Cualquiera que observe desde alturas elevadas a los hombres que en tierra se agitan, andando de un lado para otro, se dará cuenta de que la capacidad de identificación disminuye, y por lo tanto la empatía también decrece.
Desde sus elevados sueldos, desde su estratosférico nivel de vida, los políticos ( léase aquí malos políticos ) apenas pueden vislumbrar nuestros problemas de gente terrenal, de animales de fondo de aire.
Allá los vemos en las alturas, en la cumbre de sus torres que se alzan sobre un castillo inexpugnable, levantado con el cemento armado de la burocracia, agitando los gallardetes del elitismo, mientras sueltan discursos estereotipados y estólidos que llegan a nosotros como un rumor lejano dispersado por la distancia.
Y no sería esta situación sostenible, ni la permitiría el vulgo, si no soltaran a sus bufones mediáticos para entretenimiento de los desgraciados, que acallan los quejidos de su estómago y su dignidad con el vocerío de la parafernalia televisiva, hasta profesar idolatría por sujetos totalmente ajenos a sus pesares y que viven por latitudes parecidas a la de los políticos.
Lejos de unir fuerzas para derribar el rascacielos social en que estos personajes viven a costa de nosotros ( y contra nosotros ) las clases bajas muestran una pusilanimidad que raya en lo absurdo, una pereza intelectual insólita, y un nivel de frivolidad vergonzante. No es esto una desidia congénita, sino el resultado de un largo y elaborado estratagema de las élites financieras, que han encontrado en la televisión su mejor aliado, un filón por donde desintelectualizar a la gente.
Se me podrá rebatir arguyendo que los canales tan solo ofrecen lo que los telespectadores demandan, pero a falta de otra oferta televisiva con que comparar la audiencia, sería un argumento pragmatista e inválido. Cierto es que un niño que crece viendo «Sálvame” o «Mujeres y hombres y viceversa”no va a demandar en el futuro programas didácticos o documentales interesantes, ya que la inoculación de telestiercol ya habrá engendrado un gusto televisivo horrendo.
Ya no nos sorprende ver a un español deshecho en lagrimones porque la selección española de fútbol ha perdido, mientras ese mismo personaje se encoje de hombros cuando un compatriota es desahuciado o no puede dar a sus hijos un triste bocado.
En fin, todo bien ensamblado para dispersar la fuerza superior que indudablemente la clase baja poseería de unirse por un objetivo común que dignificara su situación.
Sin embargo habrá que seguir esperando a que despierten de su modorra de conciencia, y habrá que seguir gritando hasta la afonía para no dejar dormir a los que viven allá en las alturas.