Una tarde de ese caluroso verano, regresaba el Maestro de dar su charla diaria a los monjes que habían regresado de las montañas. A veces, les comentaba un pasaje de las Escrituras indias o chinas; otros días, se sentaba en silencio o les contaba un cuento y, a veces, hacía una seña al monje encargado de los gong y de las maderas y éste improvisaba una impresionante meditación con sonidos y silencios llenos de agua, de rumores y de viento.
Pero este día, el Maestro, que intuía la curiosidad de los monjes acerca de su nuevo asistente, les comentó de dónde provenía el nombre de Ting, el destazador de bueyes.
– Lo cuenta Chuang Tzú en su Libro – comenzó el Maestro -. No hay nada nuevo. El cocinero del señor Wen Hui estaba despiezando un buey. Cada movimiento de su mano, cada alzamiento de su hombro, cada paso de sus pies, cada sonido de la carne al partirse y cada silbido del cuchillo al descender sobre ella eran perfectos. El señor Wen Hui le preguntó: «¿Cómo has conseguido esa destreza?» «Lo que más ama tu servidor, – respondió el cocinero -, es el Tao. Cuando empecé a despedazar bueyes, sólo veía un buey entero. Ahora utilizo la mente y no los ojos. Silencio mis sentidos y sigo a mi espíritu. Veo las líneas naturales de la carne, y mi cuchillo corta por donde hay junturas, utilizando lo que ya hay allí marcado. De este modo evito los grandes tendones y los huesos. No los toco. Un buen cocinero cambia su cuchillo cada año, porque sabe rebanar. Un cocinero corriente, lo cambia cada mes. Este cuchillo lo ha venido utilizando tu servidor desde hace diecinueve años, y ya ha destazado miles de bueyes. La hoja del cuchillo apenas tiene grosor. Si utilizo lo que no tiene grosor para cortar a través de esas fisuras, al cuchillo le será fácil ir rebanando. Cuando el cuchillo llega a una parte más delicada, lo siento y obro con más cuidado. Lo hago más suavemente, llevando el cuchillo por aquellas partes más blandas de modo que la carne se desprenda como se desprende una laja de tierra cuando crece el torrente. El cuchillo no quiere oponente. Practica el bushido, como el noble guerrero que detiene la flecha en el aire». El señor Wen Hui, dijo «¡Me has enseñado a vivir plenamente la vida!». Yo no digo nada más, concluyó el Maestro. Saludó a la comunidad con una amplia inclinación, se postró ante el altar silente y se retiró acompañado por sus dos asistentes.
J. C. Gª Fajardo