En un nuevo libro, «Mad As Hell: How the Tea Party Movement Is Fundamentally Remaking Our Two-Party System» [Harper, 2010, 336 ps.] los politólogos Scott Rasmussen y Doug Schoen se preguntan si la revuelta ideológica, más ruido que nueces, llamada Movimiento Tea Party llevará a un algún lado. «It will conquer Washington?» Sugieren que sí. «This may just happen». El hecho es que Rasmussen y Schoen, son dos ailiados de «Fox News» que creen que reconfigurar el rostro político de Norteamérica («re-making the face of America» es echar bofetadas ante el aparato propagandístico del liberalismo, «the liberal media».
Sin embargo, ese liberalismo del que se habla en Norteamérica es más un fantasma de moralidad distorsionada e intereses creados, que una sustancia progresista de representación y contenido económico en favor de las mayorías. La democracia estadounidense es un embeleco burgués, lleno de rituales de puro apariencialismo, en el que la gente pobre nada tiene que buscar que no sean promesas. No son los «liberales» de la prensa los que sienten que los partidarios del nuevo moviemiento Tea Party son unos fanáticos, racistas y jingoístas («bigots, fanatics, and worse»); es la gente, el pueblo llano, incluyendo los inmigrantes nuevos.
Recientemente, el general retirado Colin Powell, quien endosara a Barack Obama en 2008, dijo que la mayor parte de la crítica que se dispara contra Obama es paja, majadería: «sinsentido», acusaciones impregnadas de chismografía, que comienzan suponiéndolo un mahometano nacido en el extranjero y terminan culpándolo, por todo el cúmulo de problemas que heredera de la administración guerrerista y derrochadora anterior, el bushismo causante del descontrol del déficit nacional. Powell, quien sigue siendo republicano, les dijo a los suyos: «Ataquemos, acaso no a él, sino a sus propuestas de política, pero no con sinsentidos y pocavergÁ¼enzas».
El título del libro «Mad as hell» / Loco endemoniada, loco como el infierno, no implica que se ha de favorecer a sectores populares; esta locura discursiva implícita de los Tea Partiers lo menos que pretende es terminar con el sistema capitalista y dar más poder a los ciudadanos y menos a las élites. Los proponentes de la locura discursiva, como protagonistas del prospectivo nuevo sistema, son los portavoces de las mismas élites, posando hipócritamente por ganar la simpatía de la población, sin dejar que sean los grandes grupos económicos, los que sigan al mando. Este populismo endemoniado y retórico es hueco y preservará el poder y la hegemonía política a través de la popularidad entre las masas. Este levanta mollero e invoca carismáticas dotes, pero sin otorgar a los ciudadanos capacidades reales de autodeterminación.
Este es el engaño y la gesticulación entre bambalinas. Scott Rasmussen y Doug Schoen no son tan sutiles como para verlo. Y se entretienen con esta «populist uprising», junto conservadores — y también los liberales de pacotilla — que, presuntamente, han perdido su fe en las élites de Washington, Wall Street, y la corriente principal de los medios de comunicación. Hablar como locos de atar y comportarse como los caudillos, es el viejo régimen reforzando su poder y su obsolescencia. Hablar contra sectores económicos estratégicos (industriales, bancarios, etc.) e intereses militares y su función pública, pero dejarlos intactos, es el vicioso situación que hay que cambiar de fondo.
Esta es la misma gente que, al aducir que desea una Revolución Conservadora real, anda tras fondillos de Erick Erickson, considerado un influyente ideológo conservador que da un curso incierto a la Derecha. Este creador de la popular bitácora RedState.com, en complicidad con Lewis K. Uhler, alega que pelea contra el rampante crecimiento del Gobierno y alzas de los impuestos. Gesticula que es necesaria una limpieza en el Partido Republicano para que Norteamérica vuelva a su curso. Escribe sobre «how–to guide for cleaning up the GOP, slashing government, reclaiming lost ground» y sobre cómo los republicanos deben educarse primero a ellos mismos y aprender luego a combatir. El problema de ellos dos es que toda la culpa siempre es echada al Partido Demócrata y al Arrogante Gobierno Federal y sus muchos programas sociales para la gente pobre. Ambos andan a la búsqueda del «tamaño apropiado» para el gobierno, porque «a más pequeño, menos
costoso y menos entrometido». Esto es lo que Erick Erickson en su libro «Red State Uprising: How to Take Back America» [Regnery Press, 2010], «La Reblión del Estado Rojo», pretende apresurándose a aclarar que no es anarquía o revolución si no achicar el gobierno para maximizar el crecimiemto económico y el disfrute de libertad individual y derechos de propiedad privada.
Como los Tea Partiers, defendidos por Scott Rasmussen y Doug Schoen, Erickson acusa a Barack Obama de patrocinar el Estado benefactor-socialista «socialist nanny state», así es que interpretan la aprobación congresional y nueva Ley del Cuidado de Salud, que les ofrece un seguro médico a más de 40 millones de estadounidenses que no tenía la cobertura médica. Rasmussen y Schoen dicem que el Nuevo Populismo tiene dos alas: una en la izquierda y otra en la derecha. La de la izquierda favorece el patrocinio de políticas de justicia económica redistributiva (e.g. el seguro médico); en el ala derechistas, representada por la gente de Fox News, Rush Limbaugh y Sarah Palin, se quiere reducir el poder del gobierno que interfiere en la vida del ciudadano.
Mas ambas alas, se alega, son anti-Wall Street y todo lo que escape del contacto directo con los ciudadanos. (¿De veras?) Rasmussen y Schoen creen que los más enojones y potencialmente más poderosos en su mensaje son los populistas de la Derecha. Sarah Palin buscará la presidencia en las elecciones de 2012.
Hay demócratas, como el mismo ex-director del Comité Nacional Demócrata, Howard Dean, que tienen una relación de amor y odio con este este Nuevo Populismo, según se desprende del discurso ofrecido en Hofstra University, donde dijo: «Aprueblo mucho de lo que el Movimiento Tea Paty hace; pero creo que sus resabios de racismo son desafortunados… Si uno mira a los Tea Partiers, hay mucha gente de mi edad y mi color, que están inconformes con que este país vaya a lucir como California en 40 años, cuando ya no seamos la mayoría blanca».
Con este escrúpulo de Howard Dean, los resabios de racismo, se entra en verdadera materia. Cuando se dice que los políticos, demócratas o republicanos, cuando van a Washington, ambos no reducen, sino que más bien expanden y derrochan dinero del gobierno, aliados a grupos de intereses financieros corporativos, entramos en verdadera materia. Entre estos republicanos, disfrazados de conservadores y progresivistas (al estilo de Robert LaFollette, Earl Warren, Nelson Rockefeller, Dede Scozzafava, Charlie Crist, y Teddy Roosevelt), capaces de aprobar leye como «Environmental Protection Agency», y los demócratas que como ellos hacen alianzas con el «big business», no hay diferencias. Entramos en verdadera materia si consideramos que los demócratas y los republicanos han sido enemigos del socialismo europeo y ambos han sido degeneradores de la sociedad moral. Ambos han servido al deterioro de la familia nuclear como base de la sociedad y han descuidado
a los pobres, con políticas tardías en torno a cuestiones raciales y de gasto social.
Los republicanos no están exentos de que el «big government», el Leviatán Gubernamental, se haya entronizado, sólo que han sido más derrochadores al dar contratos y prebendas a aparato corporativo-miliitar. Erikson dice: «Both parties have used the tax code, spending, and power to reward their bases, enact their preferred social policies, and expand their own preferred government programs». [«Ambos partidos han utilizado el código tributario, gastos y poder para co mpensar sus bases electorales, aprobar sus políticas sociales preferidas y expandir sus programas de gobierno, según sus preferencias»]. De ahí que haya que educar a sus respectivos partidos en cuanto a lo que realmente quieren y los diferenciaría respecto a las mayorías que, como votantes, los observan, porque, desde el punto de vista de un verdadero populismo, demócratas y republicanos son los partidos de las élites, donde el pueblo no cuenta y sólo esperaría por promesas
que jamás o apenas se cumplen.
El Movimiento Tea Party no hará un nuevo rediseño del sistema bipartidario ni será inclusivo. Este es sólo el ejemplo de una polarización racista y anti-obámica, anti-migratoria, pataleo y berrinche de sectores blancos, que se ven languidecer ante liderazgos minoritarios. En la pasada elección presidencial, fue un afroamericano carismático quien fue electo presidente. En futuras elecciones, puede que sea un latino. Logros qque son demasiado para el orgullo blanco y para las élites xenofóbicas y renuentes al avance de las crecientes migraciones y nuevos ciudadanos por naturalización que han de ser las futuras burocracias gubernamentales, funcionarios designados, jueces del Supremo o funcionarios electos auténticamente con el voto popular directo.
El gobierno, en los EE.UU., es una industria de influencias y una agencia que a la postre forma millonarios. El Tea Party no intentará a acabar con eso; desde ese gobierno del status quo se luchan las jefaturas gubernamentales del lucro y el benficio, del mismo modo como se lucha la jefatura ejecutiva de las megacorporaciones privadas y, tristemente, ni Rush Limbaugh, ni Erickson ni Scott Rasmussen y Doug Schoen, hablarán sobre tales cosas ni aspiran realmente a dar fin a esa mina de oro para las grandes personalidades que arbitran el poder del mundo.
En conclusión, estos libros y autorías son mordiscos, zarpasos y ladridos, locura infernal, dentro de las jaulas de jaurías amestradas, que batallan dentro de su zona podrida y viciada, por huesos de su alimento, unos contra otros. En rigor, en Norteamérica, ni hay auténticos liberales ni conservadores, muchos menos izquierdas o socialistas en el poder. Sólo máscaras, disfraces, pitos y flautas. Tribus de derechas moderadas vs. ultraderechas.