no vaya a misa junto con el pueblo. ¿Alguien ha visto, o leído en los libros de Historia, alguna vez que el catolicismo no bendiga las sublevaciones militares contra los comunistas, socialistas o republicanos y las califique de “cruzadas”?
Dos clases antagónicas nunca pueden compartir el mismo sistema de valores, cristiano, en este caso. Ni los políticos de izquierda, si es que representan los valores antagónicos de las clases explotadas. Por lo tanto, aquí sigue pasando algo que no es posible que encaje. A no ser que admitamos, con resignación, que la explotación es inevitable, forma parte de la naturaleza social y conveniente para purificar el alma a costa del cuerpo, que es nuestro enemigo, y así podernos ganar la eterna salvación.
Resignación, además de sentir, como Schopenhauer o los estoicos, un enorme sentimiento de dependencia hacia esos valores, sus dioses y la clase dominante que se beneficia de los mismos, por formar parte del plan espiritual o económico del que, por negación de nuestra propia conciencia en la conciencia opuesta, nos sentimos formar parte y, en consecuencia, realizados en ese plan divino. Ni Hegel podría haberlo dicho mejor. Bueno, pero, entonces, habríamos colaborado al cumplimiento de los objetivos de esos envidiables “valores cristianos”: someternos como súbditos al Poder.
¿Cómo es posible esta identificación del sumiso con el dominador? En términos sadomasoquistas lo explica, y bien, E. Fromm en “El miedo a la libertad”, pero antes que él, en términos sicológicos, lo explicó Freud al hacer la misma aportación que había hecho Marx. Si éste dijo que la ideología dominante es la ideología de la clase dominante, de lo que parece que muchos militantes de izquierda aún no se han enterado, Freud descubrió que el Principio de la realidad somete al Principio del placer. Esto es que la civilización necesita reprimir a sus ciudadanos para no destruirse. Sólo que a Freud le faltó identificar el Principio de la realidad, con los intereses de la clase dominante. A pesar de lo cual, su aportación, como demostrará Marcuse en “Eros y civilización”, ha sido fundamental para entender la dominación en términos sicológicos.
Sobre ello volvió W. Reich en dos de sus ensayos “La psicología de masas del fascismo” y “La revolución sexual”. Hay gente que le pasa como a mí, que están, estaban, empeñados en decir que la libertad sexual, en lugar de oprimirla como diría Freud, es necesaria para la libertad individual y política, pero no me quiero salir del espacio con este tema. Reich puso el dedo en la llaga llamando la atención sobre cómo era posible que parte del pueblo se sintiera identificada con los valores del nazismo. Y trató de explicarlo en que el Estado autoritario mediante la educación, la Iglesia y sobre todo la familia educaba en la ideología autoritaria a sus súbditos. La represión sexual era el instrumento para formar autoritariamente a los súbditos del Estado.
Sus aportaciones han sido clarificadoras y necesarias para poder seguir investigando más acerca de las causas de esa identificación. El paso siguiente, que no dieron, era entender que no era el Estado, ni la civilización en abstracto, sino las religiones monoteístas las que se presentaban como ideologías “interclasistas”, porque no admiten que existan clases antagónica en lucha de intereses opuestos, sino que tienen como objetivo impedir la lucha de clases y, en consecuencia, crear un Orden social basado en la existencia de dominantes y dominados. Orden que tratan de mantener en paz.
Pero esto no sólo ocurre en los sistemas dictatoriales, sino, también, en la democracia. La razón es bien sencilla, los partidos de la burguesía, llamados demócrata cristianos, llevan el título de cristianos porque se sienten identificados con los “valores cristianos” no con los derechos individuales. De manera que esto es grave, ya que nos están avisando de que, por encima de los valores afirmados en las constituciones están los valores afirmados en la Biblia o la doctrina cristiana. Si se fomentan éstos, se devalúan los otros. Y esto es peligroso. La derecha siempre tendrá en el futuro la perspectiva halagadora de la legitimación de sus contrarrevoluciones invocando los maravillosos “valores cristianos”.
La primera característica que tienen éstos es que no tienen rango de derechos individuales sino de obligaciones. Son deberes, porque toda doctrina monoteísta se basa en un sistema de normas que regula y orienta la conducta individual. Hasta tal punto no se reconocen derechos que cuando fueron proclamados los derechos humanos en la Revolución francesa se produjo la reacción clerical condenándolos. Hasta el día de hoy. Si no los hubieran condenado y los siguieran condenando, se habría producido una contradicción entre su sistema de valores y los derechos individuales.
Sin entrar en el desarrollo de qué valores son éstos, sólo adelantaré que desde Cristo, pasando por San Pablo hasta llegar a la doctrina cristiana el primer valor que se predica es la “obediencia pasiva” al Poder. Tan importante es este valor que el clero y las monjas hacen voto de obediencia. Nada más reconfortante para un dictador que el que sus súbditos, educados desde la infancia por el clero, se sometan, como los estoicos, a la voluntad del Poder.
Si leemos el concepto de justicia, según la doctrina cristiana dice ésta que: la justicia conmutativa consiste, respetando la propiedad privada de los medios de producción o el capital, en respetar los intereses de los demás, esto es de los capitalistas, terratenientes o especuladores. En el mismo sitio distingue entre súbditos y autoridad.
Cuando hablan de otro de los más maravillosos valores cristianos, del que también hace voto el clero y las monjas: la castidad, afirman que es una virtud necesaria para reprimir el placer e inevitable para salvar el alma. Si ya lo había dicho Freud con más rigor científico. El resto de valores se caracterizan por la exaltación del sufrimiento y de la sumisión moral o negación de la libertad de conciencia. Las “bienaventuranzas” son un compendio de ese sistema de valores que todo individuo debe tener para ser un buen súbdito del amo. De manera que, si algún bienaventurado se revelara contra su resignada situación, automáticamente perdería la condición de bienaventurado y ya no podría entrar en el reino de los cielos. ¿Por qué será tan importante la represión del placer sexual para dominarnos? Esto ya lo contaré, cuando publique, “La civilización pervertida”. La pervertida es la clerical reprimida no la hedonista liberada.