La dignidad imprescindible
La rabia, el hartazgo, la indignación, pero, también, la solidaridad, el apoyo mutuo, la dignidad son el combustible de las Marchas de la Dignidad, que desde finales de febrero y principios de marzo recorren todo el Estado y que mañana sábado llegan a Madrid. Ante el expolio de nuestros derechos y la supeditación política a los designios de la «santísima» Troika, las Marchas exigen empleo y vivienda digna, que se paren los recortes y no se pague una deuda ilegítima. Sobran motivos para caminar.
Hoy, en el Estado español hay tres millones de personas que viven con menos de 307 euros al mes, el doble que en 2007 justo
antes del inicio de la crisis, según datos del último informe del Observatorio de la Realidad Social de Cáritas. La pobreza se convierte en severa y crónica: dos millones de mujeres y hombres llevan más de dos años en paro y 3,5 más de uno. Según la organización, del total de personas que atienden una de cada tres pide ayuda desde hace más de tres años. Cifras que desgarran.
Nos dicen que las actuales medidas de salida a la crisis generan empleo. Sin embargo, los datos contradicen dichas afirmaciones. Entre los años 2007 y 2013, cada semana 13 mil personas perdieron su trabajo en el Estado español, según datos de la OCDE, la mayor tasa de destrucción de empleo en toda Europa. Un triste récord que se suma al de la caída de ingresos en los hogares, 2.600 euros menos por persona, entre 2008 y 2012, una de las más fuertes del continente.
El «tsunami» de la pobreza, que arrasa con nuestras vidas y nuestro futuro, no tiene nada de natural. Los números así lo indican. El empobrecimiento no es patrimonio de un país o unos pueblos, sino, según la sagrada doctrina del capital, de una determinada clase social. En el Estado español, el 10% más pobre ha visto disminuir sus ingresos, entre 2007 y 2010, un 14% anual, la media de empobrecimiento de este sector en Europa se sitúa en un 2% al año; mientras, los ingresos del 10% más rico aumentaron un 1%, según la OCDE. Haciendo cuentas, el Estado español se ha convertido en el país donde la brecha entre pobres y ricos es mayor, a la cabeza de las desigualdades en Europa, tras Letonia.
Ante tanta injusticia, las calles deberían estar «en llamas». Sin embargo, nos inoculan el miedo, el escepticismo, la apatía. El número de suicidios, aunque a menudo se quiera silenciar, aumenta. En 2012, las muertes por lesiones autoinfligidas creció un 11,3% respecto al año anterior, superando la cifra más elevada de muertes por suicidio de 2004, y siendo la primera causa externa de mortalidad, según el Instituto Nacional de Estadística. De aquí, que la recuperación de la dignidad, el «sí se puede», por el que luchan los imprescindibles de las Marchas de la Dignidad, y tantos otros, sea tan importante. O resignación o rebeldía, o muerte o vida, ésta es la cuestión.
Los marchantes que llegan a Madrid de todo el Estado y, también, del extranjero, no olvidemos a aquellos jóvenes que el mercado ha expulsado, son el mejor ejemplo de que ante tanta barbarie no queda otra que arrimar el hombro con el de al lado y luchar. Solo así tenemos opciones de ganar.