Ya no se habla de Grecia. En otros tiempos a bordo de sus pentecónteras los mercaderes helenos navegaron por el Mediterráneo. Incluso se aventuraron en el Océano Atlántico. Con estas singladuras recorrieron la costa de Europa que en la actualidad los mantiene en un estado de catarsis económica. Aquellos que fomentaron el mundo comercial del viejo continente se ahogan. Como los cuerpos de los inmigrantes que inertes se posaron en el fondo oceánico, tras ser embestidos por la embarcación de la Guardia Civil. Las imágenes son tan desconcertantes como definitivas y espeluznantes. Cuánto dolor y pesar contienen. Cuánto despropósito. Cuánta crueldad.
Este suceso es una metáfora de la contemporaneidad que, al fin y al cabo, es la del propio ser humano en el acontecer incierto de este principio de siglo. La génesis de este hecho sólo puede entenderse desde el más absoluto desprecio a los derechos humanos. Y no puede desvincularse de los sucesos que, como a los griegos y portugueses, y ahora a los chipriotas, nos mantienen enfrascados en incesantes manifestaciones que claman un cambio de rumbo. Ese mismo rumbo que nos hace colisionar con lo más preciado.
Resulta chocante que haya sido un inmigrante marroquí quien, con un grado de suprema perseverancia, provoque que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dicte sentencia contra la Ley Hipotecaria. A raíz de una demanda interpuesta tras sufrir el desahucio de su propia vivienda. Son más de 500 desahucios los que se ejecutan diariamente.
Desde el año 2008 las demandas de ejecución hipotecaria han aumentado un 371 por ciento. Días antes de este pronunciamiento judicial europeo, el presidente del gobierno manifestaba su rechazo a la dación en pago. En la secuencia de este abordaje no podemos obviar la zafia actitud bancaria. Adeuda un montante de 256 millones de euros a las comunidades de propietarios. El truculento resultado son los millares de ciudadanos sin vivienda, expulsados de sus entornos sociales y arrojados a la penuria y al desarraigo. En suma a la intemperie y, en algunos casos, al suicidio. Cruenta realidad la de un país que insensible no protege ni ampara a sus ciudadanos y los arroja a su sino.
La desigualdad en España alcanza cotas insoportables. Según Eurostat, el 30,6 por ciento de la población menor de 18 años estaba en el año 2011 en riesgo de pobreza y exclusión social. La Fundación Alternativas fundamenta que la diferencia entre ricos y pobres ha aumentado en un 10 por ciento entre 2007 y 2009.
Francisco Vélez Nieto recoge en su más reciente obra, Recuerdos de un tiempo vivido, un proverbial ejercicio de memoria bajo un sorprendente encuadre literario y lírico. Su localidad natal, Lora del Río, población sevillana de la vega del Guadalquivir, sirve al poeta, escritor y comentarista literario para redescubrirnos, a través del intenso bagaje emocional y reflexivo de su acontecer vital, la complejidad del ser humano. Independientemente de su lugar de origen. Fragmentos que como estelas van diseñando un singular mosaico en el que ironía, drama, ternura, sonrisa y pensamiento crítico componen un todo deslumbrante. Los relatos poseen un marcado acento cinematográfico. Este sentido plástico se refuerza con las fotografías que generosamente aporta ACAL –Asociación Cultural Amigos de Lora del Río- de su rica fototeca. Labor en la que Emilio Morales Ubago, escritor y miembro de esta asociación, y que, a modo de etnógrafo, sobresale buceando entre ellas para ofrecernos unas hermosas e ilustrativas imágenes que acompañan al texto. Pero es en el apartado poético en el que el autor de Itálica y otros poemas abrevia el gusto y la mirada para nutrirnos de una nostálgica belleza:
“Maleta de madera: / prisión rectangular / de mi pueblo, / emblema trágico / de nuestra pobreza (…) / Maleta de madera, / trágico capítulo / de nuestra historia / siempre de tercera en tercera”.
La memoria nos reconoce e identifica en la levedad del otro. El sufrimiento no se desacomoda de la miseria. Y ésta se hace fuerte en el proceder mercantil que impera a diestro y siniestro y que a todo pone precio. Seguiremos siendo “verso herido soñando ser Paloma de Picasso”.
Mientras tanto la sensación de amargura que lija la garganta. Angustia que no sana ni acaba por más que proferir gritos en las calles traten de espantar su mal.