Aquella tarde soleada, hace ya casi 8 años, se volvió, de forma repentina, oscura y triste. Acudí al urólogo por una pequeña (así lo creía) infección en la orina. En un par de minutos (a mis 52 años) mi vida dio un vuelco brutal: me diagnosticaron diabetes tipo 2. Me quedé en shock porque la historia, en mi entorno, se volvía a repetir. Fue como si se me cayera el mundo encima porque mi padre tuvo esta enfermedad perniciosa y perversa (tipo 1) que le llevó a la muerte a sus 57 años pues se le complicó con un infarto de miocardio. Viví de cerca aquel calvario, en particular los últimos cinco años de su vida.
Aún así, y en ese momento, no era consciente de lo grave del asunto porque hay opiniones que dicen que la enfermedad no se debe considerar así. A estas alturas que me lo pregunten a mí.
Y lo digo alto y claro: ES GRAVE, sobre todo, si se deja que ese “caballo de Troya” siga invadiendo y minando no sólo el cuerpo sino también el espíritu.
¿Cómo se explica que esta enfermedad, que ya tiene sus calificativos como silenciosa, afecte al 18% de la población europea, es decir, unos 62 millones de personas, y que los casos se hayan multiplicado por 30 en los últimos cinco años? La diabetes es uno de los enemigos públicos número uno de la sociedad europea y, diría, mundial. Las estadísticas aquí en Canarias son de pánico. Y como no haya medidas preventivas, ya se nos está advirtiendo que la sanidad pública en unos años no podrá asumir el gasto de esta plaga. El problema no está solo en los que la padecemos sino en aquellas personas que ya la tienen pero como es tan sorpresiva ni se enteran. Más grave aún: en tiempos pasados se consideraba a la diabetes como «la enfermedad de los mayores». Actualmente hay informes oficiales que dicen que hoy es una de las enfermedades crónicas más comunes en los niños y jóvenes.
He tardado exactamente 8 años en darme cuenta de la enfermedad que tengo. Y sobre todo he tardado todo ese tiempo en ponerle remedio de una vez por todas. Solo me han bastado tres meses. Y cuando he notado el resultado contrario es cuando me he dado cuenta que vale la pena luchar contra ese caballo que, al igual que el artilugio inventado por los griegos para meterse en la ciudad de Troya, se está introduciendo cada vez más en nuestra sociedad de forma sutil y silenciosa.
Por eso he decidido, a partir de hoy y en pequeños relatos, compartir mi lucha en mi blog, y a través de mis letras, por si le sirve a alguien que está en situación de riesgo. A través de mi experiencia, que acompañaré con imágenes y vídeos, trataré de concienciar al mayor número de gente posible. Si a ti, que me lees, no te interesa, pásale, te lo ruego, este artículo a quién sí le pueda interesar. Puedes ayudarle a tener más salud. A mí me han ayudado.
El pasado, 24 de noviembre de 2015, me lo dijo la médico de cabecera: “Sería bueno que compartieras tu experiencia y ojalá que todos los pacientes, concretamente los diabéticos, lucharan por una mejor calidad de vida no sólo por ellos mismos sino por los que tienen a su alrededor”.