Las voces de los profesionales sanitarios de la Comunidad de Madrid se oyen por toda España al grito de «¡Sanidad! ¡Pública!», tratando de hacer de la demagogia su bandera con el objetivo último de mantener sus puestos de trabajo y una manera de hacer las cosas que se ha demostrado claramente ineficiente, y todo ello con un halo de hipocresía que, sinceramente, me revuelve las entrañas.
El grito no debería de ser «¡Sanidad! ¡Pública!», sino, «¡Sanidad!¡Universal!», es decir, sanidad para todas y cada una de las personas que estamos en suelo español, independientemente de nuestro origen, de nuestra situación económica o de que estemos en situación regular o irregular, la universalidad de la sanidad es la verdadera conquista del Estado del Bienestar español.
Una universalidad que debe de ir acompañada de gratuidad para todos, por tanto, «¡Sanidad!¡Universal!¡Gratuita!», aunque la paguemos ya con nuestros impuestos y cotizaciones, una sanidad a la que podamos acceder todos, una sanidad eficiente, de calidad, con buen servicio a los pacientes y con listas de espera asumibles y aceptables.
Cuando los profesionales sanitarios piden una sanidad pública, no se plantean su universalidad, no les importa, sólo buscan que sus empleos sean públicos, y no privados, que la eficiencia no sea la vara de medir de su desempeño profesional, sino que todo se rija por una oposición que les sirva para el resto de su vida.
Yo no puedo apoyar una protesta que no defiende lo realmente importante. La sanidad debe de ser universal y gratuita, y poco importa que sea gestionada por el propio Estado o por una empresa privada contratada por el Estado. El verdadero atropello, la auténtica barbarie es comprobar como cientos de miles de ciudadanos viviendo en España no pueden acceder a los servicios sanitarios. Contra eso sí deberíamos de protestar y manifestarnos.