Cuando observamos nuestra vida personal, la de la gente más próxima y la del conjunto de la humanidad percibimos que no es la felicidad a la que aspiramos de continuo lo que define nuestras vidas y el estado general del mundo, y no podemos dejar de preguntarnos cómo podría irnos mejor a todos. Sin duda cada cual lo intenta a su manera, pero a la vista del resultado del conjunto es fácil concluir que no hemos sabido encontrar el modo de hacerlo bien, y este fracaso nos acerca al borde de un caos mundial sin precedentes que nos afecta directa o indirectamente a cada uno de nosotros, los habitantes de esta nave planetaria.
A estas alturas, la palabra “crisis” es clave para definir el estado general del mundo, en especial aplicada a la economía. Pero no es lo único, ni mucho menos, que se halla en el ojo del huracán, pues ni la mejor administración económica podría generar felicidad que es el mayor anhelo de todos nosotros, ni nuestro equilibrio emocional personal ni una buena calidad en nuestras relaciones sociales.
De no existir el atraco social a que somos sometidos a diario por estos banqueros y gobiernos desalmados, tendríamos más cosas, más bienestar económico, pero no todo eso que se menciona como verdadera calidad de vida, porque el hecho es que el mundo actual es un barco con muchas vías de agua en medio de una gran tormenta. Todo está en crisis: valores, política, familia, educación, energía, espiritualidad, religiones y todo aquello hacia lo que dirijamos nuestra vista.
Esto nos llevaría a formular preguntas como estas:
¿Ha servido alguna de las diversas organizaciones políticas y económicas del mundo para alcanzar los grados de libertad, justicia, unidad e igualdad necesarios para el bienestar general?
¿Es adecuada la cultura de masas actual para el desarrollo de la conciencia de la humanidad?
¿Han resultado útiles las religiones oficiales de oriente y occidente como instrumentos liberalizadores?
¿Ofrecen los sistemas educativos elementos formadores suficientes para favorecer un cambio cualitativo de la mente y el alma colectiva?
¿Son suficientes los actuales movimientos antisistema y Ongs. Para cambiar el rumbo de este mundo?
¿Existen o apuntan dentro del propio Sistema dominante elementos correctores o renovadores capaces de conducir este barco en zozobra hacia actitudes de respeto, solidaridad, igualdad, justicia, y en definitiva hacia todos esos rasgos que diferencian una auténtica civilización de un estado generalizado de barbarie?
¿Son suficientes los recursos del Planeta para mantener un modelo económico que se pretende de crecimiento indefinido?
Fácilmente podemos concluir que estamos muy lejos de decir que sí a cualquiera de estas cuestiones básicas, estructurales, determinantes. Debemos afirmar que a pesar de tantos siglos de culturas, filosofías y religiones diversas no hemos sido capaces de alcanzar un modelo de civilización limpia a ningún nivel, ni justa ni pacífica, ni sabia, ni capaz de procurarnos felicidad a sus miembros. Todos los días se nos recuerda por activa y por pasiva que no hemos sido capaces de armonizar progreso y desarrollo económico con el respeto debido a nosotros mismos y a nuestro entorno planetario; que no hemos conseguido establecer entre nosotros valores de civilización que nos conduzcan a una convivencia armoniosa, pacífica y confiada entre culturas y sociedades, sino que precisamente aquellos instrumentos que pudieran ser útiles a estos fines, como las religiones y las formas políticas no sólo han servido y sirven de carceleros en cada país para sus ciudadanos, sino que son continuamente utilizadas como elementos de confrontación a niveles nacionales e internacionales. Distintas religiones, distintas formas de entender la dominación política se convierten por su carácter excluyente en fuerzas contrarias a la solución de los problemas de la humanidad.
Cierto que existen muchos expertos en esto y aquello, en poner parches y tapar vías de agua aquí y allá, pero cada uno lo hace por su lado y por su cuenta y razón (que se corresponde con las de quienes les pagan su soldada de mercenarios), y esto arroja sobre el barco muchos desbarajustes y un sombrío porvenir que no cambiará mientras no seamos capaces de percibir el mundo como una totalidad, a nosotros como parte de todos los otros, y a la vida, en su sentido más amplio como un regalo a compartir con humilde agradecimiento.
A facilitar este camino puede ayudar mucho el auge de las ciencias llamadas alternativas, que el Sistema desprecia- la rápida transmisión de conocimientos, las nuevas tecnologías en tantos campos, el desengaño que nos supone a cientos de millones de nosotros la configuración de las sociedades presentes y que exige nuevos cambios económicos, educativos y políticos participativos, libres y justos, que corresponderían a una nueva conciencia espiritual pues es precisamente la escasez de altruismo, sentimientos de unidad y cooperación fraternal lo que ha conducido a este mundo al caos en que vivimos, y del que sólo los sentimientos de amor, libertad, justicia, igualdad, hermandad y unidad serán nuestros salvadores, si es que queremos eso, o sea: salvarnos. Y no es una metáfora.