La pobreza en Europa crece y atrapa a las clases medias. Hace unos años era corriente tener tres comidas calientes al día. Comprar una casa parecía lo normal, sin sospechar que eso hipotecaría el futuro de miles de familias. Nadie se imaginó el paisaje con personas que acuden a los contenedores de las grandes superficies en busca de alimentos desechados. No se trata de mendigos, sino de personas de clase media que han perdido su trabajo, su principal fuente de ingreso. Son los mismos ciudadanos que hace pocos años ayudaban en los comedores sociales como voluntarios, y que ahora se ven en la necesidad de acudir a estos centros para comer.
La pobreza en la Unión Europea va más allá de la desigualdad económica y trasciende los hasta ahora perfiles de personas en riesgo de exclusión social: niños y ancianos, mujeres e inmigrantes. En 2009 existían, en la Europa de los 27, alrededor de 115 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión social, lo que supone el 23,1% de la población, según fuentes oficiales. Dos años antes de la crisis, en 2007, cerca de 85 millones de ciudadanos europeos se encontraban por debajo del umbral de pobreza relativa.
¿Qué significa “ser pobre” en un contexto “sólido y estable” como la Unión Europea? En España se considera pobreza ingresar menos de 8.000 euros al año, según el Centro Superior de Investigaciones Científicas en 2010. Esta pobreza no es accidental. La sociedad se ha movido al ritmo frenético que marcaba el modelo de consumo desaforado. Se nos vendía que ser era lo mismo que tener, y se confundían las verdaderas necesidades con las artificiales.
La crisis actual deja una tasa de paro juvenil de 48,5 %, más de 6,4 millones de menores de 25 años en España han perdido la esperanza de encontrar trabajo. La tasa más alta de los países de la Unión Europea, según fuentes de la Organización Internacional del Trabajo. Cientos de jóvenes se emanciparon durante la burbuja económica de hace unos años sin prever las posibles consecuencias. Ahora vuelven a casa de sus padres con las maletas y, en algunos casos, con hijos y sin un horizonte laboral estable.
La marginación tiene nuevos rostros relacionados con la precariedad laboral, deficiencias en la formación, el encarecimiento y la dificultad en el acceso a una vivienda digna, la falta de participación en la vida democrática de un país. Y sobre todo un descenso en la autoestima que los hace sentirse frustrados, como si nadie tuviera necesidad de ellos. Un cúmulo de factores que crecen a la sombra del desmantelamiento progresivo del Estado del Bienestar. Los recortes en la cobertura pública y la destrucción de los fondos de ayuda europeos dificultan el intento de atajar las nuevas situaciones de desigualdad. Las políticas de austeridad implantadas en la Unión Europea han sido determinantes para socavar todo aquello que tanto había costado conseguir tras la Segunda Guerra Mundial. En palabras de Paul Krugman, Nobel de Economía, “el resultado de esta política de austeridad es la recesión económica que se avecina en Europa».
Para superar esta crisis la Unión Europea “necesita una economía inteligente e integradora que disfrute de altos niveles de empleo, de productividad y de cohesión social”. Eso es lo que se pretende con la nueva estrategia “Europa 2020”, en palabras de Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea. El nuevo plan intenta corregir el fracaso de la anterior estrategia, acordada en Lisboa. Tiene como objetivo de referencia sacar al menos a 20 millones de personas en riesgo de exclusión social. Con “Europa 2020”, la Unión Europea propone una visión de economía social de mercado para el siglo XXI, dónde se apueste por un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. Europa necesita un rescate social más que financiero.
Antonio Ruiz Morales
Periodista