En Madrid ya ha empezado la precampaña de las municipales con el baile de sillas para una candidatura señalada, la de la Capital del Reino. Deja el camino expedito la actual alcaldesa, la señora de Aznar, por el simple motivo de haber cumplido las expectativas, aunque se ignoran cuáles fueron estas. Llegó por carambola gallardoniana y se va por estrogénica decisión, sin respetar nunca la voluntad pública, es decir, sin que los votos la hayan aupado ni apeado de la poltrona. Deja un legado infumable, el de ser la señora del señor del bigote que habla peor inglés que él.
En el partido, tan popular como transparente y donde se ha asegurado que van a cambiar las normas para garantizar la reelección de muchos de sus munícipes, ya sondean a posibles voluntarios para la derrota: desde la vice-de-todo, la mandona Sáez de Santamaría, hasta la de la porra, la Cifuentes, que últimamente cultiva su imagen edulcorada de ir por libre, cual verso, como el decepcionante Ruiz-Gallardón, ministro de la marcha atrás. Al parecer, no encuentran ninguna figura sin carnet, de la abogacía o las empresas (un banquero no sería aconsejable), que dé el salto a la política con la que está cayendo, por lo que tienen que recurrir al banquillo.
Tarea complicada cuando la hinchada está deseando expresar su descontento con tantas reformas estructurales que siempre penalizan a los mismos, a los que pagan las entradas. Soportando tantos ajustes, ansían ajustar cuentas. Y la Botella no está para aguantar broncas de los desagradecidos ni el navajeo de los marianistas que afecten a su delicado cutis: prefiere irse al Spa. Así se os caiga una rama encima, parece murmurar en su despedida, mientras esboza una amplia sonrisa. La pobre.