Al contrario que la mayoría de las personas de mi entorno, a mi la primavera no me gusta. No es que prefiera el frío del invierno, sino que no aguanto el calor del verano. Y la primavera es la antesala de esa estación tórrida, el anuncio del calor próximo e insoportable que no deja ni respirar.
La gente se alegra de los días luminosos, llenos de Sol y progresivamente más largos y templados que conducen, a partir del 21 de junio, al puro infierno. No es nada halagÁ¼eño que te avisen con 92 días de antelación de un suplicio inevitable, de ese tormento veraniego que es capaz de achicharrarte la piel al mínimo descuido, aunque venga camuflado con el canto de los pájaros, el cielo azul, el cromatismo floral y el sarpullido de las alergias. En una palabra, la primavera me deprime.
Para colmo de malos augurios, este año además se esperan durante la primavera tres eclipses, dos de Luna y uno de Sol, según los astrónomos. Salvo curiosidad en los ignorantes, ya sabemos que no nos acarrearán ningún maleficio como antiguamente creíamos, aunque alguna interferencia provocarán en las mareas, las telecomunicaciones, los hábitos de apareamiento o el ánimo de los crédulos. No me extrañaría, en cualquier caso, que alguien busque refugio, puesto que si estuvimos aguardando el final del mundo previsto en el Calendario Maya, una primavera con tres eclipses debe ser algo así como el redoble de tambores ante un cataclismo cósmicos de magnitudes insospechadas.
Pero es que, encima, nos cambian la hora. No sólo la longitud de los días se alarga más rápidamente en esta época, con tres minutos más de Sol cada día, sino que nos obligan a adelantar la hora para exponernos a padecer una insolación hasta cerca de las diez de la noche. Días interminables y noches breves. De esta manera, también las noches serán bochornosas y el sueño una quimera para el que no disponga de aire acondicionado. Las viviendas se convertirán en hornos que no disiparán su temperatura hasta que las imperceptibles brisas de la madrugada, incapaces de mover una hoja, ventilen una atmósfera de insomnio.
Reconozco que los jóvenes perciben la primavera como el preludio de un nuevo renacer y una oportunidad a la libertad, por lo que celebran su llegada y hasta organizan fiestas en su honor. Pero cuando uno ya no busca exhibir una anatomía en declive y ni las vacaciones representan un período de descanso y paz, sino todo lo contrario, la primavera se convierte en una estación de tránsito hacia… la decadencia física y la agresión de un ambiente cada vez más infernal. Se trata de un cambio que vivo con temor y angustia, todo lo contrario al otoño. Los males del verano desaparecen cuando el otoño tiñe de ocre los campos y despuntan los brotes de una vida nueva en las yemas de los árboles. Mientras la primavera es una estación maldita para mis bioritmos vitales, el otoño representa la época del año más gratificante para mi despertar orgánico y psíquico. Por eso deploro la primavera. No me sienta bien y me dispone a sentirme peor. ¡Maldita primavera!