Esto no se basa en ninguna película, novela, serie de televisión, cómic, etc.; se basa en datos objetivos que, aunque pueden ser cuestionados, como todo en esta vida, solo pretenden dar una idea de la realidad y de las consecuencias del progreso y uso de las máquinas y la tecnología sin tener en cuenta la ética.
He de aclarar que, aunque pueda parecer lo contrario, soy un defensor de la tecnología usada de forma responsable y ética Habiendo evolucionado paralela a la historia del ser humano, debe ser respetuosa con la continuidad del mismo. No solo yo pienso así. Desde «Electronic Frontier Foundation» llevan años defendiendo la libertad de expresión, por ejemplo, pero aunque hay una ética sobre la tecnología como la hay en medicina, biología, etc. no existe una responsabilidad de los creadores tecnológicos sobre el posible daño que puedan producir para los seres humanos. Para explicarlo partiré de un ejemplo:
En un campo de cultivo de maíz, durante el siglo XIX, se usaban animales de tiro para labrar la tierra y en la recogida con carros para llevar el maíz al granero. El sembrado (dependiendo de la extensión) podía hacerlo una sola persona, pero para la recolección eran necesarias más personas. En el siglo XX, con la invención del tractor y la cosechadora, se prescinde de la necesidad de prácticamente toda la mano de obra y de los animales de tiro… Este ejemplo muestra que la tecnología ha eliminado del trabajo a un gran número de personas, aunque existen aún tareas agrícolas donde no se han desarrollado maquinas sembradoras o recolectoras, como en el caso de la fresa (pero ya existe un prototipo de recolector). Es decir, el uso de maquinaria agrícola ha reducido a un número mínimo (casi a 1) las personas necesarias, y solo ha beneficiado al empresario o propietario de la explotación.
No quiere decir esto que se penalice la tecnología ni se prohíba su uso, pero sí que se implanten métodos para que a esas personas que pierden su trabajo se les facilite otro, en la misma actividad u otra. Este problema no es nuevo y ocurre desde que existe el mundo, pero cada vez hay menos trabajos a realizar por humanos y además existe el problema de la capacitación necesaria. Cuando se implementa un sistema de máquinas o de tecnología en una fábrica, por ejemplo, debería existir una serie de alternativas para el personal que ya no es necesario (ERE o Expediente de Regulación de Empleo) para ser reasignados y no perder sus empleos. Aunque parezca muy lejano ese futuro donde no sea apenas necesaria la mano de obra o la intervención humana, estamos a pocas décadas, es más, se podría decir que estamos en el punto de inflexión en donde ya no hay empleo suficiente para toda la humanidad.
En el presente, los ordenadores y robots están haciendo gran cantidad de tareas e irán haciendo más y más con el tiempo y el avance tecnológico, pero eso supone plantearse una gran pregunta: ¿Qué trabajos harán los humanos, aun ayudados de la tecnología? La respuesta es incierta, pero todo apunta a tareas de servicio a otras personas: Cuidado de ancianos y niños, seguridad y algunos otros. Es triste pensar que mejorar la calidad de vida supone la perdida de empleos, pero es así. Existen pocos «nichos de mercado» o necesidades no cubiertas que generan negocios y empleo, y además, con el paso del tiempo, cada vez generan menos empleo. El avance tecnológico y la pérdida de empleos es proporcionalmente inversa, es decir, a menor tecnología hay mayor empleo.
No sería tan descabellado aplicar impuestos especiales a la tecnología en función del daño que ocasionen, para destinarlos a la creación de empleo, o que una parte de los beneficios de los creadores y usuarios de la tecnología se destinara a este fin. Hay máquinas o tecnología que dañan al medio ambiente y se aplican medidas de este tipo, como en los impuestos de carburantes o a fábricas por su daño medioambiental. Pero el daño al empleo o las personas se obvia, considerándolo como un daño colateral del progreso.
Independientemente de las medidas que se tomen, es algo muy grave con lo que debemos enfrentarnos, y no es en un país o en otro, sino que es a escala global.
Debemos partir de dos preguntas:
- ¿Cuántos empleos se pierden por usar una tecnología? y, sobre todo
- ¿Existe la posibilidad de minimizar su impacto negativo, creando nuevos puestos de trabajo?
Pero para ello hay que desterrar conceptos como «minimizar costes de personal con despidos» para cambiarlo por «optimización laboral sostenible».