Sentirme a gusto en Valencia. Fallas, paellas y toros. Llovía, pero nada puede el cielo donde sobra corazón. El primer día vi a Morante salir de la plaza con asombrosa dignidad e impavidez en medio de una bronca de gran aparato eléctrico. Iba despacito, indiferente al triunfo y al fracaso, esos dos impostores (dijo Kipling). El viernes, después de que Ponce animara el cotarro, el presidente del festejo sufrió un ataque de amnesia, olvidó lo que unos minutos antes había hecho Castella y negó a éste el trofeo que el público exigía. El griterío de la afición fue mascletá sin pólvora. Dos tardes después, en la del domingo, se hizo justicia a un torero que pronto será leyenda. El día de san José salí del coso y me fui entre petardos hacia el hotel. Por el camino, farruco yo frente al clima, me bebí una horchata. Sabía a novia. Los ninots, ya en capilla, aguardaban el momento de la ejecución. Yo lo había sido, ninot, en el 94, pero no asistí a la quema de mi efigie por culpa de un “bollicao de buena factura” (así la llamó en El Mundo el bestia de Xavier Domingo) que se me llevó con la muleta de su minifalda al río. Tomé dos martinis en el bar del Astoria, me calcé una chupa, por el relente, y me fui hacia el Ayuntamiento. Estaba a rebosar. Saludé a un compañero de cárcel: Enrique Múgica. Estreché la mano de Camps. Besé a Rita y a Carmen Alborch (para que no digan). Admiré de reojo el palmito de las falleras. Charlé con Reyes Monforte, que no llevaba burka, pero sí amor: el de Pepe Sancho. Hablé de toros con Ponce, Amorós, José María Cano, Santonja y Boadella. A la una en punto, ya todos en el balcón, estalló la calle, la plaza y el orbe. Yo nunca había visto la cremá. ¡Tonto de mí! Me quedé traspuesto. Pensé que los marines, sorprendidos por el alboroto, estaban a punto de desembarcar y que los trallazos de las tracas iban a reventarme los bypasses de las arterias. La noche se hizo lenguas de fuego y de emoción: un pentecostés. Era todo, lo dijo Góngora refiriéndose a una hoguera, “mariposa en cenizas desatada”. ¿Sic transit? Cierto: ninots en llamas, filosofía de lo efímero. No somos nadie. Ya, pero de pronto deflagró la música. Un pasodoble (imaginen cuál) y dos himnos (imaginen cuáles). ¿Gloria mundi? No sólo. Nuevas glorias a España. Felicité a la alcaldesa y pensé en Quevedo: “serán ceniza, pero tendrá sentido”. Fallas, paellas y toros: cultura, señores. La del Mediterráneo. Mare nostrum, mar de ellos, mar de todos. ¡Visca Valencia!
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Sobre el Autor
Jordi Sierra Marquez
Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.